Desigualdad y pobreza en Costa Rica
Alberto Salom Echeverría albertolsalom@gmail.com | Martes 23 febrero, 2021
Comenzaremos por decir algo muy sencillo, pero muy importante. Desigualdad y pobreza no son lo mismo. Es bueno decirlo, porque con frecuencia quedamos atrapados en una especie de sinonimia, que es cuando convertimos dos o más conceptos en sinónimos, cuando no lo son. Es básico entender que una persona o grupo de personas de similar condición social, por ejemplo, los ubicados entre el 10% más pobre, no por vivir en un país desarrollado, significa que sean menos desiguales con respecto al 10% más rico, que aquellos que habitan en un país subdesarrollado. Estados Unidos es uno de los países más desiguales del planeta, aunque es uno de los más ricos y desarrollados. (Wilkinson, R y Pickett. K. Turner publicaciones SL,2009)
Dicho lo anterior, procedemos a afirmar que, si bien pobreza y desigualdad no son lo mismo, sí son enfoques complementarios. Pero, hemos de insistir, “…con diferencias centrales para definir las prioridades de agenda, para las estadísticas y para la formulación de políticas.” (Mazzola, R. 2019). Enseguida, hay que reconocer que, la situación se torna un poco más compleja, ya que, hay diferentes conceptos y parámetros tanto para definir y medir la pobreza, como la desigualdad. Así, llegamos a convenir que pobreza y pobreza extrema se refieren a carencia o escasez de bienes y servicios, con los cuales satisfacer necesidades básicas; mientras que la desigualdad apunta a la forma como se distribuye de manera no uniforme un elemento, ya sea el ingreso, la educación, salud u otros servicios sociales. De allí se colige que la pobreza es un concepto descriptivo, más estático, que indica carencia de algo. Desigualdad nos remite en cambio a una relación entre dos o más estratos de la población y es por lo tanto más dinámico. Nos da la distancia que existe entre el 10% más pobre y el 10%, o el 1% más rico, en términos de educación, salud, ingresos, etc.
Normalmente, la reducción de la pobreza responde más a políticas de corto plazo en áreas como asistencia social, el costo del transporte, o la afectación de los salarios mínimos de la población. La desigualdad demanda una complejidad mayor, ya que se debe partir de un análisis mucho más sistémico que tome en cuenta la variable económica, la de la salud, el medio ambiente sano, la educación, la vivienda y desde luego el empleo. Así las cosas, un gobierno puede afectar la variable de la pobreza, logrando una reducción de un punto porcentual, y al mismo tiempo, si no se acometen políticas públicas sistémicas, de mediano y largo plazo, puede experimentar un ensanchamiento de la brecha social entre ricos y pobres, entre géneros, o entre el país urbano y el rural.
Esto es lo que viene ocurriendo en los países de América Latina, y de manera particular en nuestro país. Hasta antes de la pandemia de la COVID-19, se produjeron mejoras en la reducción de la pobreza, mas no de la desigualdad. Se afirma con certeza, que América Latina es la región más desigual del planeta, aunque no es la más pobre. La región más pobre en el mundo es el África subsahariana. Costa Rica tiene el dudoso privilegio de ser uno de los países más desiguales de Latinoamérica y por lo consiguiente del mundo. Por lo tanto, el ritmo conforme al cual ha crecido la desigualdad social en nuestro país en este siglo XXI, es asimismo uno de los más acelerados en la región. Ya no nos ajustamos al mito con el que nos dábamos a conocer otrora en el mundo, de ser una tierra donde todas las personas éramos “igualiticos”; no nos ajustamos a ello, no solo porque nunca fue cierto (fue un mito que sirvió de argamasa o pegamento para darle cierta solidez a la construcción del “Estado Republicano”) sino porque, en los últimos años, con breves lapsos de excepción, nos hemos hecho más desiguales todavía; desde lo social, lo territorial (entre zonas urbanas y rurales y al interior de las mismas), entre etnias y en general entre hombres y mujeres; aunque en esto último hay algunos espacios de la economía en los que la disimilitud ha disminuido en beneficio de las mujeres.
En políticas públicas, se ha probado en diferentes contextos, que la reducción de la pobreza se estanca en cierto momento, mientras no se avance en reducir la desigualdad (Piketty, T. Fondo de Cultura, 2014). Esto es clave en Costa Rica, porque nos remite al hecho de que para progresar realmente del punto al que hemos llegado, es necesario adoptar una agenda global, que tenga en cuenta la situación ambiental, lo que implica las políticas de descarbonización, y éstas junto con las que tienen que ver con la mejora de la salud, la educación, la vivienda, el empleo y la recreación (deporte, arte, música, danza, cine, teatro, etc.) Aún más, debe haber una concomitancia o relación entre las políticas dirigidas a paliar la pobreza y pobreza extrema, con las que pretenden reducir las brechas de desigualdad. El tema de la reducción del déficit fiscal es un “nudo gordiano”, difícil de resolver por todos los intereses que hay de por medio. Pero es imprescindible acometer su solución. Desde luego, no es lo único en lo que debemos fijar nuestra atención, ni se debe abordar aisladamente respecto de otras variables. Otra cuestión que deseo advertir es la siguiente: una atención meramente fiscalista del problema no ha probado progresos significativos para mejorar el bienestar de las clases sociales más necesitadas de la población.
Dice Roxana Mazzola de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) que, aunque las desigualdades son tan enormes en América Latina y en otros contextos, se muestran remisas a disminuir por cuanto las estadísticas no registran las magnitudes reales del fenómeno. Ella nos remite al respecto a los trabajos de Atkinson, Piketty, y Sáez -todos del 2011- donde se muestran las limitaciones de las encuestas para captar sobre todo los ingresos altos de la población. Con frecuencia, cuando quedan dentro de la encuesta, no las responde o esconden sus recursos. Los ingresos son medidos por el coeficiente de Gini; pero a este se le escapan los registros de capital, la renta global de los más ricos. (Abordaré este tema en otro artículo).
Debemos persistir en atacar el tema de la desigualdad con urgencia, con perspectiva de desarrollo sostenible y sustentable con el planeta y con las generaciones futuras, so pena si no lo hacemos de seguir presenciando el estancamiento del crecimiento económico con equidad; si no buscamos consensos para acometer esa gran tarea, veremos reducirse las posibilidades de atender el flagelo del calentamiento global, y terminaremos afrontando crecientes niveles de pobreza con delincuencia en nuestro medio social.