Rodar la piedra tiene sentido: el que le demos nosotros
Andrei Cambronero acambronerot@gmail.com | Jueves 28 diciembre, 2017
Rodar la piedra tiene sentido: el que le demos nosotros
Las postrimerías de cada año traen consigo sentimientos encontrados; cual si se tratara del conocido mito de Sísifo, la última fila —de la ya única página del calendario— nos coloca en el cierre de nuestras tareas anuales. No obstante, ese llegar a la cúspide supone, también, que la piedra volverá a rodar colina abajo y deberemos iniciar, con las luces de enero, un nuevo recorrido hacia la cima.
En ese momento justo antes de finalizar pero, al mismo tiempo, precisamente antes de iniciar, se da un fenómeno cuasi universal: la ponderación de triunfos y fracasos, el enfrentamiento de objetivos cumplidos y metas sin alcanzar, la necesidad de poner checks en la lista y el inventario de irresolutos cuya respuesta —quizás— se halle en el próximo almanaque (ese análisis, de igual modo, se puede observar en el lecho de muerte). Algunos más puntillosos harán un FODA completo de los doce meses consumidos y, a la vez, se darán ánimos para los dos semestres por venir. Innegablemente, la evaluación de las propias circunstancias, por más breve y simple que sea, está presente en esta época.
Las razones del testeo pueden ir desde contar las desgracias (para anhelar un poco de ventura) hasta la autosatisfacción de saberse exitoso por los logros obtenidos; empero, en esos procesos —llevados a cabo en silencio o a grandes voces— estamos dotando de sentido nuestras vidas. El porqué de mi paso por el planeta es alimentado de respuestas ubicadas en días fastos o nefastos; incluso, los refranes coadyuvan en esa labor de explicar nuestra existencia. Sin embargo, como una de sus particularidades, esas sentencias populares suelen tener correlatos contradictorios, pues “no hay mal que por bien no venga”, al tiempo que admitimos que “después de un gustazo viene un trancazo”, sintomatología toda de un mundo contingente, lábil y paradójico.
En adelante, los bríos estarán al servicio de los nuevos propósitos: hay quienes frecuentemente se ven tentados por la calistenia y corren a matricularse en gimnasios el 2 de enero (pese a que abandonen la “caminadora” y las pesas en un breve lapso), otros buscarán las mejores opciones de crédito para hacerse de una vivienda o vehículo y no faltará la persona que se proponga abandonar ciertas delicatessen con tal de ahorrar para viajar en las próximas festividades. Buscar un ascenso o nuevo empleo y culminar algún proyecto académico son, igualmente, los faros para guiar a buen puerto a un sujeto que aguarda, en la línea de salida, a un nuevo periodo de traslación de la Tierra.
Una hoja de ruta trazada permite ubicarse, tener claro hacia dónde se dirige el barco; lo contrario sería andar dando tumbos por ahí sin mayor precisión, daría igual llegar a Filipinas que al Estrecho de Bering, tanto es así que ni siquiera importaría estar conscientes de si se está en uno u otro lugar. Por ello, llegado el intersticio entre la Navidad y el Año Nuevo programas de televisión, diarios, Internet y no pocos consejos profesionales (como los de los psicólogos) hacen llamados a dibujar el mapa, a plantearse puntos específicos de arribo (sencillos pero posibles recomiendan algunos); sea, se invita a dar una mano de pintura racional a ese espacio impredecible y accidental que es el afuera de nosotros.
No podría ser diferente: todos —en mayor o menor medida— sabemos que es imposible vivir sin atribuir algún sentido a la vida, pero se olvida que esa razón (o razones) no están más allá del individuo que hace la estructuración. Precisamente, esa es una de las ideas centrales de Camus: el universo, como un todo, no tiene un propósito específico, solo es lo que es; más bien, las personas son las artífices de esos designios que se le indilgan (no a la inversa).
Entonces, ¿habrá alguna salida a tal fenómeno? El filósofo argelino señala que, para eso, debe abrazarse el absurdo, esto es aceptar que los sentidos de la vida están, únicamente, en nuestra consciencia; en otros términos, al mundo solo podemos exigirle giros sobre el eje cada veinticuatro horas y una vuelta al Sol cada poco más de trescientos sesenta y cinco días, sería ingrato pedirle a nuestro cuerpo celeste (que ya de por sí carece de luz propia) iluminación para entender por qué perdimos una beca, se nos murió un ser querido o no somos aceptados por nuestros congéneres.
En suma, no son condenables las empresas para significar nuestro entorno, en tanto son un ejercicio de rebelión contra el absurdo; total, Camus habla de que “el esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre”, porque justamente la invitación es “a imaginarse un Sísifo dichoso”.
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