Luna de miel... terminó
Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 08 julio, 2011


Luna de miel… terminó
Cuán ingrata tarea es gobernar. Sin embargo, ningún político pasa por semejante prueba para su alma, si no es por el propio deseo de presentarse ante el pueblo, prometer soluciones, y al final por clamor de las urnas ser escogido.
Parecen más honestos quienes no esconden su intención de buscar la silla presidencial, aunque temprano lo hagan, más daño hacen aquellas moscas muertas que esperan cautelosas el momento oportuno para volar.
Y para los ingenuos sentimientos, de quienes pretenden treguas y espacios donde no los hay, basta entender, levantar la mirada y darse cuenta de que Costa Rica vive en eterna campaña electoral.
El poder, y la envidia de quienes no lo ostentan, genera pasiones mortificantes; una vez ocupado el trono presidencial, el agasajo viene acompañado de promesas, pactos de no agresión, y de la ingrata ilusión de un camino abierto para gobernar.
Pero, qué mentira, la más cínica de todas es el ensueño de una luna de miel, un año, o año y medio, el tiempo que sea, y termina con desmán tirano, encuestas, las mismas pesquisas que al principio ensalzaron y ahora se despiden con el amargo beso de la impopularidad.
Se pregona, “la barca está sin control”, a pesar de que tan solo unos meses atrás, la firmeza y honestidad empapelaban los escritorios de articulistas, que ofrecen amable consejo, y tan pronto ya ni siquiera sirven de consuelo.
No hay que perder rumbo, resuenan los dilemas del poder, tan contradictorios que por temor al despreciable insulto, a la infamia que con tanta soltura de lengua motejó de “marioneta”; ahora, tras estos dardos, peligra de terminar como rehén de antiguos adversarios.
No es buena señal, cuando el enemigo que profería semejante insulto, hoy se muestra tierno y fraternal compañero.
Nadie gana en esta locura.
El lamento de la gente es sincero y urgente. No hay paz en un país donde no se puede caminar, donde el hampón y el crimen logran refugio e impunidad, mientras jueces, magistrados, fiscales se persiguen entre sí.
Y tan peligrosos como los ladrones son los aduladores, rodearse de ellos no es bueno para gobernar, si el propósito es enfrentar el vicio, devolver la cordura y dar rectitud al quehacer público.
De lo contrario seguiremos condenados a la misma desgracia, al autoengaño, al látigo del subdesarrollo, a vivir en una nación que pudo llegar a ser mucho, pero no lo logró.
Estoy seguro que eso no queremos para Costa Rica.
Luis Alberto Muñoz
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