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COLUMNISTAS


Estamos en serios problemas, pero no olvidemos que hemos progresado

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 30 noviembre, 2020


¡Un empobrecimiento estancado en los últimos años, una desigualdad alta que no disminuyó en este siglo cuando en América Latina si lo hizo, un nivel de desempleo alto y que -igual que la informalidad- ha crecido en la última década, resultados de nuestra educación en las evaluaciones internacionales cada vez menos aceptables, una situación fiscal insostenible por el nivel del déficit primario y del endeudamiento, un crecimiento lento y decreciente, y para colmo de males el COVID-19! Sobran razones para estar preocupados y lamentar las acciones y la pandemia que nos han conducido a esta situación. Es hora de estar ocupados adoptando soluciones.

Pero sería un grave error desconocer lo mucho que hemos progresado en las últimas décadas. Es un error fácil de cometer por las penurias del presente. Es un error también provocado por los contenidos que abundan en nuestras redes sociales. A veces la desesperación y el enojo causan mensajes llenos de frustración por las penurias que se sufre. A veces los ataques infundados surgen de la ignorancia. Otras veces los provoca la mala fe con intención de destruir el sistema democrático republicano basado en el estado de derecho.

Es por ello conveniente analizar como ha cambiado Costa Rica en las últimas 3 décadas.

Si tomamos una serie de evaluación de pobreza que mantenga los mismos parámetros y sea comparable durante el período 1990-2017 (último año del trabajo de Andrés Fernández y Ronulfo Jiménez), constatamos que antes de la pandemia la pobreza y la pobreza extrema cayeron a la mitad, pues la primera disminuyó de 36,1 por ciento de los hogares a 18,9%, y la segunda de 11,9 a 5%. Un 60% de las familias tenían televisor en 1984, año del censo, y en 2019 había más televisores que hogares, y dos terceras partes de las familias tenían conexión por cable o satelital. En ese año censal solo 54% de las familias tenía refrigerador, en 2019 lo tenía un 96%. La tenencia de automóviles se había prácticamente cuadruplicado al llegar a ser propietarios de ellos un 43% de las familias. Ni que decir de los avances en acceso a la tecnología. Hoy día en promedio un 55% de las familias cuentan con computadores y un 96% con celulares.

De 1990 a 2019 la inflación, el más injusto de los impuestos, bajó desde un astronómico 28% a 1,52%. La esperanza de vida al nacer aumentó en cuatro años para llegar a 79,6 años y la mortalidad infantil bajó de 15 por mil a 8,25 por mil. La escolaridad neta preescolar casi se triplicó, llegó a 92,8%. En secundaria casi se duplicó para llegar a 88% y la terciaria se duplicó al pasar de 16,7 a 33%.

Estos son avances muy significativos como lo son los que podemos apreciar en el campo económico. El PIB per cápita a precios constantes también más que se duplicó al pasar de $4.884 a $10.047. En 1990 exportábamos unos pocos productos a pocos destinos con un valor de $1.361 millones de los cuales un 43,3% eran productos agrícolas tradicionales. Ya habíamos avanzado en el crecimiento y la diversificación de las exportaciones, pero un cambio mucho mayor estaba por venir. El año pasado exportamos 1921 artículos a 157 países con un valor de $11.604 millones de los que café, banano, carne y cacao, aunque muy superiores en valor a su exportación de hace 30 años, solo significaron un 11,3%. Las exportaciones de servicios se multiplicaron inmensamente para llegar a $9.600 millones, un monto muy similar al de las exportaciones de bienes. Es un cambio radical en la estructura del país.

Reconocer lo avanzado no niega los problemas que hoy vivimos, ni su inmensa magnitud y el grave deterioro que se ha causado a la condición de vida de cientos de miles de costarricenses. Tampoco significa que se pueda o se deba querer volver a la Costa Rica anterior a la pandemia porque, como recordé al principio, muchos de los problemas que hoy nos aquejan son anteriores a la pandemia.

Pero debe ser razón fundamental para no tirar el bebé con el agua sucia de la bañera. Lo bueno del pasado debe ser conservado y si posible mejorado, pero no destruido.

También debe ser razón para tener coraje y visión para hacer los cambios estructurales que nos permitan superar de verdad nuestras angustias actuales. No es tiempo para simplemente tomar medidas paliativas que permitan que el barco siga a flote hasta el próximo gobierno.

Es tiempo de hacer cambios que permitan superar los lastres del pasado y acelerar el progreso para disminuir aceleradamente la pobreza, abrir oportunidades de superación a todas las personas y satisfacer las justificadas demandas de progreso de las familias de clase media.





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