La vergüenza del ganador
Fabián Coto Chaves redaccion@larepublica.net | Viernes 03 mayo, 2024
Fabián Coto Chaves
Escritor y productor radial
Se cuenta que, durante las primeras guerras de los Balcanes, los serbios cometieron espantosos crímenes contra los albanos. No es un secreto que los pueblos de esa zona hayan sostenido periódicos y feroces combates a lo largo de los años: incursiones y revanchas iban y venían. Pero a inicios de siglo XX, poco antes de la Primera Guerra Mundial, ocurrió algo distinto.
Se rompieron ciertas fibras.
Se infringieron ciertas convenciones.
Y los mecanismos sociales que regían los odios entre aquellas naciones colapsaron.
En determinado momento, sin entrar en más detalles, los serbios se descubrieron incurriendo en acciones abominables. Y allí, justo en ese momento, surgió una suerte de vergüenza patriótica. Algunos historiadores, incluso, consideran que esa circunstancia explica el heroísmo y el arrojo de los serbios cuando combatían a los nazis: en cada partisano serbio percutía una necesidad compulsiva de lavarse la cara y resarcir aquel deshonor.
Primo Levy, que sobrevivió al horror de Auschwitz, menciona que existe una vergüenza del ser humano tras pasar por una experiencia de tal naturaleza. Existe, en sus propias palabras, un sentimiento de corresponsabilidad por el hecho de que algo como los campos de concentración haya sido el resultado de esmeradas y sofisticadas acciones humanas. George Sand opinaba algo parecido: sentía vergüenza de ser francesa, luego de enterarse de las cuatro mil muertes que provocó la represión de los Talleres Nacionales en 1848. Casi un siglo después, otra mujer, Simone Weil, aseguró sentirse avergonzada por la política de colonización de Francia: “No puedo encontrarme con un indochino, un argelino o un marroquí sin ganas de pedirle perdón”. Y Carlo Ginzburg, a su vez, dijo que no era posible sentir nada distinto a la vergüenza respecto a su país.
¿Será cierto que ser ganador equivale a ser cómplice?
¿Resulta inevitable sentir, aunque sea, una ligera sensación de vergüenza ante el hecho de estar vivo?
En el último episodio del programa radial La Telaraña, John Timms (dibujante), Natalia Murillo Quirós (física) y Jurgen Ureña (cineasta y conductor radial) conversaron acerca de Superman y, al menos para mí, fue inevitable pensar en esa sensación de vergüenza virtuosa y patriótica. ¿Será que Superman siente una vergüenza incontenible frente a la pregunta fatal de por qué es él quien sigue vivo y no sus seres queridos? ¿Será que por eso se empeña en “luchar por la justicia”? ¿Acaso esa vergüenza, ligada con un superpoder, le confiere una licencia, a él o a quien sea, para ordenar el mundo y determinar qué es bueno y qué malo? ¿Es por eso, como se cuestionó Jurgen Ureña, que Superman es considerado el boy scout azul que siempre sigue las reglas? ¿O será que, de repente, como sugirió Natalia Murillo, eso explica la necesidad de humanizarlo de forma tal que deje de ser solamente un pájaro o un avión en el cielo?
Superman, en efecto, se enfocó en sus inicios en la solución de problemas cotidianos y sencillos. Del gatito en el árbol al ladrón de bancos. De la abuelita en apuros al malhechor inofensivo. Poco a poco se enfrascó en situaciones más complejas, incluso la guerra, y fue volviéndose, digamos, un superhéroe global. Hoy podríamos decir que sigue desarrollándose en entornos muy diversos y que, ante todo, siempre regresa.
Ahora bien, más allá de esas consideraciones, más allá de las reflexiones éticas, a todos nos surge una pregunta crucial cuando pensamos en Superman: ¿se puede volar como el Hombre de acero? John Timms, quien ha sido dibujante de DC y Marvel, tuvo la misma inquietud y aprovechó para preguntárselo a la física y profesora Natalia Murillo durante La Telaraña.
Spoiler: no se puede.
Según Natalia, solo existen dos formas para volar: como las aves o como los cohetes. Y ninguna de ellas, desde luego, es una cualidad humana. Eso no obsta a que, continuamente, nos asalten ensoñaciones donde volamos y remontamos los cielos. Los psicoanalistas dirían que se trata de la representación de un deseo insatisfecho. Aunque quien quita y sea, también, una forma de vergüenza original.