El fallo de La Haya
Arnoldo Mora mora_arnoldo@hotmail.com | Viernes 17 julio, 2009


El fallo de La Haya

Como punto de partida, quiero destacar que, si alguna conclusión se debe sacar de dichas noticias, es que el papel de lo “político” se convierte en imprescindible ahora más que nunca; pues si algo queda claro en ambos asuntos, es el límite que las “soluciones” legales tienen cuando de enfrentamientos políticos se trata. La ley, como decía Kant, más que decir lo que hay que hacer, señala lo que NO hay que hacer; más que abrir espacios de libertad, el juez conmina a las partes en litigio a no incurrir en lo prohibido. Como lo vieron los romanos, creadores del derecho, este tiene como base racional lo que Kant considera ser propio de la razón: establecer los límites de lo factible, más allá de lo cual solo impera la negatividad. Pero frente a la razón queda el ámbito infinito de lo posible o, para decirlo en el lenguaje actual, de la libertad. Y ese es el campo propio de la política, a la que Rousseau definía como el ejercicio de la libertad colectiva. Allí donde termina la ley comienza la política como exigencia de forjarnos un futuro, como afirma Sartre. El hombre es un animal político (Aristóteles) porque solo a él le está dado como destino la construcción de su propio futuro (Nietzsche).
Valga lo dicho tan solo como preámbulo para valorar lo que se debe hacer después del fallo de la Corte Internacional de La Haya. Condenados por razones geográficas, históricas, políticas, comerciales y demográficas, a convivir, los pueblos de Costa Rica y Nicaragua disponen ahora de bases jurídicas sólidas para iniciar una nueva etapa en sus demasiado frecuentemente tumultuosas relaciones. Para lograr ese hermoso objetivo, se requiere que ambos gobiernos tengan la voluntad política de resolver lo que ha dejado en blanco el mencionado fallo debido, no tanto a omisión de los jueces, sino a que los documentos en que se funda, como son el Tratado Cañas-Jerez y el Laudo Cleveland, no podrían prever la compleja y difícil realidad que ha vivido nuestra región Norte a partir de los conflictos bélicos de décadas recientes. Esa zona es una de las más peligrosas debido al trasiego ilegal de armas, al deambular incontrolado de forajidos de toda calaña y al tráfico de drogas.
Solo llegando a acuerdos que se inspiren en políticas de estado y no únicamente en la buena voluntad de los gobiernos de turno, se puede lograr que esa hermosa región se convierta en una fuente de progreso para sus moradores y un oasis de paz para todos. El primer paso que se debe dar depende ahora, no solo del acercamiento diplomático de los gobiernos, sino también del cambio de actitud de aquellos sectores de la sociedad civil, cuya beligerancia se ha nutrido de prejuicios chauvinistas e ideológicos. Lograr la paz y el progreso no es tarea tan solo de los gobiernos, sino responsabilidad de todos.
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