Je suis Chrétien
Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 26 enero, 2015
La justificada crítica contra el terrorismo que azotó París es en justificada defensa de la libertad de expresión, pero no en defensa de la vida
Disyuntivas
Je suis Chrétien
“LA VIDA HUMANA ES INVIOLABLE”, es la sencilla declaración de nuestra constitución que desde 1882 expresa el más arraigado valor de nuestra convivencia y la mayor aspiración de la humanidad.
Las muchas manifestaciones, que comparto, de horror y rechazo a los crueles asesinatos terroristas contra Charlie Hebdo, me han obligado a reflexionar sobre la libertad y la vida humana.
Con avances y retrocesos, el respeto a la libertad humana ha ido imponiéndose, y claro que el primer respeto a la libertad es el respeto a la vida.
Por milenios la esclavitud se vio como una condición natural del dominio de unas personas. Y ese dominio permitía violencia, maltrato y muerte. Por milenios la guerra se vio como una acción natural para apoderarse de los bienes ajenos, sin importar la carga de sufrimiento y muerte que conllevara. Por milenios se vio como natural que quienes detenten el poder maten a sus súbditos.
Pero valores religiosos, escuelas filosóficas y evoluciones políticas en oriente y occidente fueron resaltando la maldad de la violencia, la necesidad de controlar los poderes, el respeto a la libertad de cada persona; aunque esas concepciones se vieran en las prácticas constantemente quebrantadas por la violencia, el abuso del poder y la muerte.
El siglo XX vivió una inimaginable contradicción entre —por una parte— la positiva evolución del aprecio por la libertad y el surgimiento de instituciones nacionales e internacionales para defenderla, y por otra parte la inmensidad de la violencia magnificada por la tecnología.
En casi toda la tierra desapareció la esclavitud, y llegó a su término el cruel feudalismo de la Rusia zarista. Se multiplicaron las democracias liberales y los estados de derecho; y en Europa y en América la democracia se convirtió en un derecho humano. Surgieron organizaciones internacionales de naciones para buscar soluciones pacíficas a las controversias y tribunales internacionales para la defensa de los derechos humanos. La pena de muerte desapareció en la mayor parte de las naciones.
Pero se dieron las más crueles guerras, los mayores genocidios y los más oprobiosos casos de explotación de la historia. Para recordar algunos: el Congo Belga, las dos guerras mundiales, el holocausto, las matanzas perpetradas por los comunismos soviético y chino, por el nacionalsocialismo alemán y por el imperialismo japonés, las dictaduras latinoamericanas y asiáticas, las guerras tribales en África, los enfrentamientos en Medio Oriente, el sudeste asiático y en los Balcanes.
En este siglo XXI continúa la violencia entre etnias y por causas nacionalistas y religiosas, las guerras promovidas por naciones poderosas, y a la vez el terrorismo, lo mismo que el crimen organizado, se agigantan causando violencia, dolor y muerte.
No aprenden ni personas ni naciones que la violencia no es solución a la violencia. Que muy difícilmente se puede dar una guerra justa. Que siempre es mejor practicar el mandamiento de Jesús de amar al enemigo y la práctica de Gandhi de la resistencia pacífica.
Por lo que hemos avanzado y por lo que no hemos avanzado en el respeto a la vida humana me angustia que toda la justificada crítica contra el terrorismo que azotó París, sea en justificada defensa de la libertad de expresión, pero no en defensa de la vida.
Miguel Ángel Rodríguez
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