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COLUMNISTAS


La cimarrona de Chinchilla

Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 14 abril, 2011



De cal y de arena
La cimarrona de Chinchilla


Hay cimarronas buenas, regulares y malas. La de Orlando Chinchilla nos deleitó con su muy buen desempeño allá por los años 70 y 80. Pero esta otra cimarrona de Chinchilla, que hace amagos de interpretación musical desde el kiosco de Zapote, es malísima. Sus integrantes (con alguna salvedad) están muy lejos de ser músicos: simplemente soplan los instrumentos de viento, rascan los de cuerdas y golpean los de percusión. Cada uno a su manera, de oído y mal, ni tienen partitura. Tal vez si la tuvieran no sabrían leerla correctamente; de seguro ni siquiera pudiendo, conseguirían convertir el ruido en sonido dado su fallido manejo del instrumento que tienen en manos. Más grave aún es que quien ensaya su conducción evidencia no tener noción del solfeo ni del arte de marcar el compás. El resultado dista poco de un ruido propio una concentración de chachalacas. Cada quien se la juega a ver qué sale, con lo cual en nadie que esté fuera del kiosco se puede hacer nacer la esperanza de que tras tanto bochorno pueda venir la magia de una interpretación armoniosa y aceptable.
No es una cimarrona sino el Gobierno de la República lo que doña Laura Chinchilla recibió de la mayoría del electorado costarricense que la prefirió para ejercer la Presidencia de Costa Rica. Son muchas las evidencias que acusan la carencia de un plan de gobierno que defina los elementos fundamentales de la ruta, el norte que dé respuesta a los ingentes problemas nacionales. Son también grandes las demostraciones de incompetencia dominante en el gabinete y en el sector descentralizado como para que, a punto de completar su primer año en la Presidencia, no dé señales de entender que las indulgencias que podrían favorecerla si fuese el caso de estar conduciendo una cimarrona, no le llegarán en tratándose de la jefatura del gobierno. Aún tiene tiempo para precisar cuáles serían los cuatro o cinco grandes temas que su administración escoge para responder al grito de insatisfacción nacional y cuáles serían los mejores ciudadanos que harían parte de una renovación total del gabinete para coadyuvar en este esfuerzo de impostergable prioridad. Doña Laura, en lo personal, capta el favor de una simpatía personal entre el costarricense que le serviría para cimentar una reconstrucción del gobierno a partir de una selección de objetivos que refleje una visión nacional no partidarista del quehacer inmediato pendiente.
Vive asediada por una convulsa lucha de tendencias (y de poder) en su partido que la deja en una insólita fragilidad política, con invisible aptitud para ser líder, rodeada de aduladores más que de avezados consejeros, sin un plan de gobierno realista y realizable, sofocada por una estrechez fiscal que su gabinete económico no da muestras de entender que requiere suma habilidad política para superarla, lleno de tachuelas y clavos el camino de las relaciones con los sectores productivos y gremiales en una desavenencia que no tardará en estallar, ¿cómo es que doña Laura retarda los impostergables cambios radicales de gente, de contenido, de norte y se autosatisface con cambios cosméticos que eluden la raíz del problema y solo sirven para aproximarla al clímax de una crisis política?

Alvaro Madrigal

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