Elogios
Santa Claus
Leopoldo Barrionuevo leopoldo@amnet.co.cr | Sábado 22 diciembre, 2007
En mi niñez no conocí la figura de Santa Claus: la gran depresión de los años 30 y la escasa incidencia de las costumbres de Noreuropa y de Estados Unidos hizo que los que éramos descendientes de gallegos festejáramos Nochebuena alrededor de un Nacimiento casero a veces ornado con un arbolito intrascendente y con muy escasos regalitos de poco monta, esa noche, la Misa de Gallo desbordaba las iglesias, cuando el paganismo no era tan difundido. Era la noche del Niño Jesús.
Para nosotros, con un verano de 35º, la nieve, los pinos y los trineos eran desconocidos y los renos tan solo un símbolo de la infidelidad.
Porque lo bueno se reservaba para la noche de Reyes, el 5 de enero, noche de zapatos donde serían depositados los regalos y colocados a la puerta del dormitorio, en compañía de un recipiente con zacate y otro con agua para los camellos, que muchas veces los progenitores olvidaban botar y nos contaban que los dromedarios ya habían comido mucho al llegar a casa.
Con mis dos hijos mayores disfrutamos al final de los 60 de la Noche de Reyes en Madrid con la llegada en helicóptero de Melchor, Gaspar y Baltasar para un desfile de kilómetros que hacía la delicia de niños y grandes.
El mayor sueño de la niñez de entonces, que pocas veces se alcanzaba, era el de la bicicleta propia con pelota de goma y muñeca de trapo.
¿Y entonces de dónde surge el poderoso roquito barbado que se ha ido convirtiendo en uno de los mayores iconos de marketing, dios y señor de los comerciantes, importadores y pasteleros de malls, centros comerciales y supermercados?
Dicen las viejas historias que el origen llega con un cristiano obispo griego llamado Nicolás que vivió en Turquía durante la temprana Edad Media y que fue obispo de Mira, cuyos restos fueron trasladados a Bari durante las Cruzadas. El mito se alimenta con una costumbre en desuso: depositar unas monedas de oro en las medias puestas a secar de las muchachas casaderas como dote.
Lo cierto es que fueron los holandeses al fundar Nueva Amsterdam (isla de Manhattan en 1624 quienes llevaron a su Sinterklaaus que se convertiría en Santa Claus o Santa, un enano delgado que fue engordado por un dibujante sueco que lo popularizó —Thomas Nast— quien en 1863 lo acercó a la imagen actual.
El origen de los regalos se da en la Antigua Roma, en las fiestas saturnales de diciembre y los repartiría en Italia un hada buena llamada Befana y entre los vascos un carbonero –Olentzano— con figura de gnomo y gorro de armiño.
Cuando se popularizó el correo, los güilas escribían cartas a Santa, hoy recurren al Mail de Internet.
Ahora bien, para nuestra decepción, el San Nicolás que ha llegado hasta nosotros es producto de la sociedad de consumo apenas incipiente en 1930 y fue creado ese año para la campaña de Navidad de la Coca-Cola por el dibujante Abdón Sundblom, con los colores de la empresa. Esperamos que con el TLC se les reconozca a sus descendientes la parte correspondiente por derechos de autor. Será justicia.
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