Genocidio armenio. Quiebre de la civilidad y atentado a la condición humana
Marcelo Garabedian marcelogarabedian@yahoo.com | Viernes 03 mayo, 2024
Marcelo Garabedian
Universidad de Buenos Aires. Argentina
Armenia es un país que se encuentra en la región del Cáucaso. Actualmente posee una extensión y una población diminuta. Su territorio es de casi treinta mil kilómetros cuadrados y su población apenas alcanza los tres millones de habitantes.
En su historia milenaria se reconocen los relatos bíblicos del Génesis sobre el Arca de Noé y el famoso y mítico Monte Ararat. Este pueblo fue de las primeras civilizaciones en adoptar la religión cristiana y su monasterio de Etchmiatzín, erigido en el siglo IV d.c, al igual que el Monasterio de Khor Virap, se han transformado en sitios referenciales y lugares de peregrinaje para buena parte de la grey de la iglesia apostólica armenia de la región y del mundo.
El 24 de abril de 1915 marca sin dudas una bisagra para los armenios. Sin embargo, el Genocidio hunde sus raíces a partir el último cuarto del siglo XIX, con la consolidación de los nacionalismos en Europa y el resquebrajamiento del Imperio Otomano en Europa del Este. La derrota de los ejércitos del Sultanato ante las fuerzas del Zar en 1888 obligó a Turquía a firmar el Tratado de San Stéfano por el cual además de ceder territorio, se obligaba a garantizar la seguridad de la población armenia. Durante esos años comenzaron a aflorar los primeros movimientos nacionalistas armenios y la creación de sus partidos políticos, hecho que aumentó la desconfianza y la sensación de amenaza por parte de los gobernantes del imperio. En este contexto se llevaron adelante las masacres de más de doscientos cincuenta mil armenios ordenadas por el Sultán Abdul Hamid II.
Con el golpe de estado realizado por un grupo de oficiales conocidos como los “jóvenes turcos” a partir de 1908, como consecuencia de las derrotas militares y del desmembramiento del Imperio, se ejecuta un proyecto político, conocido como “panturquismo”, que buscaba lograr una homogeneidad cultural y étnica, excluyendo y hostigando a las minorías. En este marco de recrudecimiento de la represión se explica la “Masacre de Adaná” de 1909, en donde fueron asesinados treinta mil armenios en dicha junto al saqueo e incendio de sus casas e iglesias. El gobierno de los “jóvenes turcos” consolidó su proyecto “nacionalista turco” sobre la base del exterminio de las minorías.
La participación en la Primera Guerra Mundial fue visto por el gobierno turco como una oportunidad de llevar adelante el exterminio y la posibilidad de recuperar parte de la grandeza perdida a lo largo de los años. En abril de 1915, el Genocidio comienza con el encarcelamiento y ejecución de más de 250 líderes comunitarios armenios. En mayo de ese año se establece la infame “Ley temporaria de deportación” que implicaba el traslado forzoso de la población armenia hacia Siria a través del desierto de Deir ez Zor. Se calcula que perecieron alrededor de seiscientos mil armenios.
A pesar de la derrota turca en la guerra y de los nuevos tratados, Mustafá Kemall Ataturk continuó con su política de exterminio y deportación. De los más de dos millones de armenios que habitaban en el Imperio Otomano, un millón y medio fueron asesinados y junto con ellos cerca de doscientos cincuenta mil griegos y un número similar de asirios.
Hoy, nos encontramos ante una nueva reconfiguración del orden mundial (que incluyen las finanzas, los recursos naturales y el equilibrio de poder), y nuevamente Armenia, junto a otros pueblos, reaparecen en la portada de los diarios. Observamos tristemente los sucesos de la República de Artsaj (Nagorno Karabahg) y la guerra Azerbayán y el asedio constante al que es sometido el pueblo armenio.
Las consecuencias de no condenar a los responsables del genocidio y la imposibilidad de evitar las constantes violaciones del estado turco a los tratados internacionales, llevó a decir a decir a Adolf Hitler en los momentos previos de la invasión alemana a Polonia, “¿quién se acuerda hoy de la matanza de los armenios?”. Una anécdota demasiado peligrosa que es necesario no olvidar. Por este motivo, se torna imprescindible continuar denunciando en todos los ámbitos el “negacionismo” del estado turco. Observando la historia del siglo XX, entendemos por qué es necesario lograr que la tragedia del pueblo armenia sea reconocida por todos los estados y los organismos internacionales. Ese sería un primer avance hacia un orden internacional que garantice la supervivencia de los pueblos.