La otra gran pandemia
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 20 agosto, 2009
VERICUETOS
La otra gran pandemia
La violencia se ha convertido en la otra gran pandemia del siglo XXI. Irracional, injustificada y a veces tristemente manipulada, es la noticia con más presencia diaria en los medios no solo por el número incremental de vidas que se cobra y por los daños que produce, sino porque en ocasiones se viste con ribetes que trascienden todo entendimiento.
Evidentemente este gran mal in crescendo es universal. Ataca a todos, sin distinción ni reparo alguno y tiene tantos orígenes como pueda imaginarse, pero un denominador común: el desprecio por la vida, la integridad y los intereses de los demás.
La violencia generada por el hombre, contra el hombre mismo no tiene límite, ni en sus expresiones, producto de la más sofisticada imaginación, ni en sus consecuencias, imposibles de cuantificar. De la misma manera afecta la relación del ser humano con su entorno natural que se manifiesta en el ambiente familiar, en el manejo de las relaciones laborales o en la tratativa de diferendos entre Estados.
Una gran pandemia de caos y violencia, de proporciones inimaginables, está destruyendo nuestro Limón. Las manifestaciones de crimen que le están azotando parecieran no tener límite. Da la impresión de que en esa comunidad se ha hecho imposible vivir sin la amenaza constante de la agresión y de que la sociedad porteña pierde cada minuto su capacidad de convivir pacíficamente.
No tengo duda de que los índices de asesinatos y agresiones de todo tipo que se registran en la estadística forense cotidiana sitúan las condiciones actuales de coexistencia en esa provincia como las de máxima crispación individual y colectiva que de nuestros antecedentes como nación.
Pareciera que los costarricenses, y los limonenses en particular, estamos perdiendo progresiva e irremediablemente la capacidad de asombro ante los sucesos recogidos por las notas de prensa que reportan todo tipo de delincuencias en las que el factor común es la violencia y, tristemente, la impunidad.
Las amenazas y agresiones físicas han llegado al extremo de perjudicar la institucionalidad de nuestro sistema en la zona atlántica. La intimidación contra los fiscales y jueces del Poder Judicial desafían la aplicación de la justicia, generan impunidad y favorecen la delincuencia individual y colectiva.
Cuando el Estado es incapaz de asegurar a sus ciudadanos la convivencia pacífica, la propia seguridad y la aplicación de la Ley a sus transgresores, el diagnóstico es, desgraciadamente, el peor posible.
Los gobiernos han sido negligentes en la atención a las necesidades de la comunidad limonense, una población que urge y merece una total integración a la sociedad costarricense. No se valen más medidas ocasionales, decisiones orientadas a mitigar transitoriamente situaciones particulares, lo que parece haber sido la receta aplicada a nuestros compatriotas. En su lugar, se necesita una política de Estado integradora, de largo plazo, que invierta recursos en un Limón tan preocupantemente en decadencia, para que su recuperación sea posible.
Limón exige acción sin dilación, decisiones pragmáticas y menos politiquería. Acciones menos tímidas que enfrenten y encierren a los delincuentes y que recuperen una provincia que es de todos, porque todos somos Limón.
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