¿Debo siempre estar en la punta de los avances tecnológicos?
Frank Rosich frosich@esicomsa.net | Viernes 11 enero, 2019
Una vez, los militares de Estados Unidos capturaron un avión caza ruso MIG y al estudiarlo se dieron cuenta que utilizaban electrónica de tubos, aquella que se empleaba en los televisores viejos y que había que esperar a que calentaran. Se pusieron muy contentos al ver que su archienemigo usaba tecnología obsoleta y que no tenía circuitos integrados y microprocesadores como los aviones caza de los americanos, hasta que alguien pensó que tal vez, no era tan mala idea.
En el caso de que ocurriera la explosión de una bomba nuclear, se genera un pico electromagnético que puede freír los circuitos integrados y microprocesadores, pero no así los tubos que por su naturaleza eran más resistentes. ¿Sería que los rusos habían pensado en esa posibilidad y lo diseñaron para que su avión pudiera seguir funcionando incluso a pesar de una explosión nuclear?
Otra historia simpática, aunque no podría asegurar que sea cierta, es que la NASA gastó millones de dólares en desarrollar un bolígrafo que funcionara en gravedad cero para que los astronautas tomaran nota e hicieran sus reportes mientras estaban en el espacio. Sin embargo, de nuevo, los soviéticos habían solucionado el problema usando lápices de grafito.
Estas dos pequeñas historias nos ilustran uno de los principios de la ingeniería, que —a veces— por querer estar a la moda, nos olvidamos de él: use la solución más sencilla o visto de otra forma, utilice el sentido común para resolver de la forma más sencilla un problema. En estos tiempos modernos se observa cómo el sentido común es el menos usado de los sentidos.
A veces desechamos sistemas, herramientas y personas que hacen el trabajo de forma excelente solo por el hecho de ser obsoletas y querer modernizarnos. Esta no es una razón suficiente para desechar algo que sí funciona.