Socialismo y gasto público
Socialismo y gasto público
Escribo esta columna días antes del 2 de febrero, día de las elecciones presidenciales en nuestro país.
Sin saber el resultado de las mismas, me permito elaborar sobre los riegos del socialismo desde la perspectiva de las finanzas públicas y los impuestos. Para lo anterior, tomaré como ejemplo un caso real de fecha reciente.
Las elecciones de 2012 en Francia, significaron el retorno del socialismo al poder. Entre los postulados de su campaña política, el hoy presidente Hollande anunció un impuesto a los ricos: en concreto proponía gravar con un 75% los ingresos superiores a un millón de euros. Ante esta intención, resulta anecdótica la decisión del actor Gérard Dépardieu, quien en enero de 2013 adquirió la ciudadanía rusa para evitar los impuestos del socialismo francés.
Este discurso político, estilo Robin Hood, podría resultar atractivo para algunos sectores; sin embargo, esas ideas no pueden sustentar una política fiscal saludable.
Hollande, ya en el gobierno, actuó contrario a lo que dictaba la lógica pero fiel a sus ideales socialistas pues no promovió la racionalización de los gastos públicos en Francia.
El pasado 14 de enero el presidente Hollande (además de eludir las incomodas preguntas sobre la novela rosa en que se ha convertido su vida) rectificó su discurso político al hacer pública su intención de recortar el gasto público en 50.000 millones de euros entre los años 2015 y 2017, a efectos de que el déficit fiscal llegue a ser el 3% del PIB francés.
Además, como parte de lo que denominó “Pacto de Responsabilidad”, Hollande anunció también la creación de estímulos, simplificación de trámites y eliminación de impuestos para las empresas galas con el propósito de crear empleos y estimular la inversión.
Este giro de la trama no devino de otra cosa, sino de la simple reflexión de que los ingresos no podían cubrir los gastos desmedidos.
La idea demagógica de subir impuestos para sostener el gasto público es la crónica de una muerte anunciada. La solución al déficit fiscal no viene de otra forma, sino de la reducción del gasto público y de la mano de estímulos para las empresas de tal forma que los ingresos por concepto de impuestos aumenten de forma orgánica en la misma medida en que la economía se robustece.
Ya en nuestro país, se impone la obligación de disminuir el gasto del Estado. Recientemente se hizo público que el déficit fiscal para 2013 fue del 5,4% del PIB. Del informe dado por el Ministro de Hacienda se aprecia que la recaudación de los impuestos se incrementó en un 9% pero los gastos fueron mayores al incrementarse en un 14%.
La realidad es dura e insalvable en términos de que el gasto público no puede continuar creciendo y es allí donde el discurso socialista (en boga últimamente) no puede nublar los ojos de los ciudadanos: el contribuyente no puede pagar la factura de la atrofia y excesos del Estado.