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En primera persona: la democracia no es perfecta, las dictaduras son peores

Redacción La República redaccion@larepublica.net | Miércoles 09 agosto, 2023


George Rodríguez Oteíza


George Rodríguez Oteíza

Corresponsal internacional independiente

Revista Petra, Informativo JBS

La solución para combatir las imperfecciones de la democracia -que, indudablemente, existen- no radica en abandonarla para optar por el totalitarismo.

Sin embargo, tal es el cuadro de situación que presenta el más reciente informe de

Latinobarómetro, cuyos alarmantes datos tienen que, necesariamente llamar a la reflexión, lo mismo a los populistas de cúpula que a los de base.

En ese análisis –“Informe 2023”-, dado a conocer el 25 de julio, la plataforma regional especializada en el análisis de la democracia en América Latina señaló “la debilidad de las elites simbolizadas en los presidentes de la república”, como un componente destacado en la erosión del sistema democrático regional.

El desglose del caso presenta “21 presidentes condenados por corrupción, 20 presidentes que no terminan su mandato, presidentes que fuerzan su estadía en el poder rompiendo las reglas de reelección”, a lo que se suma el hecho de que “un tercio de los presidentes elegidos (…) han transgredido las reglas de la democracia”, indicó, a manera de irrefutable denuncia.

En esa dramática realidad, “valen más los personalismos, que terminan opacando a los partidos políticos”, señaló, a continuación, para precisar que “esta debilidad lleva a la atomización del sistema de partidos, donde se desploma su imagen y legitimidad”.

Es entonces cuando la corrupción se constituye en el principal factor de erosión de la voluntad democrática de la población.

En el caso de los tres ejemplos mencionados antes, Guatemala es, al momento de redactar este comentario, el convulsionado escenario de una ilegal movida política, por parte de los poderes fácticos –“the powers that be”-, para impedir que, en la votación presidencial de segunda vuelta -programada para agosto-, participe el candidato centroizquierdista Bernardo “tío Bernie” Arévalo.

El aspirante al más codiciado trabajo nacional, imprevistamente, pasó, del octavo puesto en la intención popular de voto -con 2.9 por ciento, menos de un punto por encima del margen de error: 2.8 por ciento-, al segundo lugar -con 11.8 por ciento, apenas 3.9 puntos después de la centroderechista Sandra Torres, en su cuarto intento presidencial, con 15.7 por ciento-.

En la contigua Honduras, luego de haber violado la Constitución y manipulado la votación para hacerse reelegir como presidente (2014-2018, 2018-2022), el corrupto Juan Orlando Hernández -conocido como JOH, por sus iniciales- fue extraditado, en 2022, a Estados Unidos, para ser procesado por actos de corrupción -por ejemplo, altamente lucrativa participación en actividades de narcotráfico-.

El caso de Perú es particularmente ilustrativo de la criminal erosión del sistema

democrático, por parte de dirigentes políticos y gobernantes profundamente corruptos.

Tres mandatos presidenciales fueron cumplidos -en este siglo- según los tiempos

constitucionales -Alejandro Toledo (2001-2006), el segundo de Alan García (1985-1990, 2006-2011), Ollanta Humala, un militar retirado, ex comandante del Ejército del Perú, (2011-2016)-.

A continuación, el agitado ambiente político del andino país sudamericano registra, en el período 2016-2022, seis titulares de la presidencia surgidos de elecciones -en promedio estrictamente matemático/estadístico, a demencial razón de uno por año, más la interina actual.

En su analítica visión, Latinobarómetro hizo puntual mención a “los motivos que explican la recesión democrática de la región expresada en el bajo apoyo que tiene la democracia, el aumento de la indiferencia al tipo de régimen y preferencia por el autoritarismo se pueden expresar en principalmente tres dimensiones”.

“Por una parte, las crisis económicas que influyen negativamente pero no de manera

principal en el declive de la democracia”, comenzó a explicar, para agregar que “las crisis económicas aumentan las desigualdades, aumenta el número de pobres y tensiona las demandas de la población que se vuelven totalmente inelásticas”.

“Por otra parte, deficiencia de la democracia en producir bienes políticos que demanda la población”, teniendo en cuenta que “los principales bienes políticos son la igualdad ante la ley, la justicia, la dignidad, la justa distribución de la riqueza”, indicó, a continuación.

En este punto, precisó que “la corrupción, los personalismos, el uso del poder para otras cosas que no son el bien común, entre otras cosas, minan el avance de la producción de bienes políticos”.

“En tercer lugar el desplome del desempeño de los gobiernos, su falta de capacidad de responder a las demandas de políticas públicas”, planteó.

Respecto al tema de los gobiernos autoritarios, Latinobarómetro informó -en calidad de advertencia- que existe “un contingente minoritario, pero estable, de ciudadanos que prefieren un régimen” de tal naturaleza, y reveló que, en ese sentido, “se observa un aumento significativo desde el 13% en 2020 al 17% en 2023”.

Ello indica que “estamos frente a un contingente sustantivo y persistente de ciudadanos que prefieren el autoritarismo”, explicó.

Los alarmantes datos producidos por Latinobarómetro, hacen recordar, por ejemplo, cómo la democracia de “la Suiza Latinoamericana” -Uruguay-, fue minada por un par de sucesivos presidentes civiles partidarios del autoritarismo -dando espacio y tiempo a una de las más brutales, y corruptas, dictaduras militares (1973-1985) en la región-.

Fue uno de varios criminales regímenes de facto que, desde mi trinchera periodística, en la región, aporté a combatir -algunos de los cuales me persiguieron, y estuvieron próximos a capturarme-. Habiendo pasado “por donde asustan”, siento particular preocupación por la radiografía que Latinobarómetro presenta -en realidad, una ratificación de la tendencia que sus informes vienen, hace tiempo considerable, poniendo de manifiesto-.

El peligroso panorama requiere, entre otras acciones, rescatar -y mantener vigente- la memoria histórica.

Ello, para quienes no vivieron bajo las dictaduras latinoamericanas del siglo pasado, lo mismo que para quienes pasaron por esa brutal realidad, pero al parecer, olvidaron lo que eso fue.

Ese rescate es parte de la obligación moral que tenemos quienes, para los dictadores, no aceptamos ni perdón ni -mucho menos- olvido.







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