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El descrédito de la Asamblea

Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 02 febrero, 2012



De cal y de arena
El descrédito de la Asamblea

¿Está la Asamblea Legislativa tan desacreditada hoy como nunca antes en la historia de este instituto, sin el cual no se concibe la democracia? Probablemente no.
El grado y el tono de su baja estima ha tenido mucho que ver como sucede en la actualidad con el contexto político, social y económico, desde donde parten exigencias o demandas para el Parlamento cuyo grado de cumplimiento y satisfacción moldea los juicios de valor que hablan de si la Asamblea sirve o no sirve. Hoy, por ejemplo, se repite que el país sufre las consecuencias de una maraña de disposiciones legales que retardan la toma de decisiones y entraban el funcionamiento de las dependencias públicas. Es la mentada ingobernabilidad traída a cuento cuando se llora por los magros resultados de la gestión de gobierno y que hace de biombo para esconder lo que puede ser la verdadera causa del empantanamiento: la incapacidad para parlamentar, para tender puentes de entendimiento porque no existe habilidad para negociar la remoción de obstáculos.
¿Sirve o no sirve el Congreso? El Presidente José Joaquín Rodríguez lo cerró en 1892. El ejército nacional pretendió hacer lo mismo en 1902 luego de que el Congreso reconociera a Ascensión Esquivel como Presidente Electo. La composición del Congreso fue tan devaluada para 1920 que se le ridiculizó con el mote de “Congreso de los Hermenegildos”. En los albores de nuestro Estado se hizo chacota con el Poder Legislativo cuando se le mandó a funcionar en los potreros de La Sabana.
En los años precedentes al conflicto del ‘48 en que el Congreso reservaba para sí el conteo de los votos y la proclamación del Presidente Electo, para muchos ciudadanos el Parlamento salía sobrando. Hoy nadie se atreve a reclamar su cierre. No son pocas las voces que atribuyen a su reglamento interno su disfunción y sus efectos contagiosos en el resto del Estado. No se advierte que en lo fundamental es la misma estructura reglamentaria que regía en aquellos cuatrienios de presidentes y diputados de calificada formación política y probada aptitud para la negociación, años de liderazgos marcados y con partidos productores de ideas, trincheras de debate y acción al servicio del progreso del país.
He ahí exactamente la gran diferencia. Hoy no hay liderazgos políticos, no hay una figura que en el Gobierno y en la Asamblea tenga capacidad de convocatoria, partidos convertidos en mera maquinaria electoral, penetrados por una oligarquía financiera y política desorbitada por la codicia y que impuso eso que el Informe sobre el Estado de la Nación ha llamado sistema político que ha gestado una sociedad crispada, desigual e insolidaria.
¿Qué es, entonces, lo que está llegando a la Asamblea, a los Municipios y a las Alcaldías? No serán “Hermenegildos”, pero sí algo peor.
Urge empezar por depurar de tanta corrupción a los partidos y por tamizar el material humano que conforma sus papeletas para luego ocuparse de las reformas reglamentarias.

Álvaro Madrigal

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