Papert, portátiles y pandemia
Eleonora Badilla ebadilla@castrocarazo.ac.cr | Jueves 07 mayo, 2020
En la década de los sesenta del siglo pasado hubo varias innovaciones relacionadas con las computadoras. Por esa época, las computadoras eran enormes, apenas cabían en una habitación y se requerían personas expertas (muchas eran mujeres) para programarlas. Al incio de la década se construyó en el Instituto Tecnológico de Massachusetts MIT la PDP-1 que podía realizar 100 000 operaciones por segundo. Es muy famosa porque se le atribuye haber iniciado la cultura “hacker”. A mediados de la década veía la luz la primera minicomputadora y el primer procesador de palabras, y por allá del año 1968 aparecía la primera computadora de escritorio.
Y fue entonces cuando el visionario Seymour Papert, co-fundador del Laboratorio de Medios (Media Lab) del MIT predijo que las computadoras serían personales y portátiles y que estarían en manos de los niños y las niñas. Junto con Alan Kay, diseñó un dispositivo portátil, precursor de las actuales tabletas, al que llamaron “Dynabook”, con el propósito de que fuera utilizado por los más jóvenes, en su aprendizaje. Fue hace cincuenta años y podemos comprender que en aquel momento, Papert no haya tenido credibilidad.
Pero él sabía muy bien que la democratización de la educación depende de que se tenga acceso a las herramientas que más que solamente den acceso a la información, permiten la construcción de conocimiento. Por eso, a pesar de las resistencias, nunca se rindió. Cerca del nuevo milenio, estuvo a punto de lograr que se hiciera realidad su sueño en el estado de Maine EUA, pero la tragedia del 11 de setiembre de 2001 cambió el rumbo del proyecto que iba a ser puesto en práctica, que se llamaría De loncheras a portátiles (“From Lunchboxes to Laptops”). Para el 2010 cuando sufrió el terrible accidente en Hanói, que lo dejaría sin su maravillosa mente, en muchos lugares del mundo se había ido aceptando la idea de que había que poner las herramientas para el aprendizaje en manos de los aprendientes. Existía el proyecto de una computadora por estudiante, OLPC, por sus siglas en inglés y se estaba en el diseño de un dispositivo barato y flexible, que se llamó la XO. En algunos lugares y en algunos países el proyecto OLPC fue puesto en práctica y aún hoy cosecha éxitos. Pero sin la pasión de Papert, quien falleció en 2016, no ha existido la voluntad política para llevar esta tecnología a las zonas y los países con poblaciones más vulnerables, abriendo una brecha más con sistemas educativos privilegiados, en los que cada estudiante cuenta con su herramienta digital para el aprendizaje.
En términos generales (aunque con honrosas excepciones), dejamos que los sistemas educativos públicos (y muchas instituciones privadas) siguieran con su enfoque fabril, obsoleto, confinando las computadoras (si tuvieran) en laboratorios. En Costa Rica, por ejemplo, ni siquiera la prolongada huelga de docentes del sector público del 2018 despertó la visión ni la decisión política de instrumentalizar al estudiantado con computadoras y a los docentes con un abordaje pedagógico construccionista para su uso. Porque tal como lo hago siempre, es necesario repetir y recordar que el acceso a la tecnología es una condición necesaria, pero de ninguna forma suficiente. Y cada vez es una condición más necesaria; y cada vez menos suficiente.
Entonces en el 2020 llegó la pandemia, y con ella las órdenes sanitarias, la cuarentena, el confinamiento.
Costa Rica, como lo ha demostrado al mundo, tiene un sistema de salud a preparado para responder a la emerencia, de manera oportunísima.
Pero debemos reconocer que esta situación inesperada tomó a nuestro sistema educativo en todos los niveles, desde el preescolar hasta el universitario, (y de nuevo, con honrosas excepciones), con poca o ninguna preparación.
Los docentes hemos corrido a aprender rápidamente a usar herramientas de videoconferencia que nos permiten llegar a las poblaciones privilegiadas que cuentan con dispositivos digitales y conexión a la red. Aunque lamentablemente, desde la perspectiva conceptual, siempre de manera fabril.
Pero… ¿y las poblaciones en desventaja, que no tienen dispositivos digitales y mucho menos conexión a internet? La emergencia, nuestra falta de voluntad política, y carencia de visión pedagógica para aprovechar las inversiones en educación, les han condenado a una nueva brecha. A otra más.
Por cincuenta años Seymour Papert y ahora sus colaboradores nos han venido alertando, y sobre todo mostrando caminos. No les hemos hecho caso.
¿Será la experiencia que estamos viviendo con la pandemia el despertador que necesitábamos?
Espero que sí.
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