Hablemos francamente
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 21 mayo, 2009


VERICUETOS
Hablemos francamente

En esto de la fe las normas son porque son y no se pueden cuestionar. Dogmas de fe, verdades incuestionables que no admiten dudas. Precisamente, se dice, en ellas estriba vivir la fe, en creer ciegamente, sin atreverse a dudar ni, mucho menos, cuestionar. Los dogmas son los dogmas, la doctrina es la doctrina y la Iglesia y la autoridad papal son infalibles. Punto y final.
Claro que para afrontar los axiomas de la religión se debe ser, en primer lugar un atrevido, y en segundo lugar un letrado. Podré ser algo de lo primero, pero definitivamente estoy muy lejos de los conocimientos teológicos que me permitan entender el porqué del celibato sacerdotal. Y para dejar constancia de que no quiero parecer irreverente advierto que del tema cuanto aquí diga, no debería ser usado en mi contra. Mis apreciaciones son personalísimas y se basan solamente en la certeza de que estoy hecho, supongo, de la misma madera que los hombres que un día deciden dedicar su vida al sacerdocio católico y renunciar a los sabores a humanidad que a ellos les son prohibidos.
¿Cuál es la naturaleza del celibato, será para evitar distorsiones emocionales que impidan dedicarse en cuerpo y alma a la vida cristiana? No me parece.
¿Será que amar a una mujer, profana la Ley de Dios? Lo descarto. Todos los caminos conducen a Roma y todos los argumentos de la Iglesia elevan el matrimonio a una categoría que agrada a Dios.
¿Será, como me comentaba alguien en estos días, que los sacerdotes no se puedan casar, porque Roma no podría asumir la carga de su economía familiar, es decir cargar con esposa, hijos y hasta suegras, cuñadas y sobrinitos abandonados?
El gran problema moderno del catolicismo no es otro que la concordancia entre el discurso, el método, su propia realidad y las condiciones en que se desenvuelve la humanidad.
Es dificilísimo explicar el celibato como modo de vida a ese 78% de la población encuestada en Miami que piensa que el padre Alberto Cutié tiene derecho a enamorarse sin defraudarlos como un pastor ejemplar de su comunidad. Ese altísimo porcentaje que hace unos pocos días le expresó espontáneamente su apoyo piensa que no hay incompatibilidad entre una vida dedicada a Dios y a la familia, como no lo es en ninguna de las otras religiones monoteístas que permiten a sus pastores la posibilidad de predicar con el ejemplo de una familia construida alrededor y sobre las bases del amor.
De mi parte, criado y educado en el catolicismo, al igual de miles de fieles que lo han expresado recientemente en ocasión del tema de Alberto Cutié no creo que el celibato sea una virtud indispensable para la función sacerdotal ni para su responsabilidad pastoral, como tampoco creo que un ministro que conviva cristianamente con su familia pierda la capacidad moral de orientar a su grey hacia el Reino.
Me parece que el debate bienintencionado sobre celibato es tan urgente e importante como el que debería propiciarse, con franqueza y apertura, sobre la participación de las entidades eclesiásticas en actividades de especulación financiera u otros que si se abordan de cara al modelo de vida de Jesús y sus enseñanzas, podrían evitar la diáspora hacia otras religiones.
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