El mito del no ejército
Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 21 enero, 2011


El mito del no ejército
Durante los tres meses que se ha extendido la invasión nicaragüense en Isla Calero en la frontera noreste, ha sobresalido un sentimiento de indefensión.
Existe la impresión de que si las pretensiones imperialistas de Daniel Ortega fueran a más, quedaríamos confinados a ver las tropas nicaragüenses hacer lo que les venga en gana, por no tener nosotros ejército.
Sin embargo, la abolición de las fuerzas militares en Costa Rica se dio como un paso histórico y trascendente, de la confianza de nuestra sociedad en medios civilizados de resolución de conflictos, pero vale aclarar que esta se dio dentro de consideraciones y previsiones necesarias, también, para la defensa nacional.
Puntualmente, el artículo 12 de nuestra Constitución señala: “Se proscribe el Ejército como institución permanente”. Destaco aquí la palabra “permanente”, la cual no es meramente una coincidencia, sino que deja abierta la posibilidad opuesta, es decir “temporal”.
Esto implica que quienes redactaron nuestra Carta Magna, no descartaron la eventualidad de que el país se viera en la necesidad de defenderse y por lo tanto reactivar “temporalmente” una contingencia militar.
El mismo artículo reconoce esta realidad líneas más abajo, “… para la defensa nacional podrán organizarse fuerzas militares”.
Entonces, la abolición del ejército, no es lo que erróneamente muchas personas piensan o al menos mantienen como su percepción.
Lo anterior lo menciono, no porque crea que debamos convocar “fuerzas especiales” para resolver el conflicto con Nicaragua, sino para ilustrar que algunas declaraciones de la presidenta Laura Chinchilla han estado de más: si es necesario, ella dispone del mecanismo constitucional para hacer lo que mejor considere para la integridad del país.
Como he mencionado en columnas anteriores, mantengo mi postura y mi convicción personal en la paz, en que no son necesarias fuerzas militares, ya que no debemos retroceder sobre nuestra tradición de pacifismo, y más bien debemos aprovechar este conflicto para demostrar al mundo que la guerra no es una solución.
Pero a la vez, sirve de paso para aclarar que ante una repudiable eventualidad, una detestable invasión que pretenda ir a más, la abolición histórica de nuestro ejército, no significa que estamos con las manos amarradas.
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