Candidatura y partido… R.I.P.
Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 10 octubre, 2013
Salvar a la democracia “en cuidados intensivos” depende de la autoridad moral de quienes convoquen a hacerlo y de la firmeza y la pericia con que se emplee el bisturí
De cal y de arena
Candidatura y partido… R.I.P.
Aquella crisis fue desgarradora. Con dos expresidentes de la República y otros personajes de su cúpula encarcelados, descabezados sus cuadros políticos y deslegitimada su prédica por la carga de las imputaciones de corrupción, el Partido Unidad Social Cristiana estaba condenado a la desaparición.
Mas tal suposición no se cumplió; tras grandes tribulaciones, recuperó presencia en el Parlamento y emergió como segunda fuerza partidista. Lo de hoy tiene otras dimensiones, otras características, las propias de un proceso irremediablemente destructivo que después de las elecciones va a dejar extinto al PUSC.
Las denuncias y acusaciones hechas por su candidato presidencial acerca de cuanto acontece en los entresijos del partido son de tal calibre graves que —de quedar en pie y sin rectificación— resultarán de letales efectos.
O dijo mentiras o dijo verdades. Si lo primero, el país no puede confiar la Presidencia de la República a quien hubiese mentido así tan descaradamente. Si lo segundo, el Dr. Rodolfo Hernández debió emprender sin titubeos la profunda asepsia que esos hechos demandan.
La firmeza y la diligencia con que ofreció actuar, se han disipado y esa casa, a la que fue invitado para llenar una posición para la cual los hechos demuestran no estar preparado, seguirá ocupada por traidores, desleales, corruptos y oportunistas.
Salvo que Hernández no haya dicho verdad, su retorno lo acoplaría a ese aquelarre. Al frente, una masa electoral cautivada por sus primeras decisiones, perpleja ahora de verlo sumido en un mar de contradicciones y desatinos. Como quiera que sea, sembró la duda sobre si es apto para ejercer la Presidencia de la República o si el PUSC es la trinchera idónea para pedir la confianza del ciudadano y derrotar al PRI tico.
Se equivocaron quienes creyeron que podía reeditarse la postulación de un candidato de “manos limpias” como el de 1966. La realidad política de hoy es bien distinta. Tres expresidentes de la república promovían a Trejos, hombre por cierto centrado; los de hoy no se asoman.
Ya no hay partidos fuertes ni liderazgos políticos consolidados, la corrupción cunde por los entresijos de los partidos y los hace perder autoridad para convocar a un electorado decepcionado de la política y muy crítico, también temeroso de dar un tercer periodo de gobierno a un partido convertido en maquinaria electoral con mucha presencia de “cucarachas” (al decir de Rolando Araya) y de “malos” (según Bernal Jiménez).
La confianza de esa masa electoral no la conquistarán candidatos con expedientes abiertos en el Ministerio Público ni partidos carcomidos por la corrupción e indiferentes ante el destructivo efecto de la ruptura del equilibrio social. Salvar a la democracia “en cuidados intensivos” depende de la autoridad moral de quienes convoquen a hacerlo y de la firmeza y la pericia con que se emplee el bisturí.
A Hernández se le aflojó la mano y le tembló el pulso; su novatada, sus incoherencias, su incompetencia política (peor que la de doña Laura) dio al traste con las ilusiones de un buen número de ciudadanos.
Álvaro Madrigal
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