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Domingo, 22 de diciembre de 2024



FORO DE LECTORES


Abolición del Ejército en Costa Rica: una perspectiva con visión de mujer

Varios autores ampradar@gmail.com | Lunes 09 diciembre, 2024


Ejercito


Elizabeth Fonseca Corrales

Inés Revuelta Sánchez

Tania Molina Rojas

Verny Montoya Delgado

Presentación

El 76 aniversario de la abolición del ejército en Costa Rica no debe pasar desapercibido. Debe ser una fecha que nos convoque, como ciudadanía, a hacer una profunda reflexión acerca del hito histórico y su simbolismo, así como la coyuntura actual de inseguridad que vive nuestro país y la necesidad de esbozar estrategia nacional de prevención basada en una cultura por la paz.

El 1 de diciembre de 1948, la Junta de Gobierno anunció la abolición del ejército como institución permanente y entregó el cuartel Bellavista al Ministerio de Educación. Meses más tarde, la proscripción de las fuerzas militares fue incluida en la Constitución de 1949, en la cual se sentaron las bases de nuestra tradición civilista. Desde entonces, elegimos nuestros gobernantes en las urnas electorales, y corresponde al Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), garantizar la libertad y la pureza del sufragio.

Por eso, se hace necesario en esta importante efeméride, a partir de una perspectiva de mujer, esbozar tres aristas distintas, complementarias y transversales del significado de abolir el ejército tanto para nuestro sistema democrático y civilista como para la identidad costarricense. Primero, haciendo un recorrido de lo histórico a lo simbólico, que nos sitúa en un contexto civilista y nos trae a un presente convulso y caótico; segundo, caracterizando el fenómeno social de violencia con una fuerte interrogante, ¿qué cambió en nuestra sociedad?, en una sociedad que pasó de ser un ejemplo internacional de paz a una referencia de inseguridad y tercero, proponiendo revertir la tendencia de criminalidad, delincuencia e inseguridad por medio de educar a nuestras niñas y niños en una cultura por la paz.

De lo histórico a lo simbólico

En un contexto internacional en el que todos los países contaban con fuerzas armadas, ¿qué factores posibilitaron la toma de una decisión tan trascendental para nuestro país? En lo interno, es de resaltar la decadencia de la institución castrense a partir de la década de 1920. A fines de los años 1940 el ejército contaba tan solo con unos 500 efectivos. Acuartelados principalmente en San José, en Bellavista y la Artillería, era mejor evitar un conflicto entre los militares y las fuerzas triunfantes en la revolución de 1948, cuya prioridad era impulsar un nuevo proyecto político. A nivel internacional, tuvieron un gran peso los factores geopolíticos.

Tras la Segunda Guerra Mundial, había surgido un sistema bipolar, con los Estados Unidos y la Unión Soviética como superpotencias. El enfrentamiento entre ambas dio lugar a la llamada “Guerra Fría”. En consecuencia, los Estados Unidos reforzaron la institucionalidad en su área de influencia. En 1947 se firmó el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca), en el cual los países firmantes se comprometieron a auxiliar a cualquiera de ellos en caso de una agresión externa. Un año más tarde, en 1948, se creó la OEA (Organización de Estados Americanos), con el fin de promover el diálogo y la cooperación a nivel hemisférico.

Al no contar con ejército, nuestro país ha tenido enormes ventajas, entre ellas, la posibilidad del Estado de realizar una mayor inversión en el bienestar de sus habitantes, en rubros como la salud y la educación. También Costa Rica ha ganado liderazgo y respeto a nivel internacional, lo que le ha permitido liderar o acompañar grandes luchas a favor del desarme y la paz, tanto en la ONU (Organización de las Naciones Unidas) como en otros foros internacionales. Durante las décadas de 1970 y 1980, Centroamérica se vio afectada por los conflictos armados que se libraban en Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Los esfuerzos por conseguir la paz le valieron a Óscar Arias, entonces presidente de Costa Rica, el Premio Nobel de la Paz de 1987.

Finalmente, pero no menos importante, es la tranquilidad individual y familiar, al saber que nuestros jóvenes no están obligados a prestar el servicio militar. En la Universidad para la Paz, hay una placa con un pensamiento, para mí muy conmovedor, del señor Rioichi Sasakawa, político y filántropo japonés. Este dice: “Dichosa la madre costarricense que sabe, al nacer su hijo, que nunca será soldado.”

Por su trascendencia, la fecha de la abolición del ejército debe ser recordada y conmemorada todos los años por la ciudadanía amante de la paz y la democracia.

De la paz a la violencia, ¿qué cambió?

Costa Rica se había caracterizado siempre por ser un país pacífico en medio de una vecindad que alberga algunas de las ciudades con mayores tasas de criminalidad y homicidios del mundo. Sin embargo, no se puede explicar el aumento de la violencia local sin señalar el fenómeno criminal en América Latina.

El crimen organizado ha ido evolucionando; en una primera etapa, muy marcada por el efecto de la cartelización con Pablo Escobar en Medellín, desafiaban al Estado y entraron en guerra contra las autoridades políticas, de justicia y policiales. Posteriormente, con la caída del cartel de Medellín, otros como el Cartel de Cali toman control, pero con la visión de ¨comprar¨ al Estado y no combatirlo. Además, cambian las rutas utilizando a Centroamérica y México. Posterior a estas etapas, los Estados empiezan a ser criminalizados completamente y en la etapa en que nos encontramos, el control territorial es tan fuerte que, en algunos países, las organizaciones criminales son el socio y el aliado más confiable que pueden tener para mantenerse en el poder y para regular la violencia, por ejemplo, el PCC (Primer Comando da Capital) en São Paulo, Brasil.

Con el ascenso de las drogas sintéticas, los nuevos mercados finales de la cocaína (Europa y Asia), el cambio en las rutas, la convergencia criminal y la penetración de mafias extra-continentales, el crimen organizado trasnacional se ha expandido y asentado. Las nuevas dinámicas criminales han implicado la llegada de mafias italianas, albanesas y turcas en América Latina para controlar la llegada de cocaína al mercado europeo y de algunos países de Asia, como por ejemplo Qatar. Además, se sirven de la cadena logística global y la migración irregular para enviar drogas, así como tratar y traficar seres humanos, respectivamente.

La expansión del crimen organizado ha ido afectando a las poblaciones marginalizadas. Las personas que viven en los cantones con menos desarrollo humano son las más afectadas por el avance en su control territorial. Los grupos criminales usan la violencia homicida para imponer su marca y controlar los distintos mercados criminales que van desde el tráfico y venta de drogas, los préstamos gota a gota, el contrabando y los asaltos, entre otros.

En consecuencia, se han ido reclutando menores de edad cada vez más jóvenes para la venta de droga, labores de ¨vigilancia¨ y sicariato. El cambio cultural que traerá todo esto es dramático, puesto que son generaciones perdidas, ya sea en la cárcel, en condición de calle, por consumo de sustancias o asesinados. ¡Son los niños y jóvenes los que estamos perdiendo!

Y las respuestas de los gobiernos en casi toda América Latina son las mismas: más leyes, más cárcel, pero sin una segregación criminal. Lo que están haciendo es sumar gente a un proceso de reclutamiento de pandillas mayores y mercados criminales intramuros, que no readaptan a los que sí están arrepentidos; solo se trata de encierro per se. Aunado a que se ha subvalorado la delincuencia propia, en una especie de negación y desdoblamiento, creer que nuestra delincuencia no es crimen organizado y que no ha sufrido grandes transformaciones, es un error.

Hoy, los delincuentes se exhiben, envían mensajes, instrumentalizan víctimas colaterales, se sienten orgullosos de mostrar sus armas de grueso calibre y cometen crímenes a plena luz del día en sitios públicos. Antes evitaban ser reconocidos como delincuentes, pero hoy se forman en pandillas con carácter identitario. Y ahí está uno de los más grandes desafíos: ¿cómo convencer a niños de 11 años que viven en condiciones precarias, de que ese sicario de 18 años, que sí tiene tenis de marca y tres o más tiempos de comida, no es el modelo a seguir, sino que el modelo a seguir está en la escuela? Es la tarea pendiente.

La solución no es solo más policías y más leyes. Tiene que ser un proyecto de sociedad, no solo de Estado. El Estado no tiene la capacidad por sí solo. Es desde los hogares, la comunidad, las fuerzas vivas, donde podemos encontrar las soluciones, en un pacto para recuperar la paz que siempre nos ha caracterizado.

Educar para una cultura por la paz

El no contar con ejército, le permitió al país realizar mayores inversiones en políticas sociales, específicamente en educación, salud y bienestar. Este es un cometido que se cumplió en buena parte del siglo XX, cuando no estábamos expuestos como país a un fenómeno que desbordó las capacidades del Estado para contar con legislaciones modernas como con una respuesta preventiva, investigativa y represiva que desincentivara la criminalidad.

Pero, ¿qué fue lo que cambió? ¿En qué parte del proceso histórico hubo un punto de inflexión?

Las políticas sociales, en su conjunto, son las que permiten al país asentar una cultura por la paz, la cual se materializa en una reducción de la pobreza y las desigualdades estructurales que vienen afectando a nuestra sociedad desde hace más de treinta años y que nos tienen hoy en día como uno de los países más desiguales según la OCDE.

Es urgente establecer una política educativa amplia, diversa, inclusiva y creativa que mantenga a nuestra niñez, adolescencia y juventudes en las aulas, con arraigos fuertes en valores, principios y tradiciones pacifistas y, además, con un cuerpo docente que interprete los signos de los tiempos e intervenga con protocolos modernos las formas de violencia que se manifiestan en nuestra sociedad y que hacen suyas nuestras niñas, niños y jóvenes.

De igual forma, es prioritario desarrollar políticas de bienestar que aborden con mayor efectividad la prevención de los embarazos adolescentes, la feminización de la pobreza, la feminización del desempleo, las brechas salariales, el acceso pronto y de calidad al sistema de salud, el abordaje integral de las personas en situación de calle, la prevención del consumo de drogas y los programas de atención de personas con adicciones, los programas de reinserción social de personas privadas de libertad, y en esto último, especialmente de niñas, adolescentes y mujeres instrumentalizadas por la delincuencia y el crimen organizado y romper los círculos de violencia con programas comunitarios de prevención atención y cuido.

Para algunas personas, la inversión en políticas sociales debe reducirse, pero ¿cuánto le cuesta al país mantener una guerra abierta contra la delincuencia común, el narcotráfico y el crimen organizado? ¿Cuántas vidas preciosas de niñas y niños, así como de jóvenes y adultos, hemos perdido en este clima de inseguridad nacional? ¿Cuántos recursos demanda el sistema punitivo y represivo del país? ¿No será momento de que reflexionemos como sociedad de que el camino que estamos transitando nos va a llevar, irremediablemente, a más dolor, caos y sufrimiento?

Es hora de que todas las fuerzas sociales, académicas, políticas y empresariales construyamos un Pacto Nacional para la Educación por la Paz, el cual facilite una política educativa transversalizada por la construcción de principios y valores de convivencia humana y la articulación conjunta de una respuesta desde nuestras aulas ante la inseguridad nacional. Es un proceso generacional y es urgente.

No podemos minar los puentes que nos unen con nuestro pasado. El hito histórico de abolir el ejército no es solo simbólico; es parte de nuestra cultura civilista; es el sello que marca nuestra actuación personal y conjunta. Es la forma como las mujeres y los hombres que habitamos este país nos identificamos y llenamos de significado nuestra vida en sociedad.

Las mujeres somos las formadoras de valores y principios en el hogar, la mayor fuerza profesional de educadoras en escuelas y colegios y, además, las más afectadas por las formas de violencias intrafamiliares, sociales, políticas y laborales. Debemos unirnos más y elevar nuestra voz, la cual debe ser escuchada y nuestras propuestas incorporadas a la lucha frontal contra la violencia social.

Los que siembran violencia, solo encontrarán violencia. El país apostó por sembrar la paz y la democracia y esos serán los frutos buenos que debemos continuar sembrando y recogiendo. Construyamos paz social, recobremos la esperanza, sembremos educación y recogeremos una Patria Viva, en la que todas y todos quepamos.

Algunas interrogantes para considerar

¿Tiene la ciudadanía costarricense conciencia, a nivel nacional, de lo que significa ser un país sin ejército?

Debemos trabajar e insistir para que haya una conciencia más clara al respecto. Considero que, para la mayoría de las personas, por haber nacido después de la abolición del ejército, resulta difícil dimensionar las ventajas de no tener un ejército permanente. Insistir en esto debe ser tarea no solo del personal docente, sino también de los medios de comunicación colectiva y de la ciudadanía, en general.

¿Tener ejército limitaría la penetración del crimen organizado trasnacional en CR?

El crimen organizado, y particularmente el narcotráfico, es en este momento la principal amenaza a la seguridad en toda América Latina. Sin embargo, es absolutamente imprescindible la cooperación multilateral y la integración regional, así como reformas estructurales y políticas integrales de desarrollo humano para enfrentar estas amenazas. Los ejércitos nacieron con el propósito de defender la integridad, independencia y soberanía de cada país, no para entrar en conflictos armados internos. La penetración del crimen organizado y la delincuencia común se pueden prevenir con políticas integrales enfocadas en la seguridad humana.

¿Cómo podemos recuperar y fortalecer la cultura por la paz que nos ha caracterizado en Costa Rica?

Debemos recuperar la senda perdida. En los últimos años, por no decir, décadas, hemos visto cómo nuestra educación se desdibuja ante nuestros ojos. Las políticas educativas no pertenecen a un Gobierno; son políticas de Estado, a largo plazo, consensuadas con todos los sectores sociales, académicos, políticos y empresariales. Adicionalmente y de manera integral, el país debe realizar la mayor inversión histórica en políticas sociales. Es la única forma posible de recuperar y fortalecer la cultura por la paz. Reducir la pobreza y las desigualdades es el punto de ignición, seguido por mantener a nuestra niñez, adolescencia y juventud en un sistema educativo inclusivo, diverso y gratuito, en el cual predomine, trasversalmente, la construcción de valores y principios de convivencia pacífica. Desde la primera infancia se debe culturizar en la paz y en la erradicación de todas las formas de violencia.

Conclusión de cara al futuro

Nuestra historia ha sido sabia y poética; nos heredó un país ejemplar y ejemplarizante, una cultura de convivencia en paz y democracia. Nuestra realidad es conflictiva y caótica, estamos ante un laberinto sin salida posible en el corto y mediano plazo. Nuestra esperanza debe ser recuperada, nuestra cosecha debe ser fértil y, por eso, la educación se convierte en nuestra aliada más estratégica para construir una cultura por la paz.

Hoy conmemoramos el 76 aniversario de la Abolición del Ejército.

Hoy conmemoramos la tradición de un Estado pacifista.

Hoy conmemoramos un hito histórico que nos reta a repensar, como sociedad, la respuesta que debemos dar ante la violencia, el narcotráfico y el crimen organizado.

¿Es una utopía? No, es lo que nos merecemos como ciudadanía en el marco de la convivencia pacífica bajo el amplio sistema de protección de los derechos humanos. En palabras de nuestro escritor costarricense Jorge Debravo, “yo no quiero un cuchillo en manos de la Patria. Ni un cuchillo ni un rifle para nadie: la tierra es de todos como el aire.”

Cada 1ero de diciembre conmemoramos a las mujeres y hombres que heroicamente marcaron una tradición pacifista y no esperaron que se aclararan los nublados del día para tomar la sabia decisión de abolir el ejército… Debemos resaltar en el presente ese legado y trabajar para una Costa Rica próspera, digna y en paz.







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