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Gracias gente de Nicaragua

Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 22 enero, 2009


VERICUETOS
Gracias gente de Nicaragua

Tomás Nassar

Poco después de aquella medianoche del 22 al 23 de diciembre de 1972, la naturaleza se ensañó contra Managua. Un terremoto de 7,2 grados sepultó la capital nicaragüense y con ella, se dice, a más de 20 mil personas. La hecatombe se había encarnizado sin piedad.
Recuerdo las imágenes en la prensa escrita de entonces y las que difundía la televisión nacional, entre ellas, las de cientos de costarricenses que esa noche previa a la Navidad, y los días siguientes, corrieron a socorrer a sus hermanos nicaragüenses en su tragedia. Muchos ticos cruzaron la frontera junto con las brigadas de la Cruz Roja, bomberos y unidades de rescate. Nuestros médicos y enfermeras auxiliaron a miles de managüenses ayudando a salvar muchas vidas. Las manos ticas se confundieron con las nicas rescatando heridos de entre los escombros de la ciudad hundida en el drama de la desesperanza, o reclamando a las ruinas sus víctimas fatales.
En los hospitales de todo Costa Rica los donadores ofrecían su sangre, en un hermoso gesto de hermandad, que no fue nuevo ni único entre ticos y nicas.
Tengo en mi mente escenas que no podré olvidar: el derrumbe del Hotel Balmoral, la avenida Roosevelt desolada, la sombra de la ciudad herida, completamente a oscuras, los edificios del Banco Central y del Consulado del Líbano, que se resistían altivos a caer derrotados.
Recuerdo, en especial, el impacto emocional que me produjo la imagen del Colegio Calasanz colapsado, así como enterarme, unos días después, de la muerte del padre Bruno, mi maestro de los primeros años de la escuela, que no pudo sobrevivir al amasijo de hierro y cemento sobre él.
Han transcurrido 37 años de la tragedia de Managua. ¡Tantas cosas han sucedido desde entonces! A Nicaragua le tocó vivir y sufrir una revolución que a Costa Rica no le fue extraña, que compartimos intensamente porque todos éramos, de alguna manera, copartícipes de la lucha incansable de ese pueblo por su dignidad y contrarios al oprobio de Somoza. ¡Y cómo celebramos en las calles el 19 de julio de 1979 la salida del dictador! Parecía que Nicaragua entera nacía de nuevo en las calles de un San José jubiloso, solidario y comprometido.
Por supuesto que Managua 1972 fue, por vidas y por daños, mucho más desolador que Poás 2009, a pesar de lo que este nos ha herido.
Recibí en estas semanas infinidad de muestras de afecto de amigos de Nicaragua, que me contaron sobre las múltiples colectas que se han hecho en su país para apoyar a nuestros damnificados y como pobres y ricos acudieron generosos a dar lo que cada uno pudo ofrecer para aliviar la adversidad de sus hermanos ticos. Ratificación de mi convicción de que seguimos siendo hermanos, muy a pesar de quienes se han empeñado, con inconfesables pero reconocidos despropósitos, en fomentar divisiones y fanatismos, en alimentar rencores y en crear, irresponsablemente, imágenes negativas y falsos prejuicios.
Nos duele, sin embargo, y nos extraña mucho, la indiferencia de muchos otros pueblos y gobiernos que parece que han visto con desdén la tragedia que hemos vivido.
En todo caso, lo que es importante rescatar, es que todos siempre contarán con nosotros cuando nos necesiten, aunque a la hora de las verdades algunos nos estén volviendo la espalda.
Inmensas gracias gente de Nicaragua.

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