La universidad de la vida
Leopoldo Barrionuevo leopoldo@amnet.co.cr | Sábado 04 diciembre, 2010
Todos hemos pasado por ella, con ingreso por la puerta o la ventana y hemos cursado variadas asignaturas con suerte diversa.
Es más: lo seguimos haciendo, porque todo estudio formal concluye para dar paso al quehacer profesional y el de la vida se continúa invariablemente, porque es lo único que te dan cuando naces: un boleto de ida cuyo final es la salida o si prefieres, el éxito o esire como la puerta de los cines y los salones de los hoteles que te dejan en un punto sin retorno.
Es decir, te instalan en medio del llanto por el abandono del paraíso perdido que es el vientre de la madre y comienzas a transitar a los tumbos, sin libreto y mucho menos con un Manual de Hágalo usted mismo, Cómo triunfar en la Vida y los Negocios, Cómo alcanzar la felicidad o Cómo repararlo en casos de urgencia.
Lo dramático es que sin la Guía no sabes de dónde vienes ni para dónde vas y te vas a pasar el resto de tu existencia intentando encontrarte sin saber siquiera si te has perdido.
Pero al menos ya estás en la Universidad vivencial que pretendía Henri Bergson cuando comparaba el conocimiento racional, académico y formal con la pura intuición de navegar entre las cosas, sintiéndolas, viviéndolas en un existir que es tan solo un “aquí y ahora” intransferible porque es tuyo y de nadie más, porque te pertenece y no ha de repetirse jamás y además te hace único, persona, individuo, pero también solo de total soledad en medio de la multitud.
Y te das cuenta que los años vividos hasta aquí estuvieron dedicados a cumplir con prerrogativas, esperanzas, sueños por lo general prestados y no por eso tu satisfacción es menos intensa, aunque hayas perseguido la promesa de “ser alguien”, es decir, el que eres u otro.
“El hombre es tan solo lo que olvida”, escribía Tomás Eloy Martínez y es que el olvido es aquello que nos permite renovarnos, lo que no nos ata a la nostalgia del pasado, lo que nos facilita ser el que seremos mientras podemos dejar los despojos del que fuimos.
Un filósofo de mi barrio repetía: “ Aprendiendo a vivir se va la vida” y en su criterio, nadie se graduaba y los muchachos de Mataderos con Carlitos Capella, ex boxeador y crédito de Lugano dicen de alguien que puede tener estudios pero no sabe aplicarlos que “no tiene calle” o bien, que “tiene más calle el desierto de Sahara que él” mientras Robertito Ortiz lo corrige al decir que tiene más calle Venecia.
Son los decires de los chicos grandes de la esquina que golpean una y otra vez con la chispa de su brillante ver la vida con ironía y uno se da cuenta de ya no pretender ser Dios sino un remedo y disfruto del auténtico que soy y gozo de mi entorno sin envidiar lo que otros tienen porque me alcanza con todo lo hermoso que pasó y lo que aún recibo para seguir recorriendo la Universidad de la vida, esperando siempre algo mejor: la misma vida que prosigue envuelta en esperanza.
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