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COLUMNISTAS


De cal y de arena

Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 20 diciembre, 2007


El filibusterismo y también el arma de la ruptura del quórum son recursos legítimos del régimen parlamentario propios de una democracia. Están institucionalizados por la práctica como parte del arsenal al que pueden apelar las minorías para resistir las imposiciones de las mayorías. Su ejercicio no es equivalente a un desafío a la institucionalidad. Puede, sí, resultar pertinente o impertinente, según las circunstancias. No lo será nunca cuando la irracionalidad haya hecho presa de las mayorías y las haya convertido en un bloque que actúa mecánicamente, tozudamente, ciegamente, sin abrir espacios a la negociación ni ventanas a la escucha propias del parlamentarismo. El filibusterismo y la ruptura del quórum están en la historia del Parlamento costarricense y solo ahora, en estos tiempos aciagos de la Triple Alianza constituida por el poder político, el poder financiero y el poder mediático para imponer un nuevo modelo de sociedad, se les trata de deslegitimar sin más ni más, sencillamente porque resultan un estorbo a sus propósitos. Cuidado, más bien, si no se trata de hechos que responden a la puesta en marcha de la “tiranía en democracia” que nos enunciara don Oscar Arias en la campaña electoral y que sí entrañarían un ataque a la institucionalidad. Hay quienes no pueden ocultar su intolerancia y exasperación ante las reglas de juego que provee la democracia y quisieran quizás, reeditar los cierres del Congreso Constitucional dispuestos por los presidentes Jesús Jiménez y José Joaquín Rodríguez, en 1863 y 1892. Y en los años 40 la institucionalidad se resquebrajó por otras causas, mas no porque la oposición parlamentaria se retirase por largas semanas de las sesiones. Como lo volvió a hacer en un momento del periodo 1953-1958 aquella espléndida fracción de diputados de oposición liderados por uno de los más brillantes parlamentarios, Mario Echandi.

De manera que los diputados que hoy se rebelan contra la mayoría mecánica que ha deformado el mandato derivado de los comicios de 2006, pueden desentenderse de las sentencias apocalípticas que lanza sobre ellos la Triple Alianza. Estamos en tiempos de lo que Daniel Oduber llama “la democracia temperamental” que no es ni más ni menos —explica en su libro “Raíces del Partido Liberación Nacional”— que el personalismo de un individuo que llega al poder y, de acuerdo con su temperamento, hace lo que le da la gana y se convierte prácticamente en dictador. Una Asamblea Legislativa que es arrastrada a declinar su papel de freno y contrapeso ante las disposiciones y omisiones de los otros poderes del Estado, termina siendo corresponsable de los abusos del gobernante. En ese contexto, el filibusterismo y la ruptura del quórum son la herramienta que puede producir el milagro de provocar una apertura a la negociación, partiendo de que en una democracia se gobierna con el voto de la mayoría aunque sin atropellar las reglas de juego que asignan un papel a la minoría.

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