Aprender a decir "no"
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 25 marzo, 2010
VERICUETOS
Aprender a decir “no”
Esa lamentable característica que tenemos los ticos de no saber decir que “no”, en el momento oportuno, cuando la responsabilidad lo exige, nos ha creado muchísimos problemas a lo largo de nuestra historia; dificultades que después no sabemos cómo enfrentar y, mucho menos, resolver.
Hay que leer a Constantino Láscaris para entender los rasgos más notorios de nuestra personalidad individual y colectiva, plasmadas magistralmente en las páginas de El Costarricense, una obra que debería distribuirse gratuitamente con el agua bautismal, para que aprendamos a conocernos a nosotros mismos, corregir nuestros errores y prevenir toda suerte de dificultades y contratiempos.
“No” debería ser el primer vocablo a balbucear, aún antes que mama o papa. Nuestros hijos deberían ejercitar el carácter junto con la calistenia matutina: uno no, dos no, tres no, cuatro no…. mejor “no”, gracias “no”.
Si el gobierno de turno hubiera dicho “no”, en el momento indicado, no tendríamos que enfrentar las granjerías exorbitantes de convenciones colectivas, que tantos entuertos han representado cuando de ejercer la autoridad se trata.
Si se hubiera dicho “no” cuando tocaba, algunas instituciones no habrían estado coadministradas por gremios motivados por pretensiones inconsecuentes que inhiben la eficiencia en la gestión operativa y financiera.
Si se hubiera tenido agallas para decir “no”, nuestro país no estaría invadido por toda suerte de malvivientes que vinieron no a compartir trabajo, principios y valores, sino a crear asociaciones de criminales que amenazan con destruir lo más íntimo de nuestra nacionalidad: el pacifismo que hemos enarbolado como orgulloso estandarte.
Si se hubiera dicho “no”, a tiempo, nos habríamos ahorrado los dolores de cabeza que representan actividades marginales, desarrolladas fuera de la ley pero autorizadas por el tímido y melindroso silencio cómplice de gobiernos blandengues de turno que no han sabido, en medio de su indolencia enfermiza, ejercer la potestad de imperio que les concede la Constitución.
Un “no”, dicho a tiempo, con todo el respaldo de la ley, habría sido suficiente para prevenir el desmán de los mal llamados “porteadores”, creación oportunista de políticos en busca de votos, que no encuentra respaldo en la ley y que se abriga en un jalón interpretativo del Código de Comercio totalmente insostenible, en cualquier instancia y ante cualquier tribunal.
Un “no”, a tiempo, ayuda a prevenir desmanes, desgracias y el jueguito algunas veces alcahuete de los “derechos adquiridos”, esos que surgen espontáneamente y sin saber por qué.
El gobierno, este y el que viene, tienen que decir no a quienes pretenden doblar la ley, con el apoyo de políticos aprovechados y toda otra especie de mercaderes que ajustan su percepción personal sobre el imperio del Estado de derecho a sus propios intereses espurios e inadmisibles.
Reconozco y defiendo el derecho de los “porteadores” al trabajo, a obtener ingresos dignos para atender a sus familias, pero no acepto la ruptura del orden ni el irrespeto a la ley como vía adecuada para la solución de las diferencias.
Que el gobierno encuentre una solución justa en el marco de la legalidad y que esta favorezca el sagrado derecho al trabajo digno y bien remunerado, pero que se respeten la ley y el orden, valores superiores de una sociedad civilizada y decente.
Y sea aquí también oportuno mencionarlo: dígales de vez en cuando “no” a sus hijos. Ellos se lo merecen.
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