De cal y de arena
Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 24 enero, 2008
Alvaro Madrigal
Ni se circunscribe a 777 secuestrados ni se limita a una década. La carnicería que aterra y desangra al pueblo colombiano es de mucha mayor hondura y complejidad, más que esa arbitraria reducción a una cifra y a unos años recientes; a uno o dos responsables de esa barbarie que las circunstancias políticas ahora han colocado en el primer plano; y a una visión plana del problema. Hay que remitirse a la cifra que maneja Amnistía Internacional de 200 mil “desaparecidos”, muchos de ellos ejecutados, ajusticiados o forzados a emigrar por el gobierno nacional y por quienes lo confrontan. Es una guerra que ha de andar por los 50 años, iniciada entre conservadores y liberales y que con el tiempo se ha complicado por la incorporación al escenario de las guerrillas políticas y de las bandas de narcotraficantes, amén de los protagonistas ubicados más allá de las fronteras colombianas dedicados a mover unas marionetas férreamente atadas a sus hilos, y de la distorsión que producen los exabruptos del gobernante venezolano. Más que militar, es un monumental problema político que debe abordarse con herramientas políticas y en la mesa de negociaciones. Lo dijo el ex presidente Andrés Pastrana en entrevista a Radio Nederland el pasado día 16, “...militarmente las FARC no se van a tomar el poder en Colombia y nosotros, para derrotarlos militarmente, todavía vamos a demorarnos mucho tiempo a pesar de toda la ofensiva que hemos venido realizando los últimos años... Yo sigo insistiendo en que la solución es política y es negociada.” Pastrana recuerda el acuerdo humanitario logrado por su gobierno en pláticas con las FARC y que permitió la liberación de 440 soldados y policías, y trae a la memoria cómo fue que el actual mandatario, Alvaro Uribe, cedió en Ralito una zona de despeje para negociar con las Autodefensas Unidas de Colombia, otro sanguinario brazo armado de la lucha que los grupos empresariales más belicosos arman y protegen para entrar a la pelea, también, a sangre y fuego. Y pregunta Pastrana: “¿por qué se puede despejar para hablar con los paramilitares y no se puede despejar para salvar la vida de los colombianos que hoy están en cautiverio?”. Quizá porque Uribe está obsesionado con la vía militar y complicado por los lazos de muchos allegados suyos con las AUC.
Yerra el presidente Hugo Chávez cuando propone excluir a las FARC de la categorización de agrupación terrorista. Pero no cuando propone reconocerle “beligerancia”, una figura del derecho internacional público que implica derechos y también obligaciones, entre ellas el compromiso de cumplir las normas del derecho internacional humanitario que prohíben el secuestro o la toma de rehenes (Art. 3 de los Convenios de Ginebra de 1949). La iniciativa, pertinente en el contexto y fundada en la ley, lleva el estigma de su origen. Será la terrible crudeza de los hechos la que tarde o temprano traiga la negociación, una vez que la presión internacional y el grito desesperado de un pueblo domeñen la irracionalidad que hay en ese pulso que no llevará a nadie a conseguir la rendición del enemigo. Ojalá sea pronto, a tiempo para rescatar de la muerte a quienes languidecen en las impenetrables selvas colombianas.
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