Con la esperanza de renacer
Candilejas candilejas.cultura@gmail.com | Viernes 12 enero, 2018
Clara Sáurez tenía apenas dos años de edad, cuando Juan Bosco fue canonizado en 1934. No podía imaginarse que junto con su abuelo paterno y sus padres sería una de las fundadoras del barrio que lleva el nombre del santo.
Para entonces, su abuelo y progenitor, Vicente y Francisco Sáurez respectivamente, ya producían los primeros vinos frutales costarricenses, que permitieron que ese lugar cafetalero se poblara.
El arquitecto y cronista urbano, Andrés Fernández, lo llama un “barrio republicano”, en donde había una mezcla heterogénea de familias adineradas y otras de campesinos.
“Contaba hacia el Paseo Colón con grandes y lujosas residencias que se adentraban un par de cuadras al sur y se distinguían por su tamaño y sus jardines, sus elegantes diseños y finos acabados; mientras que a partir de ahí se notaba más la presencia de una clase media, con casas de madera de influencia victoriana; había otras humildes viviendas, destinadas a más populares estratos”, relata Fernández.
Clara Sáurez nació en donde hoy se ubica la “Casa de Sor María Romero”, convertida en beata por el papa Juan Pablo II. La casa original ha desaparecido, como muchas otras, cuyos terrenos han sido convertidos en parqueos, tiendas o restaurantes con arquitectura moderna. Aprendió a tocar el piano de mano de la monja, además de la caridad, valor característico de “los vecinos de aquella época”, confiesa Sáurez.
“Las obras del Oratorio Festivo y de una capilla salesiana, se iniciaron en ese barrio en 1931 y, con la entusiasta llegada del padre José de la Cruz Turcios, en 1933, obtuvieron un impulso inusitado. Los habitantes recibieron a los sacerdotes con los brazos abiertos, y a partir de entonces, empezó a llamarse a la barriada barrio Don Bosco”, cuenta Fernández.
“Candilejas” recorrió el lugar de la mano de Clara Sáurez, una memoria y fuente primarias sobre la historia del mismo. Con nostalgia, cuenta cómo las calles eran de polvo. Entre los cafetales “pasaban las vacas y los toros, mismos que a veces nos pegaba carrera, aquello era un vacilón”. Pero además, es bajo algunas de sus calles en donde se enterraron a los muertos por el cólera, epidemia sufrida durante la Campaña de 1856. Sáurez asegura que hay catacumbas en donde permanecen los restos de aquellos héroes nacionales.
Durante su juventud, Clara disfrutaba del hoy desaparecido “Teatro Metropulgas”, se ríe. Además, con ojos destellados cuenta cómo iba a la cancha de futbol donada por el padre José de la Cruz Turcios, en donde se jugaron muchos de los campeonatos de la segunda división a principios y mediados del siglo pasado, ubicada al frente de la hoy iglesia San Juan Bosco. Ella “iba con mis amigas a ver la piernas de los jugadores, no ves que eran guapísimos”, dice en tono pícaro.
Hoy, el barrio ha ido desapareciendo: grandes hoteles, torres de condominios, han modificado una vez más el paisaje urbano, al costo de destruir un patrimonio cultural y arquitectónico invaluable.
Mientras recorremos el barrio con “Clarita”, el frío viento lloviznoso golpea nuestras mejillas y dice: “esto no es nada, mamá fue comadrona, y a veces, hasta en la madrugada, atravesando cafetales, salía a auxiliar a las mujeres en labores de parto, claro, con su agua florida para frotar al bebé”.
La cultura y las formas de vida han evolucionado pero no así el barrio Don Bosco, dueño de una rica historia a partir de la cual podría haberse conservado lo mejor y mantenido vigente así en el interés de los costarricenses de hoy.
Carmen Juncos y Ricardo Sossa
Editores jefes y Directores de proyectos