Corrupción y la cancha encharralada
Carlos Denton cdenton@cidgallup.com | Miércoles 27 agosto, 2014
El meollo de la frustración que sienten los ciudadanos frente a la gran maquinaria que es la administración estatal es que pareciera estar fuera de control
Corrupción y la cancha encharralada
Aceptemos que “la cancha está encharralada.” Pero también, lamentablemente, por situaciones estructurales y legales poco se podrá hacer para corregir la situación.
Los empleados públicos que se encuentran con “las manos en la masa” generalmente siguen en sus puestos; no pierden ni un día de salario y sus pensiones están garantizadas.
Quizás aparece un poco de “ruido” en los medios y en algunos casos son separados de sus puestos, con salarios pagados, desde luego, y después regresan y siguen adelante.
Se conocen los nombres y apellidos de estos —médicos, ingenieros, administradores, cajeros, barrenderos, oficinistas, abogados, jueces, comunicadores, operadores de maquinaria, economistas, contadores— y allí están. ¡Como si nada!
El meollo de la frustración que sienten los ciudadanos frente a la gran maquinaria que es la administración estatal es que pareciera estar fuera de control.
El empleado público puede prestar un servicio mediocre o malo, puede malversar fondos, usar equipo y materiales para su beneficio propio, acosar a subalternos, y en algunos casos hasta poner la vida de personas en peligro, sin correr el riesgo de ser castigado.
Los que son o han sido ministros o directores ejecutivos cuentan las historias de los problemas que enfrentan al tratar de implementar cambios en los procedimientos en las instituciones, o de crear programas nuevos, quizás productos de una promesa de campaña.
Obstruccionismo e indiferencia es lo que reportan. Es común encontrar que altos rangos del Servicio Civil reciben salarios más elevados que los de sus superiores que llegan para “dirigir” después de una elección.
Los aumentos en los salarios les llegan sin importar su empeño y si han cumplido con sus responsabilidades.
Es seguro que la gran mayoría de los empleados públicos cumplen con sus deberes y no son corruptos. Reciben una excelente y merecida retribución por su trabajo.
Pero, igual que en todas las organizaciones, están los funcionarios “tóxicos” que pasan su día chismeando, hablando mal de los jefes, y quejándose. Atienden mal y no les importa. Se llevan materiales a la casa, y en algunos casos dirigen beneficios a parientes y amigos en vez de a los que pacientemente hacen fila. Aparentemente no hay manera de sancionarlos y mucho menos de removerlos de sus puestos.
En la empresa privada a los funcionarios “tóxicos” sí se les puede despedir, aunque si se aprobara la “ley de reforma del proceso laboral” ya no sería posible.
¿Qué se puede hacer frente a la impunidad de los funcionarios públicos? Hay varias opciones. La más viable sería que la Asociación Nacional de Empleados Públicos ANEP, además de servir a sus miembros y luchar por sus intereses, también se preocupara por la ciudadanía, exigiendo a sus miembros que llevaran a cabo sus funciones adecuadamente.
Otra opción es la de reformar los estatutos del Servicio Civil para dar más opciones a los jerarcas, elegidos por el pueblo, para poder disciplinar a los subalternos.
Una tercera opción es la de pasar más de las funciones del estado a manos privadas.
Carlos Denton
cdenton@cidgallup.com
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