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Jueves, 26 de diciembre de 2024



CHINA Y COSTA RICA 2024, PUENTES DE PROSPERIDAD


Competitividad basada en la tecnología y la desideologización de la estrategia de desarrollo

Redacción La República redaccion@larepublica.net | Viernes 09 febrero, 2024


Ottón Solís
Ottón Solís. Cortesía


Ottón Solís

Si China se hubiese adherido a las políticas de comercio internacional derivadas de la teoría estática de la “ventaja comparativa”, se hubiese especializado en sectores intensivos en mano de obra barata de pocas habilidades y bajo costo y sólo en la producción de bienes de consumo masivo. Dado el posicionamiento previo de Estados Unidos, Japón y las otras potencias industriales de occidente en procesos complejos y en productos de alta tecnología, la aceptación pasiva de esa teoría le hubiese impedido a China convertirse en un actor significativo en la economía mundial.

Esa teoría se ha utilizado para, de manera interesada, recomendar a países pobres privatizaciones y políticas de libre comercio, haciendo caso omiso de lo que los economistas liberales serios denominan “fallas de mercado” (sobre todo la existencia de externalidades y economías de escala) y la teoría del “intercambio desigual” desarrollada en parte por el brillante economista argentino Raul Prebisch a mediados del siglo pasado. De acuerdo con Prebisch, debido a estructuras de mercado con diferentes grados de competencia, los términos de intercambio entre, por una parte, productos agrícolas y actividades extractivas y por la otra, productos industriales, en el largo plazo tienden a deteriorarse.

La existencia de fallas de mercado y de la teoría del intercambio desigual permiten concluir que un prerrequisito para que un país pobre se desarrolle es -en lugar de esperar a que lo hagan las fuerzas del mercado- “forzar” la industrialización. Esto por medio de políticas gubernamentales, tales como, proteccionismo arancelario, subsidios y exoneraciones fiscales selectivas, que modifiquen precios relativos y hagan rentable la actividad industrial privada.

En los 50’s y los 60’s los países latinoamericanos orientaron su ruta de desarrollo en esa dirección. Desafortunadamente, en los 80’s, cuando la estrategia necesitaba profundizaciones, precisiones y actualizaciones el neoliberalismo, impuesto en el marco del Consenso de Washington en el marco de una crisis de deuda, forzó los países a poner en práctica políticas inspiradas en la ortodoxia de la ventaja comparativa.

Al mismo tiempo, China, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, optó por un enfoque pragmático heterodoxo donde se combinaban políticas de libre mercado con estrategias dirigistas, dentro de las cuales cabe destacar la inversión en investigación, desarrollo e implementación de tecnologías avanzadas. Lejos de confiar todo ya sea al mercado o al Estado, China se mantuvo alejada de los extremos del comunismo y el neoliberalismo y escogió políticas basadas en la consecución de resultados económicos y sociales. Este enfoque ecléctico es el mismo que ha prevalecido en las economías occidentales y en Japón, cuando se estaban haciendo ricas y en casos más recientes de éxito, ya sea en la Provincia China de Taiwan, en Singapur o en la República de Corea.

Como resultado de esa pragmática indiferencia a las ideologías y las ortodoxias, o a lo que Deng Xiaoping denominó “el color del gato”, hoy China compite exitosamente con las economías occidentales más desarrolladas, tanto en lo que se refiere a productos de consumo masivo como en productos de alta tecnología. Todo al tiempo que sacó de la pobreza a 700 millones de sus habitantes.

Datos del Banco Mundial muestran que en el 2022 el peso del comercio exterior de China en relación con su PIB (38.1%) fue mayor que el de la economía más fuerte del planeta, la de Estados Unidos (25.5%), experimentando un superávit sustancial. Mientras que Estados Unidos sufrió un déficit en su balanza de bienes y servicios de $945.3 billones (miles de millones), China disfrutó de un superávit de $877.6 billones.

A diferencia de la estructura económica de los otros países que conforman el Sur Global, donde el sector industrial es débil, en el caso de China este sector aporta el 27.7% de su PIB, lo que se compara favorablemente con el 11% de Estados Unidos. De hecho el sector manufacturero de China contribuye con cerca del 30% del PIB industrial mundial.

China no solo compite con éxito en prácticamente todos los sectores tal y como lo indica su balanza comercial, sino también específicamente en productos de alta tecnología. De sus exportaciones manufactureras totales el 30% corresponden a este tipo de productos, por encima del 20% de Estados Unidos. Con respecto al peso de las exportaciones de productos TIC (Tecnologías de Información y Comunicaciones) en relación con las exportaciones de servicios, la cifra para China es del 15.1% más del doble del 7.1% correspondiente a Estados Unidos.

El impresionante desarrollo tecnológico de China no solo lo evidencia su estructura productiva y sus cifras comerciales sino la abundante utilización de herramientas tecnológicas en la vida diaria. Existen 124.9 suscripciones de telefonía celular por cada 100 habitantes por encima de las 110.2 en Estados Unidos. Además, en China las compras en línea dominan el comercio al por menor y al por mayor y el país sigue la tendencia de las economías occidentales más avanzadas en la reducción a un mínimo de las transacciones que utilizan dinero en efectivo. La gran mayoría de las compras se pagan utilizando las aplicaciones WeChat y Alipay.

China sustenta el dinamismo de su sector manufacturero y su industria de alta tecnología, con un impresionante 42.0% de formación de capital en relación con el PIB, el doble del 21.1% de Estados Unidos. Parte de esas inversiones le ha permitido a China dar un gigantesco salto en relación con su servicios de transporte. Por ejemplo, los sistemas de metro más grandes en el mundo están en China (Shanghai y Beijing). Cada uno de ellos con sus más de 800 kilómetros duplica el de Londres, el tercero más largo del mundo. Por otra parte, la red de trenes de alta velocidad supera cualquier otra, tanto en cuanto a kilometraje como desde el punto de vista de pasajeros transportados.

El futuro del modelo de desarrollo basado en procesos complejos y de alta tecnología, parece comparativamente prometedor para China. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Propiedad Intelectual (“World Intellectual Property Indicators 2023”), las solicitudes de registro de patentes (1.6 millones), marcas comerciales (7.7 millones) y de diseños industriales (1.1millones) originadas en China en 2022 descuellan por sobre cualquier otro país. Las cifras correspondientes a Estados Unidos son 505.000, 945.600 y 67.300, respectivamente.

Es común en ciertos círculos occidentales atribuir el éxito competitivo y comercial de China, en la abundancia de trabajadores, a bajos salarios o a débiles requisitos ambientales. Sin embargo, surge la pregunta de por qué numerosos países que efectivamente muestran esas características siguen estancados en la pobreza y exhibiendo serios desbalances en su macroeconomía. Quizá la respuesta está en que China ha construído su búsqueda del progreso en la histórica elevada calidad de su sistema educativo, en sus elevadas inversiones en formación de capital y en investigación y desarrollo tecnológico, en un intervencionismo del Estado en la economía estratégico, pragmático y desideologizado, en una gestión pública desburocratizada, eficiente y eficaz y en una visión planificada de largo plazo donde el sistema de partido único garantiza la continuidad y la despolitización de los procesos de toma y ejecución de decisiones. Por otra parte, mientras muchas economías occidentales dedican cuantiosos recursos a una estrategia de dominación basada en onerosas intervenciones y ayudas militares, China se ha abstenido de ese tipo de papel en la geopolítica mundial. Al igual que lo hecho por Japón después de la Segunda Guerra Mundial, la China post Deng Xiaoping ha buscado tener una presencia transnacional basada en la competitividad de su aparato productivo, en el comercio y en las inversiones productivas.

Las lecciones para un país como Costa Rica son gigantescas. No partimos de condiciones similares. Para empezar nuestro mercado es muy pequeño y nuestro sistema político democrático debe más bien fortalecerse. Pero si debemos abandonar las discusiones estériles e ideologizadas sobre el papel del Estado y concentrarnos en elevar dramáticamente la eficiencia y productividad del sector público que tenemos y en definir intervenciones del Estado de acuerdo a nuestros objetivos de desarrollo y no a los dictados de ningún dogma, sea este comunista, socialista o neoliberal.

Debemos aprender, dentro de esta desordenada democracia multipartidista, a identificar políticas de Estado estratégicas y programas de inversión cuya continuidad no esté sometida a los vaivenes electorales. Debemos aprender que nada hacemos con excelentes programas sociales y económicos si el sector público es ineficiente, ineficaz y solo ejecuta lentamente y a un alto costo.

Finalmente, debemos aprender que una buena política exterior no puede basarse en el servilismo o en lealtades incondicionales a otros, porque esa ruta inevitablemente nos lleva en ocasiones a traicionar a Costa Rica. Bien lo decía Lord Palmerston en el Siglo XIX en el apogeo del imperio británico: “Inglaterra no tiene aliados eternos ni enemigos eternos, sólo tenemos intereses eternos; promover esos intereses es nuestro deber”. Debemos aprender de las grandes potencias a ser leales con nosotros mismos, con los intereses de los y las costarricenses, nada más ni nada menos.


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