En voz alta
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 16 marzo, 2011


Hablando Claro
En voz alta
El mundo se nos hace pequeño. Apenas más allá de nuestros reducidísimos lentes locales, el planeta se debate en múltiples y contradictorias realidades paradójicas y dolorosas. Incomprensibles en todo caso para nuestro limitado manejo del entorno. De nuestra forma de ver, sentir y entender las cosas.
La mitad de los habitantes del orbe independientemente de cuán apenas contenidas observemos las emociones de los japoneses por la magnitud de una tragedia inimaginable convertida en su tercera guerra, en su antes y su después, en su 11 M están viviendo al borde del colapso. Han perdido de pronto la certeza de su habitual seguridad, la convicción de sus formas y modos de ver y sentir la vida y se perciben inciertos en un ambiente que de pronto se les tornó hostil en un modo desconocido. No hay más que observar esas imágenes repletas de interrogantes, de rostros desdibujados que nos empujan de manera natural e instintiva a mirar hacia otro lado para huir de las pantallas, temiendo que al mirarlas se nos contagiara sin poder quitarnos de encima el dolor y la incertidumbre.
Un pedazo del mundo se nos desplomó el viernes y los japoneses esos afables e inescrutables desconocidos nos obligan a observar la dura realidad del cataclismo en una reproducción descomunal de imágenes que se tornan en sensaciones y sentimientos de los que naturalmente tendemos a escapar.
Muy diferentes eran los sentimientos que nos evocaba observar semanas atrás y en estos mismos días también, el clamor de libertad de buena parte del mundo árabe. Muy distinto mirar atónitos las protestas de aquellos cientos de miles de seres humanos que, sin conocer la democracia, están urgiendo aspirarla, sentirla y saborearla, hastiados de tanto oprobio, de tanta vejación y limitaciones. Esas revoluciones en proceso también complicadas y ajenas en sus especificidades a nuestra aldeana cotidianeidad, abriéndose paso a empujones en un mundo que reclama apertura por todos los rincones, nos resultan comprensiblemente necesarias, porque reflejan anhelos consistentes y congruentes con nuestros raseros democráticos. Después de todo nos decíamos pobres aquellos que no han conocido el disfrute de las libertades básicas individuales y colectivas de la democracia occidental que tenemos, gozamos y hasta padecemos nosotros los ticos.
Por eso, vistos en perspectiva de esos y otros monumentales retos de la humanidad de hoy, algunos de nuestros nudos gordianos son realmente insignificantes. No quiero decir con esto que no tengamos grandes retos por delante. Enormes responsabilidades que asumir de cara al presente y la construcción de nuestro futuro compartido. Pero ciertamente resulta imposible no observar que muchos de los obstáculos que nos ponemos por delante del camino todos los días son, por insignificantes, absurdos sin sentido.
Vilma Ibarra
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