La carne de los dioses
Candilejas candilejas.cultura@gmail.com | Viernes 08 enero, 2016
Yacen ahí los restos de lo que podría haber sido una mujer chamán, enterrada entre el 700 y el 1500 d.C. No queda nada de ella. Sus huesos se polvorizaron pasando a ser anatomía de la tierra que la sepulta y las 88 piezas de oro halladas en su tumba, dibujan la forma en la que su cuerpo fue colocado: boca arriba.
Cual faraón egipcio, de los 88 objetos, 33 tienen forma de aves, ranas y figuras humanas con rasgos animales; hay cascabeles, dos pectorales, dos brazaletes, diez cintas para la cabeza. Sobresalen discos planos y otros decorados con formas de animales alrededor de lo que fuese su cuello.
En otra civilización muy lejana a la nuestra indígena, el Egipto Antiguo, el brillo del oro evocaba el resplandor del dios, también del Sol. En el “Libro de los muertos”, serie de sortilegios mágicos destinados a ayudar a los antiguos difuntos egipcios en su viaje a la otra vida, dice: “Tu cuello estará adornado y forrado con oro fino…”. Misteriosa similitud en el ritual funerario del siglo VII a.C. en Egipto con los hallazgos que hiciera el arqueólogo Samuel Lothrop en la década de 1950 al sur de Costa Rica, en el campo bananero conocido como “finca 4”.
Es Lothrop quien encuentra estas 88 piezas de oro, cuya posición y recreación de la tumba se pueden apreciar en el Museo del Oro Precolombino en San José.
La curadora de arqueología de los Museos del Banco Central de Costa Rica, Priscilla Molina Muñoz, no duda en que, las grandes cantidades de oro halladas en los enterramientos indígenas de ciertos personajes, dan fe de la existencia de “sociedades complejas y jerarquizadas” de nuestros antepasados.
¿Una mujer chamán? Sí, sorprendentemente en comparación con nuestra sociedad moderna, en las antiguas tribus indígenas costarricenses no había machismo, se cree y solamente los personajes de alta jerarquía espiritual, política o guerrera, eran “enterrados en oro”, ese metal inalterable por excelencia, del que los egipcios creían estaba hecha la carne de sus dioses.
Pero ¿cómo podían producir estos objetos e iconografías de manera tan sofisticada nuestros antepasados? Molina explica que existen dos posibilidades: la primera por “martillado”, lo que significa tomar la pepita de oro, colocarla sobre una base caliente, martillarla hasta convertirla en una lámina para moldearla con cinceles; la segunda, por fundición, es decir, derretir el oro a temperaturas de mil grados centígrados o más. ¿Cómo alcanzar esta temperatura? Es un misterio. La arqueología no ha logrado encontrar respuesta. Lo cierto es que deja la imaginación abierta para pensar en cuántas horas de trabajo y cuántas personas se ocupaban para lograr una sola pieza de oro, ahora imagine 88 para un solo entierro.
La producción del oro “florido” en Costa Rica se ubica entre el 700 y el 1500 d.C., luego decae debido a la Conquista; no solo desaparece el oro, sino aquella iconografía que representaba aves, ranas; hasta cangrejos y langostas, esto debido a las nuevas creencias religiosas que “aculturalizan” aquellas otras de los indígenas.
En realidad, no se sabe quién es este personaje “envuelto” en oro encontrado por Lothrop, pero sí se puede afirmar que en la mitología necrófila mesoamericana (México y Centroamérica), uno de los destinos más bellos del alma sería el “Omeyocan”, un lugar de gozo permanente, en el que se festeja al Sol. Luego, el alma volvería al mundo convertida en un ave de plumas multicolores.
Quizá esto explique la cantidad de piezas en forma de aves. Posiblemente, para muchas tribus indígenas actuales, esta supuesta mujer chamán esté de regreso entre nosotros volando como pájaro, mirando desde el cielo a sus descendientes y esperando para guiarlos al más allá cuando llegue el momento.
Fuentes:
Roberts, David. “Voyage en Egypte”. 1994. Gresle, Francois y otros. “Dictionnaire des sciences humaines”. 1994. Juncos, C. y Sossa, R. (1 de noviembre 2014). El rito de los difuntos. Candilejas/ La República. Pp.24. http://www.nationalgeographic.com.es/
Fotos: Ricardo Sossa y Shutterstock
Editores jefes: Carmen Juncos y Ricardo Sossa
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