De cal y de arena
Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 13 septiembre, 2007

Empantanado, atascado... así está el gobierno del presidente Arias, víctima de un obsesivo apasionamiento por el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, el que ha convertido en razón única e inequívoca de su gestión y en causa de pifias y bizqueos sin parangón a la hora de interpretar la realidad circundante. Los problemas de fondo —la pobreza, la inequidad, el subempleo, el regresivo sistema tributario, la inseguridad ciudadana, el deterioro del sistema nacional de salud, herencia del “abelato”— siguen acumulándose con efectos corrosivos, ante los cuales solo paliativos se han tomado. Mientras el Presidente, su gabinete, sus diputados, sus puntos de apoyo en el sector descentralizado, casados con el TLC hasta que Dios los separe. No entendieron los alcances de la polarización social ni vieron que un gran sector de la población objeta este TLC. Con un ápice de habilidad política, debieron negociar enmiendas para salvar lo que de conveniencia y necesidad tiene este convenio. Pero no. El presidente Arias puso todos los huevos en un único canasto, se casó con el TLC y ató la suerte de su gobierno a la suerte del Tratado. Correrá su destino, agitado, convulso y tenso, como lo será el clima después del 7 de octubre, bien porque una derrota del “no” reactive la percepción de que el Tribunal Electoral no estuvo a la altura de las circunstancias propias de un proceso cuyo equilibrio de fuerzas debió cautelar, bien porque un triunfo del “no” provoque la estampida de las fuerzas económicas que le han aupado con frenesí inédito. Las cosas están en un extremo tal que aun la victoria del “sí” solo trasladaría la polarización y la tensión al conjunto de leyes de complemento e implementación. Muy difícil marchar por tan escabrosa vía.
¿Qué ha pasado con las voces que por experiencia y sapiencia política pudieron librar al presidente Arias del atasco? Se perdieron. Lo que aflora es una memorable colección de despropósitos y dislates como los que oficializan dos de sus más próximos, Kevin Casas y Fernando Sánchez, en un documento que es todo un monumento a la inopia política, incubadora de una operación para burlar al Tribunal Electoral y descarrilar la libre expresión de la voluntad. Nada más necesario e imprescindible en una democracia que los frenos y contrapesos. Pero están ausentes porque unos partidos perdedores en febrero de 2006 no entendieron que más que de corifeos en Zapote, les correspondía actuar como contralores políticos para evitar desafueros y errores. Imposible forjar ese poder reflexivo en el Parlamento, un hecho agravado porque la “gran prensa” igualmente se ha convertido en comparsa del gobierno.
Hay síntomas de autocracia. Resta ver si lo que acontece es inevitable resultado de la personalidad de don Oscar Arias quien, a juicio de aquel avezado observador político que fue Enrique Benavides, “es un pequeño Napoleón... otro Carazo... un mesiánico” (Guido Fernández en “El Primer Domingo de Febrero”).
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