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El olvido

Leopoldo Barrionuevo leopoldo@amnet.co.cr | Sábado 20 junio, 2009



ELOGIOS
El olvido

Me escribe Willie Hoffmaister y me recuerda algunas conversaciones que tuvimos acerca del olvido que estaban relacionadas con la luz: él decía que mucha gente mantiene en la nebulosa recuerdos dolorosos, rencores ocultos y percepciones erróneas y que las mismas desaparecían como por encanto cuando se encendía la luz, vencidas y espantadas por la claridad. El olvido se convertía así en un modo de negar el pasado.
“Es tan corto el amor y es tan largo el olvido…” escribía Pablo Neruda en su “Poema 20” y alguna vez señalé en esta columna que la vida no sería posible si no existieran el tiempo y el olvido que se conjugan para permitirnos seguir viviendo. Lo que nunca me ha quedado claro es si manipulamos la memoria a nuestro antojo o si el recuerdo sobrevive en la medida en que se convierte en una imagen de la que disponemos caprichosamente embellecida para incorporarla a nuestros recuerdos, fraccionada, luminosamente joven y perfumada de nostalgia.
Desde pequeño tuve la fortuna de relacionarme con la fotografía, un hobby de mi padre quien me enseñó el milagro de jugar con los infinitos grises que hay entre blanco y negro, como una percepción de la vida misma en la que, como en tantos filmes tales como Rashomón en el que los testimonios encontrados, cada uno tiñe la escurridiza verdad en cada gris diferencial, sin que lleguemos a un acuerdo; esto beneficia al olvido, en virtud de la imprecisión de cada testimonio.
Pero también ocurre que hay olvidos de culpabilidad como los del Holocausto, los crímenes de Pinochet y la Junta Militar Argentina y los de los guerrilleros, terroristas y revolucionarios de todos los bandos, los cuales pretenden callarse, omitirse, silenciarse a cambio de un perdón y de la impunidad que los fomenta.
Hay olvidos hasta para el olvido, olvidos buenos e infames, olvidos innecesarios y otros culpables, como el de no pagar las cuentas, olvidos para no angustiarse y algunos que sirven para no ir a dormir a la casa; incluso el de aquel que bebía para olvidar y le preguntaron: –Olvidar ¿qué? No sé, me olvidé.
El olvido de “Las hojas muertas”, que en realidad no era olvido sino “oublie”: “El viento del Norte las lleva en la noche fría del olvido”. Pero en el tango florecerá el olvido en cientos de composiciones: en “Volver” Gardel nos recuerda, “aunque el olvido que todo destruye/ haya matado mi vieja ilusión”. En “La copa del olvido” nos cuenta: “olvide amigo, dirán algunos/pero olvidarla no puede ser”; en “La cumparsita”, “quién sabe si supieras que nunca te he olvidado”; en “Adiós muchachos”, “dos lágrimas sinceras/ derramo en mi partida/ por la barra querida/ que nunca me olvidó”. Y seguimos con el Morocho del Abasto en “Anoche a las dos”, “vos hasta olvidando que tenés un hijo/ su nombre y el mío manchabas así”; con “Sentimiento gaucho” cantaba “pero inútil, no puedo, aunque quiera, olvidar/ el recuerdo de la que fue mi único amor”, y en “No te engañes corazón”, “no te olvidés que ella es mujer/no te dejés convencer.”
El miércoles 24 se cumplirán 74 años de la muerte de Carlos Gardel. ¿Cuál es el embrujo Carlitos, para que sigás viviendo en nuestros corazones, sin poder olvidarte?

leopoldo@amnet.co.cr

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