Aerolíneas, ¿estatales?
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 24 julio, 2008
Aerolíneas, ¿estatales?
Tomás Nassar
Aerolíneas Argentinas y Austral han sido reposesionadas por el gobierno de la presidenta Cristina Fernández. La situación interna de las líneas de bandera argentina, en particular el desequilibrio de sus finanzas, le ha costado al Grupo Marsan la imposición de la negociación para devolver al Estado su propiedad accionaria. Una deuda acumulada de alrededor de $900 millones hizo imposible que este consorcio español, uno de los más fuertes del globo en el negocio del turismo, pudiera continuar con la operación de las rutas que había recibido de manos de la también española Iberia.
A principios de los años 90, la mayoría de las empresas que en Latinoamérica pertenecían a los diferentes Estados, a empresas estatales o paraestatales, o incluso a las instituciones castrenses, estaban en tales condiciones de crisis que fueron transferidas al sector privado o, en el peor de los casos, tuvieron que cerrar. Tal fue el caso de Aero Perú, Ecuatoriana de Aviación, la venezolana Viasa y Dominicana de Aviación, entre otras, que desaparecieron del mercado.
Fueron años de profundas transformaciones en el mapa aeronáutico global, pero sobre todo regional. En Centroamérica se produjo, afortunadamente, la fusión de las aerolíneas de los cinco países en lo que es hoy una de las empresas más importantes del hemisferio, TACA, que compite vis a vis con grandes consorcios aeronáuticos globales.
En una reunión de abogados de aviación en Guatemala hará unos cinco años, tuve un crudo enfrentamiento intelectual con un querido colega y amigo argentino, quien aseguraba que la privatización había sido la causa inmediata del desastre de Aerolíneas; mientras yo argumentaba que la verdadera razón del cierre de muchas líneas aéreas y de la necesidad de la privatización de otras, entre ellas su emblemática aerolínea nacional, era precisamente una pésima gestión de la administración a cargo de los gobiernos, que utilizaban sus compañías de aviación para premiar con puestos y pasajes gratis a sus complacientes partidarios, para comprar lealtades populares y que, además, las habían rodeado de la negra aura de oscuros negociados en adquisición de flotas inadecuadas y otras inconfesables y costosas travesuras. Le comentaba cómo estando una vez haciendo antesala en la oficina del Presidente de una de esas desaparecidas compañías, me había sorprendido la cantidad de personas a quienes su secretaria entregaba sobres con tiquetes de cortesía para viajar a Miami y Nueva York. Claro que esa empresa no sobrevivió ni un año desde que fui, sin querer, testigo de la generosidad política que permitió a más de un gentil colaborador deslizarse por los aires rumbo a fascinantes destinos, sin tener que abonar el precio del boleto.
La historia ha demostrado que los gobiernos son pésimos administradores de líneas aéreas y los operadores argentinos no son una excepción. Supongo y creo no suponer mal, que la recuperación del control y de la administración de la empresa por el Estado argentino, no implica necesariamente la renegociación de los acuerdos con los tripulantes, ni mejores condiciones crediticias para ampliación y renovación de flota, de manera que los nuevos-viejos dueños van a tener que lidiar con los mismos problemas que enfrentaron Iberia y Marsan como accionistas, pero sin tener el mismo rumbo de rentabilidad empresarial que es indispensable para que una aerolínea pueda sobrevivir en estos tiempos tan difíciles.
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