24 de marzo, 1980
Iris Zamora iriszamora4@gmail.com | Lunes 27 marzo, 2017
24 de marzo de 2017… ¿Mi Iglesia católica costarricense recordó en sus homilías, en alguna carta pastoral, en algún breve comunicado de prensa, a Monseñor Óscar Arnulfo Romero…?
24 de marzo, 1980
… “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día mas tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios. Cese la represión”….
Menos de 24 horas después, a las 6.30 de la tarde… mientras celebraba misa, desde un vehículo con capota roja, un francotirador acabó con la voz de ese centroamericano salvadoreño, que debió presenciar antes, las muertes de miles de campesinos, de jóvenes, mujeres, niñas y niños, y de varios de sus colegas sacerdotes, expulsados del país, reprimidos, agredidos brutalmente, de monjas y sacerdotes asesinados…
Monseñor Romero nacía el mismo año, 1917, que en Costa Rica un golpe de Estado perpetrado por quienes no querían impuestos, la oligarquía cafetalera, y los banqueros, derrocan al presidente Alfredo González Flores.
A Monseñor Romero lo asesinaron un 24 de marzo, un día similar en que una gavilla de delincuentes, militares toma el poder en Argentina, e inicia una de las más crueles y represivas dictaduras de Latinoamérica.
El asesinato del sacerdote Rutilio Grande provoca que Monseñor Óscar Arnulfo Romero convoque una misa para buscar la unidad del Clero salvadoreño. No asisten el Nuncio Apostólico, ni varios obispos… a partir de ese momento, 1979, Monseñor pasó a defender desde el púlpito a los desprotegidos. Sus homilías tienen dos ejes a los que no renunciaría. Claman por la justicia social. Denuncian la violencia militar. En ese mismo año publica una carta pastoral que exige el derecho del pueblo a la organización y el reclamo pacífico a sus derechos. Era de suponer que su suerte estaba echada.
Una valija con explosivos debajo del altar mayor de la Basílica Sagrado Corazón, en la que celebraría misa en memoria del exprocurador y exsecretario general del Partido Demócrata Cristiano, Mario Zamora, fue desactivada por la policía. Testimonio evidente de un primer intento por asesinar a Monseñor Romero. Unos meses después, el 2 de febrero de 1980, la Universidad de Lovaina en Bélgica le otorga el Doctorado Honoris Causa por su defensa a los Derechos Humanos. Dos años antes, la Universidad de Georgetown, Estados Unidos, le había reconocido con igual mérito académico. De su discurso por el doctorado de la Universidad de Lovaina quiero destacar: “El mundo de los pobres tiene características sociales y políticas bien concretas, nos enseña dónde debe encarnarse la Iglesia para evitar la falsa universalización que termina siempre en connivencia con los poderosos…
El mundo de los pobres nos enseña cómo ha de ser el amor cristiano, que busca ciertamente la paz, pero desenmascara el falso pacifismo, la resignación y la inactividad que debe ser ciertamente gratuita pero debe buscar la eficacia histórica. El mundo de los pobres nos enseña que la sublimidad del amor cristiano debe pasar por la imperante necesidad de la justicia para las mayorías y no debe rehuir la lucha honrada. El mundo de los pobres nos enseña que la liberación llegará no solo cuando los pobres sean puros destinatarios de los beneficios de gobiernos o de la misma Iglesia, sino actores y protagonistas, ellos mismos de su lucha y de su liberación, desenmascarando así la raíz ultima de falsos paternalismos, aun eclesiales. Y también el mundo real de los pobres nos enseña de qué se trata la esperanza cristiana” …
Este salvadoreño maravilloso, cercano como Francisco de Asís, como Francisco I, como Jesús, a los más pobres e invisibilizados, a los más explotados e ignorados, muere por proclamar el Evangelio de la Justicia, de la Verdad… del Amor.
24 de marzo de 2017… ¿Mi Iglesia católica costarricense recordó en sus homilías, en alguna carta pastoral, en algún breve comunicado de prensa, a Monseñor Óscar Arnulfo Romero, sacerdote, obispo, mártir y santo?...
En alguna ocasión la escuché, cantada por unos muchachos, mientras la hoguera extendía sus llamas y decenas de pequeñas chispas parecían acompañar las guitarras en una danza que olía a mirra, queja, nostalgia y esperanza, dedicada a Monseñor:
“No entiendo cuando dicen que está muerto
Si aún su voz se escucha en el misterio,
de la fragancia limpia de los cerros,
y en medio de la milpa y el incienso…
Supongo que no debo preguntarme
por qué si ha fallecido, no lo entierran,
por qué sigue gritándome al oído,
por qué me vuelve duros los caminos”
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