De cal y de arena
Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 27 septiembre, 2007
En “La historia no contada de los economistas y el presidente Pinochet”, Arturo Fontaine Aldunate, abogado, periodista y embajador del régimen militar, se ocupa del proceso por el cual un gobierno autoritario que pronto cayó en una virtual orfandad política, hizo suyos los principios libertarios de la economía de mercado. Bien, como el derrocamiento de Salvador Allende no fue un hecho improvisado ni precipitado, alguien había preparado el plan de trabajo para reactivar la economía chilena. Era el documento conocido como “el ladrillo”, armado —refiere Fontaine— por economistas afines a la Escuela de Chicago. Pinochet no tardó en adoptarlo para asegurarse un apoyo político que le resultaba providencial. Llegaron las privatizaciones de empresas estatales, las reformas a los fondos de pensiones, la constricción de las conquistas sindicales y la apertura al comercio exterior. El manejo de la economía fue exitoso y Chile pasó a ser en esto un paradigma, tanto como que, recuperada la democracia, dos comisiones especiales de la Cámara de Diputados hurgaron y no encontraron razón para cambiar el modelo aunque sí para introducir ajustes urgentes. Ya había grandes reductos de pobreza (5 millones de chilenos) y desigualdad en la distribución del ingreso, por lo que el presidente Aylwin introdujo una política de “crecimiento con equidad” para corregir el modelo neoliberal a ultranza. “El mercado es cruel”, sentenció el mandatario. Las correcciones, empero, no se produjeron con la firmeza, la velocidad y la profundidad necesarias. Si bien la economía siguió creciendo y el país prosperando, se advertía que “el correo” no llegaba a todos. Y hoy, tras los mandatos y las políticas de Frei y de Lagos, todavía la presidenta Bachelet afronta las protestas populares que provoca una lacerante inequidad social.
“El problema es cuando crecemos y no repartimos”, advirtió el ex presidente Ricardo Lagos hace poco a Radio Nederland. “Si no hay cohesión social, entonces tampoco estos países pueden competir en el mundo” y agregó la necesidad de que las democracias, amén de depurados procesos de elección, practiquen un sistema de frenos y contrapesos no solo en el orden político, también en el social. Este mandatario asumió la tarea de corregir las deformaciones legadas por el sistema implantado por los militares. El es de profunda vocación social, un convencido de que hay que “crear un pequeño estado de bienestar para poder tener cohesión social y poder competir... hay que generar espacios para la inversión, algo tan importante como tener un sistema de políticas a favor de los que tienen menos”. Lagos —que hoy preside el Club de Madrid y que tuvo las cotas más altas de apoyo popular de la historia chilena— previene que “si no hay una democracia que, amén de elegir presidentes, sea capaz de generar políticas públicas en beneficio de la mayoría, esos presidentes van a ser cambiados”. Ese es el enfoque actual de Chile y de sus dirigentes, con un Estado fuerte e inmune en el ejercicio de políticas públicas que hagan justicia social. ¡Ah, pero en Costa Rica hay quienes ven la realidad chilena con un rezago de 20 años, como si ese país no hubiese constatado el fracaso de la “teoría del derrame” que pregona el neoliberalismo!
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