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Ser presidente es complicado

Carlos Denton cdenton@cidgallup.com | Miércoles 23 septiembre, 2015


Si el presidente contrata aduladores de mucha labia y poca capacidad, “está listo”

Ser presidente es complicado

Si se preguntara a cualquier presidente costarricense si realmente comprendía lo complicado que es ocupar ese puesto antes de juramentarse, sin duda admitiría que “no tenía idea.” La excepción sería Óscar Arias antes de su segundo periodo como primer mandatario.
Se ve bonito desde afuera; todas las atenciones, el acceso a los medios, las cenas, las reuniones con líderes internacionales, y la facilidad de viajar en el tráfico con una escolta que le abre el paso.
Pero después vienen las realidades crudas; la más importante de todas es que un presidente tico tiene muy poco poder en comparación con otros del mundo.
Es poca la capacidad de maniobra y extremadamente difícil cumplir con las metas que se pactaron con el electorado durante la campaña electoral. Como cualquier otra empresa, la llave del éxito es llevar tres o cuatro funcionarios de capacidad extraordinaria a Zapote para ayudar con el manejo del proceso. La esperanza sería que estos ya tuvieran experiencia y que fueran muy cercanos al presidente.
Si el presidente contrata aduladores de mucha labia y poca capacidad, “está listo.”
La primera lección dura que recibe el nuevo es “que no hay plata”. Es probable que lo poco que hubo para operar la presidencia fue gastado por el inquilino previo en Zapote en los primeros cinco meses del año.
Pero peor todavía, el presupuesto de la presidencia en general es pequeño; como dijo un presidente: “A veces tuvimos que agregar agua a la sopa.”
El gobierno en general tampoco tiene dinero y el presupuesto en un 80% ya está obligado. Hay que pedir prestado mientras se busca “reforma fiscal” para conseguir recursos nuevos; si la Asamblea Legislativa no aprueba nuevos impuestos, entonces hay que salir a buscar alguna manera de lograr que alguien le preste.
La norma es financiar con bonos de bajo interés y a largo plazo obligando a los entes “autónomos” a comprarlos.
La segunda lección dura es que va a poder “cambiar” poco de lo que hace el gobierno. Los empleados son inamovibles y pueden ignorar sus órdenes.
Cualquier esfuerzo de introducir algo nuevo (aparte de aumentos salariales) será opuesto fuertemente por los sindicatos públicos.
Desde cambios de currículo en los centros educativos hasta modificaciones de horario en las oficinas de los ministerios, los sindicatos se oponen y amenazan con ir a la calle si se implementan. Un presidente que ofreció cambio en campaña probablemente fracasará.
La tercera lección dura es que los trámites de proyectos son enredados y hay muchos que pueden decir “no” en diferentes instancias y casi nadie que puede decir “sí”. El resultado es parálisis e inmovilismo.
Para superar estos obstáculos, un presidente tiene que contar con la aprobación pronunciada del pueblo; es más difícil decir “no” a uno que es amado y respetado; hasta los diputados pueden colaborar a veces con un presidente popular. Casi todos comienzan bien pero son pocos los que logran mantener el apoyo de los gobernados.

Carlos Denton
cdenton@cidgallup.com

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