Romero de las Américas
Arnoldo Mora mora_arnoldo@hotmail.com | Viernes 26 marzo, 2010


Romero de las Américas
El lunes 24 de marzo de 1980 a las 6.30 p.m. fue asesinado el Arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero. El sacrílego magnicidio fue perpetrado mientras el prelado celebraba misa. Desde entonces cada año el aniversario de su martirio es rememorado en el mundo entero y no solo en su propio país. Monseñor Romero se ha convertido en el centroamericano más universal. Como él mismo lo predijera, si lo mataban seguiría vivo en el corazón, en las luchas y esperanzas de todos los oprimidos del planeta sin distinción de credos, culturas, sistemas políticos o ideologías.
Monseñor Romero fue asesinado por la extrema derecha financiada por la oligarquía criolla y armada por el Gobierno de Estados Unidos. Quien fraguó el complot para que se diera ese crimen fue la oligarquía salvadoreña.
Cabe, entonces, preguntarse quién fue Monseñor Romero, el religioso más célebre de América Latina en el siglo XX y que ha pasado a la historia al lado de los grandes profetas de la Iglesia latinoamericana, como Bartolomé de las Casas, defensor de los indígenas, el jesuita Viera, quien denunció la esclavitud negra, ambos durante la Colonia, o los padres Hidalgo y Morelos en las luchas de Independencia y Camilo Torres en tiempos más recientes.
Oscar Arnulfo Romero es el típico converso de que nos habla la historia del cristianismo, como lo fueran Pablo de Tarso y Agustín de Hipona en la Antigüedad y el propio Bartolomé de las Casas en los inicios del cristianismo latinoamericano. Era un eclesiástico conservador (incluso en su teología lo siguió siendo toda su vida) que se enfrentó a la tiranía cuando sus más fieles colaboradores, siete de ellos sacerdotes, fueron asesinados por los militares que desangraban su país. Pero Monseñor Romero fue más allá al ponerse al lado de las fuerzas insurgentes que estaban en guerra en contra del régimen genocida imperante. En su segunda carta pastoral, Monseñor Romero consideró a los grupos guerrilleros del Frente Farabundo Martí como a los auténticos representantes del pueblo y legitimó la lucha armada aplicando el principio de la ética cristiana de legítima defensa.
Monseñor Romero levantó su voz, especialmente en sus célebres homilías, que nos recuerdan a los grandes teólogos-obispos de la época patrística, como Ambrosio y Agustín en la Iglesia de Occidente y los Padres Capadocios en la Iglesia Oriental. Se convirtió en “la voz de los que no tienen voz”. Conminó al Gobierno norteamericano a que dejara de apoyar a los militares y a los soldados rasos les ordenó que no obedecieran las órdenes de sus oficiales.
Esa profética valentía le valió el reconocimiento universal. Los más célebres centros del saber, como las universidades de Georgetown en América y Lovaina en Europa, le rindieron los máximos honores. En el campo de la política, numerosos parlamentarios británicos lo propusieron para el Premio Nobel de la Paz. Fue por eso que lo asesinaron. Pero, como él mismo lo profetizara, Oscar Arnulfo Romero sigue hoy más vivo que nunca.
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