Chotear o bajar el piso
Leopoldo Barrionuevo leopoldo@amnet.co.cr | Sábado 02 abril, 2011
Mi desprecio para los escasos politiqueros, sindicalistas e inútiles ventajeros que destrozan la memoria de los que dejaron un mar de obras, dignidad y decencia al edificar la Patria
Elogios
Chotear o bajar el piso
Cuando hace 43 años llegué a Tiquicia, me lo advirtieron en prevención a mi argentinidad porque traía diversos títulos y a tiempo me pasaron el santo para que “no me agarraran de chancho”.
Caí bien porque me supe tirar como los paracaidistas y eso merced a algunos personajes de leyenda con los que tuve la dicha de alternar: Beto González, Toño Cañas Iraeta, Macho Cruz, Don Eberhard Steinvorth y Jaime Solera. Este último me aclaró que el nuestro era un país de igualados y como tal, cierta gente se comportaba sin perdonar el dinero, el éxito o el talento.
A poco pude darme cuenta que como consecuencia, usaban armas tales como la “bajada de piso” y el choteo; poco después comprobé que ambas eran el deporte nacional más arraigado.
Para Constantino Láscaris choteo proviene de cabro joven y equivale al ibérico cabrear o embroncarse que es lo que ocurre cuando a uno le bajan el piso, la diferencia es que el hispano se arranca cuando se cabrea y el tico lo guarda pacientemente hasta que le llega la revancha en forma de vacilón.
Algunos se justifican tras lo que denominan “crítica constructiva”, pero toda crítica es hiriente y deja de lado lo valioso y lo elogioso para caer en la acidez y la chota. Nunca la permita.
Así está ocurriendo hoy con todo; el deporte nacional es la bajada de piso como ocurre con las instituciones sin excepción, como la CCSS un lujo que pocos países pueden darse, más allá de las dificultades que origina y la crítica parece ser constructiva pero yo no me lo creo, porque cuando alguien me promete una crítica de ese tipo sé que quiere hacer leña de mis defensas.
Los que critican la dirección de la Caja y de los hospitales omiten varias joyas como el México, el de Niños y el Geriátrico Blanco Cervantes, lujos que no sé si nos merecemos, tan ingratos como somos ante lo valioso. Yo estuve hace seis años en el primero y hace unos días salí del último y no por resfríos precisamente y fui como cualquier hijo de vecino, sin privilegios ni prebendas y no los cambio por clínica privada alguna.
El privilegio es estar allí rodeado de cariño y gente dispuesta a servir, en medio del dolor, el sufrimiento e incluso la devoción de los estudiantes de enfermería de la Facultad de Medicina bajo la constante exigencia de la profesora Vicky Cruz. No conozco a su director el Dr. Morales pero debe ser un profesional de primera magnitud en virtud de la obra realizada en el Blanco Cervantes, un hospital de categoría en Latinoamérica si no confundimos anexos, hogares, sectores con un hospital como este.
Como digo siempre: a mí no me lo contaron, yo estuve allí; sé de lo que hablo y no soy bajador de pisos pero me envuelvo en el dolor de los pacientes (los que padecen) y me admiran los pacientes trabajadores (de tener paciencia) que los cuidan.
Mi desprecio para los escasos politiqueros, sindicalistas e inútiles ventajeros que por la razón que fuere destrozan la memoria de los que dejaron un mar de obras, dignidad y decencia al edificar la Patria. Con mayúsculas. Y al que le toque el guante, que se lo plante.
Leopoldo Barrionuevo
leopoldo@amnet.co.cr
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