Hoy me voy a repetir
Juan Manuel Villasuso jmvilla@racsa.co.cr | Martes 06 abril, 2010
Dialéctica
Hoy me voy a repetir
Juan Manuel Villasuso
Hoy me voy a repetir
Juan Manuel Villasuso
Hoy me voy a repetir. Seguramente en temas, conceptos y hasta en palabras algunas de mis columnas pecan por reiterativas. Cada uno va forjando sus propios esquemas mentales y es difícil escaparse de esos ángeles y demonios que lleva por dentro.
Escribiré sobre ética y política pública. Y comenzaré diciendo que el abismo existente entre el discurso ético y las duras realidades del crecimiento regido por el Mercado se está ampliando. Las desigualdades están aumentando. Contrario a las promesas de los globalizadores, las condiciones de las mayorías pobres del mundo no están mejorando significativamente, las brechas se hacen mayores, y varios de los Objetivos del Milenio de las Naciones Unidas no se cumplirán a cabalidad.
Bajo estas circunstancias negativas cabe preguntarse: ¿es acaso posible revertir las tendencias confiando únicamente en las leyes del Mercado? O dicho con otras palabras, ¿debe privilegiarse la eficiencia económica y la competitividad, aceptando implícitamente el carácter ineludible de la polarización social, derivada de la marginalización y exclusión, y concentrar la acción del Estado en políticas sociales compensatorias basadas en la focalización asistencial del gasto fiscal?
¿No sería más conveniente aplicar modelos de economía mixta que vayan más allá de la eficiencia en la asignación de los recursos y de la innovación tecnológica y que tomen en cuenta aspectos fundamentales como lo son el empleo, la distribución del ingreso y la sostenibilidad ambiental?
Estoy convencido de que la clave para reconciliar el crecimiento económico con el bienestar social reside en el ámbito de las políticas públicas, en la habilidad de darle al proceso de desarrollo la guía necesaria, bajo la forma de un proyecto concebido democráticamente, que contenga una adecuada regulación de las esferas pública y privada.
No hay que olvidar que el desarrollo es mucho más que crecimiento económico. La idea de desarrollo conlleva criterios de equidad en lo colectivo y de calidad de vida para cada una de las personas. Implica también la posibilidad de realización individual en un clima de paz, libertad y participación democrática.
El enfoque de lo social, por lo tanto, no debe responder a criterios meramente asistencialistas ni ser un conjunto de acciones focalizadas de carácter remedial y subsidiario del crecimiento económico. Debe ser más bien una visión que busque modificar los factores estructurales y alterar las relaciones de los diversos estratos socioeconómicos con la estructura productiva, a fin de lograr una distribución más equitativa de la riqueza que se produce en forma mancomunada.
Los programas sociales específicos, destinados a mejorar temporalmente las condiciones de vida de los más pobres, a veces ejecutados con criterios clientelistas, no constituyen respuestas adecuadas para asegurar la cohesión social y un desarrollo humano sostenido. Por el contrario, pueden reforzar los factores causantes de la inequidad social.
Es por eso que resulta esencial que las políticas públicas se formulen con visión ética, vinculando cuidadosamente los objetivos de bienestar social y crecimiento económico, en lugar de provocar un enfrentamiento entre ellos. En palabras de Bernardo Kliksberg “un Estado inteligente debe ser capaz de orientar sus políticas a la superación de las gruesas inequidades, impulsar la concertación entre lo económico y lo social y promover la sociedad civil con un papel sinergizante permanente”.
Escribiré sobre ética y política pública. Y comenzaré diciendo que el abismo existente entre el discurso ético y las duras realidades del crecimiento regido por el Mercado se está ampliando. Las desigualdades están aumentando. Contrario a las promesas de los globalizadores, las condiciones de las mayorías pobres del mundo no están mejorando significativamente, las brechas se hacen mayores, y varios de los Objetivos del Milenio de las Naciones Unidas no se cumplirán a cabalidad.
Bajo estas circunstancias negativas cabe preguntarse: ¿es acaso posible revertir las tendencias confiando únicamente en las leyes del Mercado? O dicho con otras palabras, ¿debe privilegiarse la eficiencia económica y la competitividad, aceptando implícitamente el carácter ineludible de la polarización social, derivada de la marginalización y exclusión, y concentrar la acción del Estado en políticas sociales compensatorias basadas en la focalización asistencial del gasto fiscal?
¿No sería más conveniente aplicar modelos de economía mixta que vayan más allá de la eficiencia en la asignación de los recursos y de la innovación tecnológica y que tomen en cuenta aspectos fundamentales como lo son el empleo, la distribución del ingreso y la sostenibilidad ambiental?
Estoy convencido de que la clave para reconciliar el crecimiento económico con el bienestar social reside en el ámbito de las políticas públicas, en la habilidad de darle al proceso de desarrollo la guía necesaria, bajo la forma de un proyecto concebido democráticamente, que contenga una adecuada regulación de las esferas pública y privada.
No hay que olvidar que el desarrollo es mucho más que crecimiento económico. La idea de desarrollo conlleva criterios de equidad en lo colectivo y de calidad de vida para cada una de las personas. Implica también la posibilidad de realización individual en un clima de paz, libertad y participación democrática.
El enfoque de lo social, por lo tanto, no debe responder a criterios meramente asistencialistas ni ser un conjunto de acciones focalizadas de carácter remedial y subsidiario del crecimiento económico. Debe ser más bien una visión que busque modificar los factores estructurales y alterar las relaciones de los diversos estratos socioeconómicos con la estructura productiva, a fin de lograr una distribución más equitativa de la riqueza que se produce en forma mancomunada.
Los programas sociales específicos, destinados a mejorar temporalmente las condiciones de vida de los más pobres, a veces ejecutados con criterios clientelistas, no constituyen respuestas adecuadas para asegurar la cohesión social y un desarrollo humano sostenido. Por el contrario, pueden reforzar los factores causantes de la inequidad social.
Es por eso que resulta esencial que las políticas públicas se formulen con visión ética, vinculando cuidadosamente los objetivos de bienestar social y crecimiento económico, en lugar de provocar un enfrentamiento entre ellos. En palabras de Bernardo Kliksberg “un Estado inteligente debe ser capaz de orientar sus políticas a la superación de las gruesas inequidades, impulsar la concertación entre lo económico y lo social y promover la sociedad civil con un papel sinergizante permanente”.