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COLUMNISTAS


De cal y de arena

Artículo 12 de la Constitución

Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 25 noviembre, 2010


Cayó hace 50 años. Cayó allá en la región fronteriza con Nicaragua en defensa de los compromisos que le impone la ley internacional al gobierno de Costa Rica. Fue en un día de mediados de noviembre de 1960 cuando el Director General de la Guardia Civil, coronel Alfonso Monge Ramírez, al comando de un contingente de nuestra policía, cayó víctima de los disparos a mansalva, a quemarropa prácticamente, procedentes del arma de una tropa de nicaragüenses que se había afincado en San Dimas para invadir y perturbar posiciones de la Guardia Nacional de Nicaragua. Los relatos periodísticos dan cuenta de una espeluznante acción en la que nuestro contingente fue sorprendido en una emboscada de la que el coronel Monge —valiente y enérgico como caballeroso y ejemplar ciudadano— resultó ser la más connotada víctima, no la única, en la primera descarga del enemigo. El segundo jefe del contingente, mayor Gutiérrez, fue hecho prisionero, y el tercer comandante, mayor Salazar, con sus hombres, quedó aislado del resto del grupo.

La sociedad costarricense se conmovió, fue declarado Duelo Nacional, y el país entendió la medida exacta de la gravedad de las implicaciones que para sí tenía —y tiene-— la inconclusa inestabilidad política de aquel hermano pueblo. No fue una invasión de las tropas del régimen, como en otras ocasiones, por ejemplo hoy. Tampoco fue una disputa política entre gobiernos, como también ha sucedido. Ni fue la determinación arbitraria y contraria a toda norma del Derecho Internacional Público y al dictado de tratados, laudos y fallos, de hollar la soberanía costarricense, como es el caso que nos moviliza este noviembre tras la Presidenta de la República, avalando sus demandas ante la comunidad internacional.

Fueron desafectos al régimen de Somoza los que provocaron el derramamiento de sangre costarricense. Hoy es el régimen resultante no tan lejano de aquellos desplantes, el que nos toca la cara con las manos sucias y el que enuncia una desafiante soberbia ante la autoridad constituida, cuidado si no arrogante preludio de lo que va a resultar muy caro a los costarricenses porque la mano valedora del Sistema Interamericano llegue tarde, cuando ya todo sea irreparable.

Noviembre de 1960 y noviembre de 2010. San Dimas ayer, Isla Calero hoy. Hago la cita para refrescar la memoria de quienes han perdido la noticia de aquellos aciagos acontecimientos y de las nuevas generaciones en tanto puedan ser desafectas a los recuentos históricos.

Ese episodio no ha sido el único incidente en el norte donde sangre costarricense se ha derramado. Más cercanos están los incidentes del entramado revolucionario que se movía en territorio costarricense para dar cobijo al Frente Sandinista de Liberación Nacional y que también costaron sangre de connacionales. ¿Cuán lejos (o cuán cerca) estaremos de tener que encarar el desafiante desplante de Ortega si la presión política internacional se demora exasperantemente?

No puedo menos que reflexionar sobre la norma constitucional que prevé la organización de fuerzas militares para la defensa de Costa Rica y la desidia de tantos gobernantes ante la trascendencia, significado y razón de su contenido. ¿Caeremos en la emboscada de Ortega?

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