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Pero... ¿y en español?

Andrei Cambronero acambronerot@gmail.com | Jueves 19 octubre, 2017


Pero... ¿y en español?

El lenguaje es una necesidad, un elemento distintivo de la especie, un síntoma de la cultura, un arma de no despreciable filo; la vía para crear realidades pero, también, para destruir mundos. Este ha sido el centro de considerables discusiones o, para jugar con las palabras, ha dado de qué hablar.

La construcción de las disciplinas del saber humano —en mucho— descansan en la institucionalización de un uso particular de términos y vocablos que, cuando no incomprensibles en la cotidianeidad, asumen un tinte diferente dentro de la respectiva comunidad de expertos. Para decirlo con Wittgenstein, eso de hacer "ciencia" va de comprender, utilizar y ceñirse a unos ciertos juegos del lenguaje, a respetar una gramática específica.

Hoy pululan invitaciones a hacer un uso diáfano de la lengua: es un requerimiento fundamental de la tutela judicial que, por ejemplo, las personas conozcan por qué han perdido la custodia de sus hijos, cuál es el motivo de su reclusión o cómo se dio el proceso que, finalmente, les hizo perder su propiedad. De igual manera, el acceso a la información apunta a documentos redactados en forma "sencilla" para ser comprensibles.

De hecho, es común escuchar en programas de radio y televisión advertencias al entrevistado en términos de "dígalo para que cualquiera pueda entenderle" o "no use tecnicismos, es importante que el ciudadano de a pie se empape del tema". No dudo de las buenas intenciones de los periodistas ni de que, en efecto, lo barroco debe reservarse para cierto tipo de arquitectura, mas no para complicar innecesariamente la transmisión de un mensaje.

Sin embargo, esas formulaciones —tan loables como acertadas— pueden provocar, en la práctica, consecuencias adversas no deseadas, como lo son la pérdida de significados y la "pereza idiomática".

Saussure, uno de los padres de la lingüística, diferenciaba lengua de habla; el primero de esos conceptos está ligado a la construcción social (intersubjetiva y cristalizada), a reglas del lenguaje, a la normalización. Por su parte, el habla es el uso de todos los días, algo más personal, subjetivo, variante, a gusto del locutor.

Evidentemente, no todos tienen la misma apropiación de la lengua: hay personas que dominan un acervo más amplio de palabras que otras, unos tendrán un mejor manejo de los signos de puntación y otros se defenderán, si acaso, con lo escuchado en sus espacios inmediatos.

Hay quienes tienen un amplio vocabulario y se ufanan de ello en cualquier sitio, quizás a algunos les "salga natural" pero son los menos. Quienes se quejan de una "aguda cefalea" por los "altos decibeles" provenientes del reproductor de música de la tasca contigua, solo han refinado el simple "qué dolor de jupa por ese escándalo del chinchorro de la esquina". Frente a ello, ha de aplicarse una navaja de Ockham lingüística: decirlo lo más sencillo posible.

Empero, como se decía, esa reducción no puede darse siempre. Hay formulaciones e intenciones comunicativas cuyo sentido cambia si se les trata de "aterrizar"; no en vano —si se es hablante de otra lengua— hay momentos en los que la traducción de una frase o palabra no se nos viene a la cabeza en nuestro idioma materno, pues se dan importantes pérdidas de sentido. Para decirlo rápido: simplificar un texto, en algunas ocasiones, supone la pérdida de su significado.

De otra parte, cuando un bebé empieza a ingerir alimentos es perfectamente normal que sus padres le hagan la comida "en papilla", pero si —pese a su crecimiento— le siguen procesando cada cosa que pretenda llevarse a la boca, entonces en la escuela y en el colegio solo podrá llevar compotas de merienda y el bullying no se hará esperar.

Con el lenguaje ocurre igual. Si se pretende una utilización muy básica del idioma, no habrá retos; las personas se acostumbrarán a la verdura licuada y, difícilmente, aprenderán palabras nuevas, con la segura pauperización del habla y la lengua (manifestaciones de la pereza idiomática).

Por eso, cuando alguien utilice palabras muy rebuscadas o envericuetadas para, ojalá no, informarle sobre una enfermedad grave o la pérdida de un juicio, exíjale que sí, que se lo diga en español. No obstante, también haga del diccionario su compañero, analice textos y discursos, tenga la voluntad para "sacar dientes", (primero de leche, luego las muelas del juicio), con el tiempo, no me cabe duda, estará devorándose un nuevo mundo; total, como nos recordaba el ya citado Wittgenstein: los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. 

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