La estrategia de Rajoy
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 13 marzo, 2008
VERICUETOS
Tomás Nassar
El 15 de marzo de 2004, al siguiente día de las elecciones generales españolas, el perdedor candidato del Partido Popular, Mariano Rajoy, inició su campaña para las elecciones del 9 de marzo de 2008.
Rajoy, que siempre estuvo en las encuestas sobre José Luis Rodríguez Zapatero, el candidato del opositor PSOE, pagó con su inesperada derrota, el altísimo precio cobrado por los electores al apoyo dado por el presidente Aznar al binomio Bush-Blair en la invasión a Irak, que habría sido la causa inmediata de los atentados del 11 de Marzo, que se cobraron la vida de 200 personas y dejaron heridas y mutiladas a más de 2 mil.
Aunque las voces del oficialismo se apresuraron a atribuir el atentado a la banda terrorista ETA, quedó muy rápidamente manifiesta la mano extremista que reclamaba a España la salida de territorio iraquí.
El catastrófico resultado electoral de 2004 fue muy difícilmente asumido por el derrotado Rajoy, heredero del gallego Manuel Fraga, ministro del Interior y delfín de Aznar, partícipe en las decisiones gubernamentales de política exterior que con tanta irritación reclamaron los votantes.
La larguísima campaña de cuatro años por la presidencia del gobierno caracterizó a un líder de oposición obsesionado en el rencor, cuya nota distintiva fue la, a veces irreflexiva, crítica cotidiana a todas y cada una de las acciones del gobierno formado por Rodríguez Zapatero. En la actitud del presidente del PP no existió tregua para el Presidente de España, para su gobierno, ni para su partido. Fue tan manifiesta la estrategia de desgaste total comandada por Mariano Rajoy, que no tuvo reparo en criticar al Jefe de Estado cuando en Chile, tanto él como el Rey enfrentaron con dureza a Hugo Chávez, momento en que los españoles, como era de esperar, se arropaban alrededor de su Soberano y de su máxima figura política.
Especialmente cuestionable fue también, para muchos, la postura asumida frente al intento del gobierno de llegar a un final negociado al conflicto con la ETA, acusando tratativas incompatibles con su tesis de que al terrorismo solo se le puede vencer por la fuerza.
Rajoy pagó el domingo pasado, con creces, su pésima estrategia electoral, caracterizada por la crispación. Una segunda derrota, que sin duda le cobrará protagonismo en las líneas de vanguardia del Partido Popular, es la consecuencia inmediata de una desastrosa lectura de lo que sus ciudadanos quieren para su país y de los signos de los tiempos, especialmente en una España moderna, insertada en una Europa global, que se aparta de las rígidas estructuras a las que se aferra el PP. La crítica es consustancial al ejercicio de la oposición política, pero la crítica por la crítica, carente de contenido, es un arma de doble filo, que puede acabar moviendo simpatías y pasiones en dirección contraria.
Los electores le demostraron a Rajoy que esperan de sus líderes mucho más que demagogia, que quieren una España plural, abierta al mundo, tolerante con los inmigrantes; que quieren un Estado aconfesional; una gran nación que sea capaz de reconocer y respetar las particularidades de cada una de sus autonomías.
Quizás si Mariano Rajoy aprende la lección, soplen para él mejores vientos en el futuro.
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