Muchas leyes; poca aplicación
Carlos Denton cdenton@cidgallup.com | Miércoles 05 julio, 2023
La exdiputada Gloria Bejarano ha sido la única que reconoció el problema; Costa Rica tiene muchas leyes vigentes, pero solo algunas son aplicadas o aplicables. Esta legisladora (y también ex primera dama esposa de Rafael Ángel Calderón) se abocó a podar la colección de leyes vigentes incluyendo el manejo y uso del tranvía, el manejo del telégrafo, impuestos a yuntas y tantos más que fueron importantes en el pasado.
Interesante es que es casi tan difícil eliminar leyes que no se aplican, que aprobarlas. Y no son todas, como las obsoletas, ejemplos de antaño donde la historia y el desarrollo los ha relegado a ser inaplicables. La obsolescencia también aparece cuando por costumbrismo no se aplican. Por ejemplo, todos los conductores saben que una señal octagonal, color rojo que dice “alto” en una esquina obliga a detenerse por completo, pero ¿quién lo hace?
Las prohibiciones de circular con ciertas placas en el centro de San José al final se abandonaron por falta de capacidad de aplicación. Se ven autobuses que parecen bastante viejos circulando y transportando pasajeros. La capital es clasificada como la ciudad con el peor tráfico en el mundo en tercer lugar poque todo el mundo hace lo que le da la gana.
Hay impuestos que no se cobran. Se venden cigarrillos contrabandeados a vista de todo el mundo. Recuerdo en una funeraria cuando recogí la urna que retenía las cenizas de un ser querido que el dependiente me ofreció vender un “nicho” para guardarlas. Cuando le dije que la persona había dejado un testamento que quería que sus cenizas se regaran por el Mar Pacífico me informó que era ilegal. Le pregunté si “había policía patrullando en el mar para impedir y detenerme si lo hacía.”
Hay tantas leyes y reglamentos en el país que parece el país un bufé donde se escoge lo que uno quiere reconocer y aplicar y que no. Aquí se han citado cosas pequeñas, pero hay leyes financieras e impuestos en gran escala que también son ignoradas.
Los diputados, muchos que son abogados, creen que con las leyes y los reglamentos se puede cambiar el comportamiento humano. Pero están equivocados porque si no hay disposición de cumplir y obedecer, no hay manera de obligar a los ciudadanos.
Cuando los proceres concibieron a la Asamblea Legislativa era compuesta de 57 ciudadanos que dos veces al año por un mes (total 2 meses) se reunían y aprobaban leyes y reglamentos. El resto del tiempo se dedicaban a su empresa, su finca, su bufete, su docencia donde ganaban los ingresos para mantener a sus familias. Estaban cerca al pueblo y por ende sabían que pensaban.
Ahora ser diputado es empleo tiempo completo y viven estos legisladores de un salario pagado por el pueblo. Pasan en debates, discusiones y argumentos entre sí, pero poco están en contacto con los que los eligieron. Producen algunas leyes aplicables y buenas, pero algunas más que merecen ir de una vez al basurero de la historia. Tanta ley implica mucho desorden.
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