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Marcello Pignataro manogifra@gmail.com | Lunes 24 diciembre, 2007


Hoy es 24 de diciembre. En muchos hogares, especialmente en la noche, es el momento de abrir regalos, de compartir con familiares, de buenos deseos y hasta de olvidar rencillas.

Muchos correrán, aun hoy, a realizar compras de último minuto —posiblemente me incluya entre esos— porque se olvidó un regalo, porque se enteraron que lo que pensaban regalar no le gusta al destinatario o, simplemente, porque al final sobró algo del aguinaldo y sí se va a poder hacer aquel gasto extra.

El significado puro de la Navidad y de una fecha tan especial como esta va más allá de lo material. No importa a qué religión o credo pertenezca alguien. La importancia de la fecha reside en compartir con los seres queridos (muchos de los cuales, posiblemente, se vean solo en un día como hoy); de repartir, más que regalos, alegría, buenas intenciones y vibras positivas; de no tomar y manejar. Ese significado se debería mantener a lo largo de todos los 365 días del año (o 366, como el año entrante).

Es una noche para pensar en aquellos que no tienen padre, que no tienen techo, que no tienen familia… que no tienen vida.

No se trata del famoso “hagamos algo por ellos” o “demos nuestra contribución”. Se trata de dedicar unos minutos de nuestro día, en medio del ajetreo, para pensar en ellos y enviarles, al mismo tiempo, nuestros mejores deseos. Pedirle a la vida que sea más justa con los que más la necesitan y que podamos vivir en armonía todos juntos, todos los días y no solo el 24 de diciembre.

Muchos corazones se enternecen durante estas épocas y empiezan a ser más dadivosos, más “botados” diríamos. No se trata de lo material que podamos dar, sino de lo bien que podamos hacer sentir a las personas que nos rodean.

De nada vale un regalo carísimo en las manos de un niño si, pasados unos días, va a ser agredido salvajemente por su padre o madre en estado alcohólico. ¿Para qué regalarle a la niña esa muñeca con la que tanto ha soñado si luego va a ser abusada o maltratada?

Un poco drásticos ambos ejemplos, pero estoy seguro de que los dos niños “ficticios” preferirán un abrazo caluroso y una verdadera demostración de amor y cariño hoy, y todos los demás días, que cualquier presente.

Dediquémonos, entonces, a repartir alegría, buenas vibras, cariño, compasión, solidaridad y buenos deseos al mundo. Les garantizo que sale muchísimo más barato que todo lo que hayan gastado hasta hoy y, en definitiva, produce más satisfacción.

¡Que pasen una Feliz Navidad!

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