La crisis y los médicos chinos
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 05 marzo, 2009
La crisis y los médicos chinos
Tomás Nassar
Resulta que usted percibe síntomas de una rara dolencia nunca antes sentida. Como es natural, preocupado por la naturaleza del mal, acuerda una cita con un médico con fama de eminencia. En el consultorio, usted trata de explicar, de la mejor manera posible, cuáles son las manifestaciones de su molestia, sin siquiera saber si está enfermo, si está a punto de morir o solo se sugestionó porque el vecino, su tía, un compañero de trabajo y la muchacha de la casa, le vienen diciendo que “tiene mala cara”.
El doctor, que a usted le parece más perdido que el chiquito de la Llorona, balbucea unos términos que usted no comprende y francamente se preocupa con tanto “no sé, puede ser, es que tal vez, probablemente, yo diría que quizás, la verdad, la verdad, diay…”.
Decide consultar otros doctores, también presuntas autoridades médicas. Uno admite que no tiene idea, otros ponen cara de angustia e intentan hablar coherentemente sobre la relación de los síntomas con la causa, la solución y, sobre todo, con su estado y su futuro.
Aquel dice que definitivamente hay que operar, el otro que una aspirina en ayunas, el tercero que es algo así como un maleficio, que no le vuelva a hablar al vecino ni a su tía porque usted no tiene nada y que por el contrario se inscriba en una maratón porque su salud es de lujo. Uno más vivillo le cobra por adelantado y le sugiere que firme unos formularios ilegibles para aplicarle un procedimiento de shock, es decir, o se cura o se muere.
Y usted más perdido que chiquito pequinés en las calles de Kabul.
¿No se siente usted más o menos así con este asunto de la crisis? ¿Cuántas opiniones expertas ha escuchado o leído de cientos de “versados”? ¿Y cuántas de ellas coinciden?
No, es que en este país si algo nos sobra son letrados. Tenemos más médicos chinos que la mismísima República Popular, más entrenadores que toda la FIFA y ahora resulta que somos el país con más economistas per cápita del mundo, algo así como uno por cada habitante. Y por supuesto, más bateadores que las Grandes Ligas en toda su historia.
Todo el mundo le pregunta a todo el mundo “qué pensás de la crisis”, o “y esto, cuándo va a pasar”, “qué hago con la platita que tengo en el banco”, esperando oír buenas noticias y recibiendo respuestas a las que, por supuesto, no les harán caso, porque no son tan buenas y el interlocutor no convence a nadie.
Que pague, que no pague. Que me endeude, que Dios librísimo un préstamo. Que pague la tarjeta, que jamás, que mejor compre y compre lo que pueda ahora que hay de todo. Que un lotecito por ahí, que mejor venda los chunches y que hipoteque la casa Que Obama nos va a salvar, que esto es cosa de dos meses; que mejor póngase a dieta para que se acostumbre a comer “saltiao” porque vamos pa' largo.
Que cuál crisis, que no hay culebras con pelos, que es mentira del capitalismo, culpa del socialismo, consecuencia del islamismo, un mal del cristianismo, provocado por el judaísmo. Y yo… quedo en lo mismo.
Como nadie me dice qué hacer, los que me lo dicen están bateando, no soy adivinador; y como no puedo navegar como Thurston Howell III hacia una isla desierta a bordo del S.S. Minnow mientras esto se arregla, no me queda más que dejar de ponerle atención a tanto falso profeta, seguir trabajando duro y… ponerme a rezar.
Que Dios nos agarre confesados
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