Cuando el suelo es como un cielo
Alberto Salom Echeverría albertolsalom@gmail.com | Martes 20 julio, 2021
¿Cuántas veces cada día, pisamos el suelo sobre el que vivimos los seres humanos, sin reparar siquiera en su fertilidad o, por el contrario, en su sequía provocada por la misma especie humana? ¿Cuántas veces caminamos sobre el cemento vertido una o dos generaciones atrás, sin que nunca nadie, hasta muy recientemente se hubiese puesto a pensar en la vocación del suelo? ¿Para qué sirve aquella tierra sobre la que se levantaron edificios, carreteras o ciudades enteras, dejando sepultada, acaso para siempre, una parte de la vocación agrícola, o de la energía de la mejor tierra de un país o un territorio, como nos ocurrió a nosotros los costarricenses en toda la extensión del valle central? ¿Cuántas veces cada día por Dios, pisamos el suelo sin pensar…?
En estos poco más de seis meses del año, me he afanado en investigar, con el fin de compartir con ustedes, mis reflexiones sobre los mares que nos circundan, la biodiversidad que no obstante lo expresado hemos sabido conservar; compartí con ustedes un artículo sobre las abejas que hoy ven amenazada su existencia, sin que muchos de los que la propician hayan reparado en su extraordinario aporte a la vida en el planeta. Más recientemente me permití escribir acerca de la Isla del Coco, su riqueza paradisíaca y la vasta extensión de nuestra superficie como país que, gracias a su privilegiada posición en el mar hemos adquirido. Investigué y escribí sobre la sostenibilidad del desarrollo que, hacia el futuro habremos de conquistar como sociedad en pleno, si no queremos sucumbir y perder por completo la imagen que todavía ostentamos en el ámbito internacional, como un ejemplo de nación verde, subdesarrollada aún, pero verde y biodiversa.
Estas pinceladas no serían completas si no nos referimos al suelo, a nuestra tierra y “Madre Nutricia”. Postulo que, si no somos capaces de ponderar adecuadamente las amenazas y oportunidades que se nos han presentado y se nos presentan aún, tanto para el trabajo productivo como para la convivencia cotidiana de los poco más de cinco millones de seres humanos, de los demás animales y plantas que en ella habitan, podría desatarse muy pronto una terrible debacle biológica, económica, social y política como nunca hemos visto en nuestro pequeño pero gran país.
La deforestación de nuestro suelo alcanzó niveles sin precedentes hasta la década de los años ochenta, debido a prácticas agrícolas insostenibles. Sin embargo, desde entonces la superficie forestal comenzó a experimentar un proceso de regeneración en un porcentaje algo superior al 54%, merced a prácticas solidarias con el medio ambiente y al Programa de Pago por Servicios ambientales (PSA), según un informe de la FAO titulado “El Estado de los Bosques del mundo 2016”. (SOFO, por sus siglas en inglés). El PSA, es un reconocimiento del Estado por medio del Fondo Nacional de Financiamiento Forestal (FONAFIFO), para estimular las prácticas de servicios ambientales, mediante la conservación y manejo del bosque, la reforestación y regeneración natural y la implementación de sistemas agroforestales. Para Costa Rica lo más relevante de estas medidas ha sido que, se han reforzado las zonas protegidas y se crearon corredores biológicos, llegando a abarcar un área de 437 mil hectáreas. (Cfr. Fao.org/costarica/noticias/detail-events/es/c/426096/)
Adicionalmente, cabe anotar que un 64% de los recursos invertidos en la reforestación proviene de lo pagado en el consumo de combustibles fósiles, el 26% restante son créditos aportados por el Banco Mundial. Lo anteriormente expresado no quiere decir que ya no existan amenazas y que las dificultades en esta materia hayan desaparecido. De hecho, la tala de árboles de la zona boscosa continúa dándose por parte de algunos agricultores que se proponen de esta manera ampliar su área de cultivo. Con ello incumplen los compromisos adquiridos por nuestro país, relacionados con la reforestación del bosque y la transición a una economía sostenible. Hay que resaltar también, siempre de acuerdo con el informe de la FAO del 2016, que una parte del área boscosa recuperada en nuestro país se produjo en los territorios indígenas.
Por otra parte, la lucha contra los incendios forestales ha tenido sus altibajos. En el 2020 se registró la mayor cantidad de incendios forestales en dos décadas, de acuerdo con lo reportado por el MINAE y el SINAC. Sin embargo, muchos fueron incendios que afectaron áreas relativamente pequeñas. Se registraron 202 incendios en ese año, 60 de los cuales se produjeron dentro del área de conservación (26 menos que el año anterior), 28 en Patrimonio Natural del Estado, 9 incendios ocurrieron en los territorios indígenas y 105 tuvieron lugar en zonas aledañas a los territorios protegidos. (Cfr. Ameliarueda.com/nota/2020-registro-mayor-cantidad-incendios-forestales-dos décadas-poca-área). Con todo y la pandemia de la COVID-19, ese año la principal causa de los incendios forestales fueron producto de quemas agrícolas; lo que implica quitarle terreno a la zona forestal, para agregarlo a los cultivos.
Estas prácticas son “ancestrales” por parte de los agricultores. Durante mucho tiempo se emprendían las quemas sin tener conciencia del daño que se le propiciaba al ambiente. Más recientemente son muchos más los agricultores que mantienen esas costumbres repudiables, a pesar de saber que ocasionan severos perjuicios a los ecosistemas, al ambiente y a la vida misma de otros animales y plantas silvestres; aun así, lo siguen haciendo. Esta es una de las batallas más grandes que tiene la humanidad frente a sí. Es la lucha por forjar una conciencia humanista y ambientalista, de respeto por la naturaleza, por la vida de ellos mismos y de los demás seres humanos, animales y flora silvestre; es la brega en fin por la continuidad de la vida frente al inmediatismo, el pragmatismo insensato que conduce al calentamiento global y al cambio climático. En el 2020, en total fueron 791 hectáreas afectadas en zonas protegidas; ciertamente, menos que el área que resultó perjudicada en zonas similares en los años 2016 y 2017 (6.300 hectáreas y 1.100 respectivamente). Empero, la tarea sigue siendo retadora para la sociedad en su conjunto, en particular para el MINAE y el SINAC. Diego Román, coordinador del Programa de Manejo del Fuego del SINAC, hizo ver que la chispa que alienta los incendios forestales en Costa Rica, en un 99% de los casos es responsabilidad de los seres humanos.
En suma, debido a todo ello y otras prácticas de insostenibilidad en la agricultura, como ocurrió con la ganadería extensiva y la siembra de pastizales poco fértiles para el ganado, en el decenio 86-96, según datos de FONAFIFO, nuestro país perdió gran cantidad del área boscosa, como se evidencia en los siguientes datos: en todo el decenio se redujo el área de bosques en 164, 485.00 hectáreas (has), lo que produjo una tasa de deforestación anual de pérdidas del orden de 16, 448.5 ha. Los cálculos realizados para el trienio 1997-2000, estimaron que siempre se había producido un descenso de unas 3, 000 has/por año, pero evidentemente ya se evidenciaba una desaceleración del ritmo de pérdida del área boscosa. FONAFIFO demostró en cambio una recuperación del área boscosa en el quinquenio 2.000-2.005, durante el cual el país obtuvo una cobertura forestal del 48.8%. En términos absolutos representó una recuperación de 169, 914 has, equivalente a una tasa anual del 0.66% debido a un proceso de regeneración natural del bosque secundario. (Cfr. SINAC-FONAFIFO, 2007).
Es importante reconocer que, a partir de 2013, Costa Rica se convirtió en el primer país tropical que consiguió revertir la deforestación, ya que logró obtener por fin una cobertura forestal del 52.4%. Esta conquista fue el producto de políticas públicas orquestadas, ya mencionadas en este artículo, como el Programa de Pago por Servicios Ambientales a los agricultores que lo merecían, que ha sido el mayor contribuyente en dicho propósito, así como el Fondo Nacional de Financiamiento Forestal de FONAFIFO, al que también nos referimos antes. El servicio ambiental realizado por los agricultores ha sido reconocido por FONAFIFO también, como el de mayor impacto en la reducción de gases de efecto invernadero, la protección del recurso hídrico, el mantenimiento de la flora y fauna y la belleza del paisaje. (Cfr. Delfino.cr/2021/03/el-positivo-aumento-de-cobertura-forestal-en-costa-rica. y ONF, 2020).
Ahora bien, aunque lo recientemente expresado ha tenido y tiene una enorme importancia para nuestro país, no se puede desconocer que mucha gente continúa irrespetando la buena legislación existente, talando árboles inclusive en zonas protegidas. Este es uno de los grandes retos para cualquier gobierno y para la sociedad en su conjunto, de cara a encarrilar el desarrollo hacia la sostenibilidad.
Soy consciente que aún nos hace falta investigar sobre pantanos y manglares, charrales y tacotales, territorios destinados a pastizales para la ganadería, las tierras para el cultivo del arroz, para el café, el banano, la piña, las flores y otros cultivos. Empero, concluimos por ahora que vivimos en un país cuya tierra es una bendición por su fertilidad, en casi toda la extensión de los más de 51.179,92 Km2 (dato del 2021). No avalamos la forma como está distribuida la tierra, pues resulta claro el grado de concentración que se ha producido; tampoco concordamos con una buena parte de las políticas públicas implementadas por diferentes gobiernos para el sector agropecuario. Pero, reconocemos el gran esfuerzo que se ha hecho, desde hace poco más de una década en la recuperación del bosque, lo que ha favorecido también la biodiversidad de nuestra flora y fauna.
Si sobre este suelo fuéramos capaces de adoptar políticas de equidad y justicia social y se concediera a la agricultura la importancia que ella posee para impulsar un desarrollo sostenible y sustentable, podríamos convertirnos en una sociedad mucho más pujante; los agricultores, la agricultura volverían a ser una poderosa palanca para lograr un futuro promisorio, donde haya bienestar y democracia plena para todas las personas. Entonces nuestro suelo podría ser nuestro cielo.