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El cazador de plantas que arriesgó su vida por una orquídea y acabó secuestrado por la guerrilla en Colombia

BBC World Service - Serie "Outlook" | Martes 05 agosto, 2025


Tom Hart Dyke
Nicola Stocken
La pasión por las plantas llevó a Tom Hart Dyke a una de las zonas más peligrosas del mundo.

"Tienen cinco horas antes de que les volemos la cabeza".

Eso les anunciaron a los británicos Tom Hart Dyke y Paul Winder un día hace 25 años, en medio de la selva en Colombia.

Había llegado el momento que temieron durante tres meses en cautiverio: el posible fin de sus vidas.

Paul, un banquero mercantil de 29 años que estaba en un año sabático y había viajado extensamente por África y el sudeste asiático, se puso a rezar.

Tom, quien tenía 24 años y había pasado los últimos dos recorriendo el mundo en busca de plantas, tomó el diario que había mantenido en secreto de sus captores y se puso a dibujar.

"Comencé a garabatear un jardín. Mi esperanza era la vegetación".

Era, además, su pasión.

Planeó llenar el jardín amurallado de su casa en Inglaterra con las plantas que había encontrado en sus viajes.

Ideó su diseño, e imaginó el futuro que aparentemente no iba a ver.

"Pensé: haré un mini mapa del mundo en el terreno, y en cada región sembraré las semillas que he ido enviando a casa".

Y de repente, así nomás, hubo un cambio de las personas a cargo del grupo que los mantenía cautivos y se retiró la amenaza de muerte inmediata.

El peligro seguía presente, pero Tom había descubierto un lugar al cual retirarse en momentos difíciles.

Cada vez que necesitaba escapar, se transportaba a su jardín imaginario, y cuidaba no solo las plantas sino también su estado mental.

Pero si bien era cierto que su pasión lo estaba salvando, también fue por ella que había terminado en esa situación.

Del castillo al mundo

Tom es un cazador de plantas de Reino Unido y terminó secuestrado en una jungla implacable al otro lado del mundo, mientras buscaba orquídeas desconocidas.

No sólo su quehacer es inusual; Tom no es alguien común y corriente.

Para empezar, vive en un castillo: el castillo de Lullingstone, en Kent, Inglaterra.

Pórtico del castillo
Getty Images
El castillo de Lullingstone es una mansión histórica que ha estado habitada por miembros de la familia Hart Dyke durante veinte generaciones.

"Ha sido nuestro hogar familiar desde que nos mudamos ahí en 1361.

"Originalmente era una granja que fue creciendo a lo largo de los siglos hasta llegar a tener unos 4.000 acres. Ahora tiene unos 120 acres".

La actual mansión, con vistas a un impresionante lago, se construyó en 1497 y desde entonces miembros de la realeza, incluido Enrique VIII, han sido visitantes habituales.

"Es un lugar fantástico para crecer, de una belleza natural excepcional. Por eso estoy tan interesado en las plantas".

Pero lo suyo es más que un interés, es una obsesión que heredó de su abuela.

"Ella siempre fue una entusiasta de la botánica, de la belleza pura y la diversidad del mundo vegetal.

"Mi mamá recuerda que cuando yo tenía unos tres años me dijo: 'Aquí tienes unas semillas de zanahoria y una pala. ¡Ensuciate las manos! Hasta que no se te muera una planta, no habrás aprendido nada'. Y esa fue mi lección en la vida", cuenta.

"Ella es la razón por la que tengo clorofila en mi sangre", agrega.

Y fue su abuela quien lo introdujo en el mundo de la "cacería de plantas".

En las noches, relata, en vez de leerle libros para niños, le relataba historias del siglo XVIII sobre largos viajes para traer especímenes desconocidos, como el de Joseph Banks con el capitán Cook en el HMS Endeavour.

"¡Era fantástico!", dijo.

El amor de Tom por las plantas y su pasión por los viajes siempre fueron de la mano.

Algunos de sus primeros recuerdos provienen de la época en que el trabajo de su padre llevó a la familia a vivir a Botswana, y le permitió ver las maravillas de África.

"Ver las avenidas de jacaranda púrpura y la Ventana de Dios, el más asombroso bosque de nubes, en Sudáfrica, o los árboles baobab, o las orquídeas creciendo en los árboles... ¡Fue absolutamente revelador!".

árboles de baobab
Getty Images
Los árboles de baobab fueron una de las muchas maravillas que fascinaron a Tom en su infancia y adolescencia.

No había vuelta atrás: su destino estaba marcado. Se la pasaría viajando en busca de plantas.

En 1996, partió para su primera aventura en solitario: un viaje en bicicleta a Portugal. Tenía 20 años y estaba ansioso por ver más del mundo, aunque quizás no fue muy bien preparado.

"Lo que no calculé fue que sin una bicicleta de montaña los Pirineos serían una experiencia muy dolorosa, pero me ayudó a prepararme física y mentalmente para el gran viaje que vendría".

Ese gran viaje sería el que terminaría en Colombia.

Entrada sin salida

Su primera expedición de búsqueda de plantas empezó con un año en el sudeste asiático estudiando orquídeas y luego otro en Australia, incluidos cuatro meses en Tasmania.

Enviaba semillas de plantas a casa, y había persuadido a clubes y organizaciones hortícolas para que financiaran sus hazañas.

En el camino, ahorró un dinero con la esperanza de cumplir un deseo de todo botánico: ver los árboles de secuoyas de California, que crecen hasta la asombrosa altura de 90 metros y ocho metros de ancho.

"Fue una experiencia espiritual".

Como le quedaba algo de dinero, se fue "más al sur... a México, a las Barrancas del Cobre, que son 10 veces más grandes que el Gran Cañón".

"Luego tuve una sensación como electromagnética que me atrajo más al sur, alentado por Paul Winder, a quien acababa de conocer", comenta Tom.

"Nos hicimos amigos al instante, a pesar de que éramos muy distintos: yo, extrovertido y él, introvertido", continuó.

"Me habló de un área llamada el Tapón del Darién".

El Tapón del Darién, en la frontera entre Panamá y Colombia, es el único camino terrestre que conecta América Central y del Sur, una franja de unos 100 kilómetros de tierra montañosa sin carreteras, solo densa selva tropical y pantanos.

En ella hay naturaleza maravillosa, y en algunos casos, también peligrosa.

Ambientalistas y testigos reportan la existencia de serpientes, alacranes, jaguares, pumas, tigrillos, cerdos salvajes, zorros y perros de monte, sin olvidar la malaria.

Y en ese año 2000 en el que Tom y Paul estaban viajando, a esos depredadores naturales se les sumaba el peligro que representaban bandidos, narcotraficantes, contrabandistas de armas, así como miembros de guerrillas de izquierda, protagonistas de una guerra civil en Colombia, que se escondían en esa selva.

Vegetación en el Tapón del Darién
Getty Images
El tapón del Darién está lleno de biodiversidad, pero también de peligros, no solo por su fauna salvaje, también por los contrabandistas que se encuentran en la zona.

"Había algo de la naturaleza agresiva de esa selva tan pristina, botánicamente tan poco explorada y tan desafiante" que resultó irresistible para los jóvenes aventureros.

Decidieron internarse en ella, a pesar de las advertencias del Ministerio de Relaciones Exteriores británico.

"Nos dijeron que no fuéramos. Les expliqué mi amor por las orquídeas, y pensaron que estaba completamente loco. Nos dijeron: 'Por favor, no vayan. La gente entra por un extremo y nunca se les vuelve a ver'".

Montaña rusa de emociones

Tom estaba siguiendo los pasos de sus héroes de la infancia que se habían aventurado en lo desconocido.

Y quería encontrar una orquídea no catalogada para nombrarla en honor a su querida abuela.

Entonces él y Paul empacaron mosquiteros y comida para dos semanas en sus mochilas, y partieron desde Panamá.

No tenían mapas y su único medio de transporte eran los pies.

"El follaje que nos rodeaba era maravilloso... era el más intimidante pero hermoso lugar, y no había nadie alrededor", dijo Tom.

Pasaron casi siete días caminando solos y estaban satisfechos con su progreso, y estimaron que estaban a solo dos días de América del Sur.

Se toparon con gente que se ofreció a guiarlos, pero pensaron que no necesitaban ayuda. Era un lugar hostil, pero para ellos era un "país de las maravillas".

"Y luego conocimos a un tipo llamado Carlos. Mi español no era bueno pero entendí que nos ofrecía cambiar dinero, pues estábamos entrando en Colombia, y también servirnos de guía", cuenta Tom.

"Al principio no quisimos, pero pronto nos dimos cuenta de que íbamos a tener que confiar en él. No sabíamos adónde diablos íbamos, el camino se hizo más estrecho y la forma de la topografía cambió", agrega.

Acordaron con Carlos y un amigo suyo una modesta tarifa por su ayuda.

"Y luego, las maravillosas orquídeas que colgaban de los árboles entraron en juego: cualquier pensamiento de peligro simplemente se disipó; nos arriesgamos", señala.

El explorador dijo que "valió la pena", pues conocían el camino exacto. Los siguieron casi dos días, y el 16 de marzo -un día que nunca olvidarán- estaban a 45 minutos de salir al otro lado, a Colombia.

La orquídea Espíritu Santo
Getty Images
El sueño era hallar plantas salvajes raras e ignotas, como lo fue Peristeria elata, nombrada por William J. Hooker en 1931 y que parece tener una paloma en el centro.

"Almorzamos y cuando terminamos y estábamos recogiendo nuestras mochilas, aparecieron tres chicos de edad escolar en uniforme de combate, armados con rifles M16 y AK 47", continúa Tom.

"Nuestros dos guías se detuvieron en seco, cayeron al suelo cuando les pusieron las armas en la cabeza, y colocaron sus manos detrás de sus espaldas.

"Es extraordinario el contraste entre estar alucinado por la belleza del lugar y el tremendo susto. Y es increíble cómo ceden las rótulas: mis rodillas cayeron al suelo apenas sentí el M16 en mi sien", recordó.

Llegaron más guerrilleros, todos jóvenes y también nerviosos: se habían topado con dos extranjeros en medio de esa selva, y no sabían muy bien qué hacer.

Así comenzaron nueve meses de cautiverio que Paul más tarde describiría como "una montaña rusa de emociones".

Patrullas de orquídeas

Poco después de atraparlos, los guerrilleros les dijeron que iban a exigir un rescate de US$5 millones por cada uno, pero al final no lo hicieron.

En general, sus captores los trataron bien, incluso le dieron antibióticos a Paul para una infección en el pie, y más tarde bromearían con que habían ganado peso gracias a su dieta de carne y plátanos.

Pero inevitablemente los británicos tuvieron dificultades para adaptarse al duro terreno cuando los rebeldes los obligaban a seguir avanzando para evitar ser descubiertos.

"No estamos acostumbrados a ese ambiente. Ellos eran muy fuertes y no siempre podíamos seguirles el ritmo.

"Hubo momentos malos, momentos buenos, momentos aterradores y momentos fantásticos", resumió.

Para Tom, esos momentos fantásticos estaban llenos de flores.

Tom en la selva
Tom Hart Dyke
Ni el riesgo que corría sofocaba el entusiasmo de Tom por las plantas.

Aunque estaban secuestrados, Tom cuenta que los llevaron al "más extraordinario" bosque repleto de orquídeas maravillosas.

"¡Y me dejaban ir en patrullas armadas para traerlas al campamento!".

"Hice jardines de orquídeas en cautiverio, y cada una, hasta donde yo sabía, era completamente nueva para la ciencia", indicó.

Tom intentó llevárselas de un campamento a otro, "pero al final, los guerrilleros se cansaron pues me demoraba mucho empacándolas".

Suena idílico, pero había una rotación constante de personas y personalidades que los mantenían cautivos, así que Tom y Paul no podían predecir lo que sucedería de un momento a otro.

A veces se sentían cómodos y capaces de bromear con sus captores. Otras, tenían una pistola apuntándoles a la cabeza.

Hasta que llegó ese día en el que les anunciaron que los iban a matar, y los encerraron separados en dos chozas.

No están vivos

En la soledad de su encierro, en las que serían sus horas finales de vida, Tom se transportó mentalmente a su hogar ancestral, y soñó con crear un jardín.

"Fue una fantasía que no solo me salvó la mente, me salvó la vida, no solo ese día, sino los que siguieron", dijo.

Fueron seis semanas de marchar de forma forzada e incesante que les dejó "desgastados".

Para soportarlas, Tom imaginaba cada detalle de su jardín soñado.

Tras ese duro periodo, Tom y Paul notaron que los habían llevado cerca de donde los habían encontrado:

"Llegamos a este increíble valle, y uno de los soldados vino y simplemente dijo: 'Tom y Paul, son libres de irse. Si alguna vez regresan o traen a alguien aquí, los torturaremos a ustedes y a sus amigos y los ejecutaremos. Y aquí están todas sus cosas'".

Luego, les devolvieron todo lo que le habían tomado nueve meses antes, como licencias de conducir y pasaportes.

A Paul le dieron US$1.500 en "cheques viajeros" que se solían usar en aquel momento y les dijeron: "Vayan por ese camino".

"Por supuesto, inmediatamente salimos corriendo.

"Seguimos el camino hasta una antena de radio... ¡y nos secuestraron de nuevo!", cuenta.

Resultó ser otra división del mismo grupo guerrillero, así que cuando -con un arma apuntándole a la cara- Tom les explicó que los habían dejado ir, los liberaron.

Pero el camino tenía una encrucijada, y se fueron en dirección errada.

"Terminamos en un pantano y pasamos días sumergidos en agua... no quiero ser dramático, pero era como una película de Indiana Jones: las serpientes realmente cuelgan de las ramas. Para dormir, flotamos sobre masas de raíces entre dos árboles", relató.

"Estábamos física y mentalmente terminados; la jungla nos iba a matar", comentó.

Tom y Paul abrazados sonriendo
Getty Images
Tom y Paul en el aeropuerto en Londres, al llegar en diciembre de 2000.

No les quedó más remedio que deshacer su camino.

Afortunadamente, habían marcado los árboles a medida que avanzaban con una cuchilla así que, aunque casi muertos, pudieron llegar a la antena de radio.

Y, milagrosamente, regresaron a los brazos de sus captores.

Nuevamente terminaron en el suelo con unas M16 apuntándoles, mientras los guerrilleros les preguntaban: "¿Dónde está el ejército?".

"No señor, no trajimos a nadie, simplemente estamos perdidos. Queremos irnos. ¿Pueden darnos mejores indicaciones?", contestaron.

Les dijeron que doblaran a la derecha, no a la izquierda.

"Lo hicimos y, en pocas horas, nos topamos con dos guardaparques que nos llevaron a su cabaña donde tenían un radio para comunicarnos con la embajada", contó Tom.

Cuando conversaron con el embajador, el funcionario les dijo: "No, ellos murieron hace tiempo. Nos hacen muchas de estas llamadas, así que voy a colgar ya".

Colgó, pero tomó una llamada más, en la que preguntó por los datos personales de ambos.

"Nunca había visto un caso como el nuestro en 50 años de Guerra Civil. Sencillamente no podían creer que estábamos vivos".

Apenas los convencieron, todo se aceleró: "una lancha rápida de la Cruz Roja nos recogió, autos a prueba de balas nos llevaron a un jet privado que nos transportó de regreso a Bogotá, y terminamos en la residencia del embajador en menos de 24 horas de estar en la selva".

Agradecido con los captores

Tom y Paul regresaron a casa el 21 de diciembre, justo a tiempo para Navidad.

Pero, tras tan larga y traumática experiencia, a Tom le tomó un tiempo reajustarse.

"Pasé dos semanas en mi cama sudando", recordó.

"Ese enero de 2001 abrí mi diario, que desprendió ese fétido olor y el calor de la jungla. Pero casualmente se abrió en la página en la que estaba el jardín de mis sueños", añadió.

El jardín con los continentes separados, aún no plantado
KEO Films
Tom empezó a hacer realidad su sueño: un mapamundi en el que plantaría las especies de cada región...
El jardin
Stephen Sangster
... y hace 20 años, The World Garden abrió sus puertas al público.

Cinco años más tarde, lo que Tom imaginó ese azaroso día que le dijeron sería su último de vida se hizo realidad, cuando The World Garden ("El Jardín Mundial") se abrió al público en los terrenos de la casa de su familia.

Él y su abuela tuvieron nueve años más juntos antes de que ella falleciera en 2010.

Tom finalmente encontró en México una especie de planta a la que pudo bautizar en honor a ella, a quien él llamaba Crac. Así que su descubrimiento se llama el Penstemon Crac's Delight.

Es una de las alrededor de 8.000 especies albergadas en The World Garden, que recibe unos 10.000 visitantes al año y que celebra su 20º aniversario.

"Colombia me hizo quien soy. Me hizo darme cuenta de que debo vivir cada día al máximo", le dijo al botánico a Stuart Maisner de la BBC.

"En retrospectiva, estoy agradecido con nuestros captores, porque sin ellos nunca habría tenido mi hermoso jardín. Significa mucho para mí", declaró.

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