Cuaresma en la pandemia
Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 22 febrero, 2021
El miércoles pasado la ceniza humedecida no fue trazada como una cruz en nuestra frente. En su lugar el Miércoles de Ceniza los fieles recibimos un poquitín de ceniza seca sobre nuestra cabeza.
La cuaresma inició con un ritual diferente en época de COVID-19.
Pero su significado no cambió.
En la liturgia de la Iglesia Católica el evangelio de San Mateo resaltó las tres obras de piedad que son centrales al tiempo de cuaresma: la limosna, la oración y el ayuno; y nos recordó que esas obras de piedad que debemos hacer para bien de las personas no son para ser exhibidas a ellas, sino para que las compartamos con Dios en la intimidad.
Pero no exhibir y vanagloriarnos de nuestras acciones para bien de los demás, no quiere para nada decir que debemos o siquiera que podemos, hacerlas sin los demás.
¿Qué es la limosna si no es compartir con afecto mi tiempo, mis sentimientos, mis capacidades, mis bienes con los demás?
¿Qué es la oración si de mi comunicación con Dios excluyo mis preocupaciones por mi prójimo, dejo de lado mis peticiones por el bien de mi familia, de mis amigos, de las personas que más requieren del calor y del apoyo de sus semejantes?
¿Qué es el ayuno si la voluntaria mortificación no me enseña a sentir el dolor de mis hermanos?
Dejar de comer carne los viernes de cuaresma no es un fin en sí mismo, pero sin duda nos hace conscientes de que vivimos un período especial del año. Es un sabio recordatorio de que debemos prepararnos para el Triduo Pascual, la más importante celebración litúrgica del catolicismo, la conmemoración Jueves, Viernes y Sábado Santos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, nuestro redentor. La conmemoración del inexplicable amor de Dios por sus criaturas.
Pero dentro de su solemnidad y de su claro y permanente significado esta cuaresma también es diferente.
El año pasado el Miércoles de Ceniza lo celebramos cuando la pandemia era una realidad de otras latitudes, que nos amenazaba, pero que no vivíamos. El primer caso nos pilló una semana después de haber sido signados con la cruz de ceniza.
Ahora lo vivimos. Llevamos muchos meses en los que han desaparecido abrazos, besos, apretones de mano, palmadas en la espalda…muchos meses después de habernos los viejos encerrado en nuestras casas…las familias sin compañía de sus amigos han llorado más de 2700 muertes.
Ha disminuido nuestro uso del tacto. The Economist de esta semana nos recuerda la importancia del con“tacto” entre los humanos. “Ciertos grupos han estado hambrientos de ser tocados. Por siglos los leprosos se consideraron intocables. Los miembros de la casta más baja de la India son literalmente llamados intocables. Aislamiento en solitario es un castigo en las prisiones” Ahora todos sufrimos la privación de tocarnos.
Pertenezco a una familia de besuquiones. Con mi papá, hermanos, hijos y nietos nos hemos saludado siempre de beso. Ahora, aunque voy una vez por semana donde mi hermana mayor que ya no disfruta de las visitas de nietos y bisnietos, me tengo que mantener a distancia y no puedo ni abrazarla ni besarla.
Los humanos necesitamos el tacto para sobrevivir, Nuestro sistema nervioso, nuestro cerebro, nuestra piel responden a las caricias. Los estudios demuestran que desde que somos bebés el contacto con la madre favorece el desarrollo, la salud y la vida.
También necesitamos el tacto para formar relaciones cercanas. Nuestra organización social responde también a nuestros con“tactos”.
Esta cuaresma al hacernos vivir más de cerca el milagro del amor de Dios por sus criaturas debe avivar en nuestros corazones la con-pasión por nuestros semejantes. Las palabras, las demostraciones de afecto, nuestra ocupación por las necesidades de los demás no suplen la falta del tacto, pero aminoran su ausencia. Nuestras obras de piedad para cuaresma deben aminorar la ausencia de los con“tactos”.
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