El metro presidencial
Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 10 mayo, 2012
De cal y de arena
El metro presidencial
Tenía que botarlo. La señora Presidente tenía que deshacerse de una de las piezas más queridas de su apolítico, desaliñado e incompetente gabinete. No había de otra. Aunque sí hay otras cabezas que igual deberían rodar. Y también por exigencia de la responsabilidad política que no han sabido cuidar.
Al Ministro de Obras Públicas no lo releva por incapaz ni por choricero. Lo decapita como precio de la responsabilidad política que debe pagar como jerarca de una pirámide institucional donde se incubaron negocios sucios.
Excepcional el rigor presidencial aplicado al Ministro Jiménez; no lo hubo en el caso del Ministro de Hacienda ni en el de la cónyuge de este, asesora presidencial y sobresaliente gestora de negocios. A ellos (y a otros más) doña Laura debió medir con la misma vara de la honestidad y firmeza con la que quiso promover la imagen de candidata enérgica, siendo evidente que don Fernando Herrero y doña Florisabel Rodríguez también incurrieron en conductas irregulares digamos y con todo el tufo de ser ilegales y antiéticas.
Incursos en conductas incompatibles con la ética de la función pública, ellos y los que están por ahí agazapados, son sujetos que deben dar cuentas por la responsabilidad política que les incumbe como jerarcas identificados por la Ley General de la Administración Pública.
Se lavan las manos y se deja que sea la Procuraduría de la Etica Pública la que llene el vacío disciplinario. Bienvenido el grito de autoridad de la señora Presidente. Lamentable que solo sea un golpe de mesa en un universo de fallas y omisiones graves ante el cual ella se ha conducido con generosidad e indulgencia al precio del descrédito y la desconfianza: sus notas están en el suelo, se cree que el gobierno se le fue de las manos y que el poder está en otros círculos.
En estos idus de mayo en el cenit del periodo- explota sonoramente en Zapote la caldera de la disfunción política que había venido acumulando más y más presión. No es la primera vez en nuestra historia que un presidente se hunde en la pérdida de confianza y la falta de autoridad. Pero sí estamos en el insólito caso de que esta acefalía se da cuando el país sufre una grave carestía de liderazgos políticos en los poderes del Estado, en los partidos, en las organizaciones sociales, en la jerarquía católica, en los poderes de facto… nos arrastran aguas muy revueltas en las que unos pocos concentran el poder y hacen su pesca de agosto.
Todavía el país está a flote aunque arrastrado por esas agitadas aguas y sin percatarse de la proximidad de Caribdis y Escila. Es cuando repaso “La Guerra de Figueres” que recopiló el periodista Guillermo Villegas y me detengo en aquella conclusión de don Pepe: tan mal estaba la situación política del país que ya no había salida cívica.
Alvaro Madrigal
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