Concesiones insensibles
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 27 agosto, 2009
VERICUETOS
Concesiones insensibles
Ocupaba la presidencia de la Asociación de Líneas Aéreas, cuando el Santamaría fue entregado al nuevo administrador. Conscientes, como ninguno, de los achacosos problemas del viejo Juan, en ALA fuimos ansiosos y pacientes observadores, esperando la oferta de transferencia de tecnología, capacidad gerencial y millones de dólares frescos que serían muy útiles para paliar las angustias que un día sí y otro también padecían las líneas que se atrevían a apostar sus aviones en ese caramanchel mal llamado terminal.
Era tal la ilusión que a veces hasta nos hacíamos los rusos con lo que veíamos venir con aquella gente que daba señales de no entender de qué se trataba aquello. Los predecesores de Alterra creían que habían comprado el aeropuerto, el País, y que se habían entronizado como poder supremo.
Fuimos convocados a una de esas innumerables e inolvidables reuniones en las que el “Gestor” nos informaría de las nuevas reglas del juego. Un tipo tan latino como el tamborcillo de Alajuela se plantó frente la ilustre concurrencia, compuesta por los gerentes de las aerolíneas que ansiaban escuchar la buena nueva. El sujeto inició su presentación en inglés y no en español que es su idioma natal, el que hablará con su doña y sus güilas todos los días y, “by the way” el que constitucionalmente hablamos en este País al que vino a hacer negocios, probablemente sin darse cuenta de que no era un suburbio de Manhattan.
Bilingües la mayoría, muchos de los asistentes se pararon y se fueron, porque entendieron que aquello más que mal gusto era una falta de respeto y que si al don le apenaba hablar español, mejor que se fuera a hacer business to other place (I dont want to remember where he was invited to go to).
Días después de tan desafortunado episodio, a nombre del mismo caballero recibí una llamada en la que su vocero decía más o menos así: “que dice mi Jefe que tiene 24 horas para enviarle a su oficina la constancia de que su cliente, la aerolínea xxx tiene autorización para volar a Costa Rica y que si no está mañana esa documentación aquí, pues no vuelven a volar. Y punto”. Ah caray. ¿Y desde cuándo el “administrador” del aeropuerto se convirtió en autoridad aeronáutica? Pregunté a mí mismo y no tuve respuesta. Por supuesto que ni los papeles fueron ni las suspensiones vinieron.
Se preguntarán ustedes a qué viene toda esta historia. Pues nada más a que el lunes en la mañana, varios ciudadanos llamaron a doña Amelia para quejarse del operador y comentar que aparentemente (beneficio de la duda) el nombre de la Próspero Fernández se estaría desvaneciendo para dar espacio a la denominación de la empresa operadora, “Autopistas del Sol”. O sea, que el prócer fue despojado de su identidad vial.
Con tantas experiencias recientes, pareciera que en los futuros carteles de gestoría interesada o concesión de obra pública, la administración debería incluir un nuevo requisito: conocimiento de la sensibilidad y la cultura local, componente importante para garantizar al adjudicatario una buena acogida popular partiendo de la certeza de que el contrato no concede soberanía ni autoridad.
¿No tendrán asesores, digo yo, que les expliquen cómo es la cosa?
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